Devocionario. Oración de abandono
12. Tú estás en Dios
Por: Jean Lafrance | Fuente: Catholic.net
Permanecer unido en amistad con uno, es el comienzo de una intimidad. El Antiguo Testamento ya nos había dicho que Dios moraba en medio de su pueblo. Y nos había dejado sospechar la presencia del Espíritu en el corazón del hombre: "He aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros y viviréis." (Ez 37, 5), pero sólo Jesús nos dirá hasta donde llega esta amistad de Dios para con el hombre. Dios hace realmente de tu corazón su morada.
En Jesús, la vida de Dios se ha, por decirlo así, "humanizado" en un ser de carne y sangre; por eso posee esta vida en plenitud y te la puede comunicar por el poder de su Espíritu. Al adherirte a Cristo por el Bautismo y la fe, te conviertes en morada de Dios y participas de las relaciones de amor que circulan entre las Personas de la Santísima Trinidad. La oración es la toma de conciencia de esta vida divina en ti y la voluntad de no ser más que uno solo con Dios a pesar de la infinita distancia que te separa de él.
Al orar, ejerces conscientemente esta relación filial. Eres hijo y tienes la plena seguridad de ello pues el Espíritu intercede dentro de ti. Así cuando dices a Dios: "¡Padre!", tú te sientes hijo de Dios. Alguien que es el mismo Espíritu de Dios te garantiza, te testifica, te convence de que eres hijo de Dios. Realizas así la experiencia obscura pero indudable de esta prodigiosa relación filial con el Padre: "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que dama ¡Abba, Padre!" (Gál 4, 6). En la oración, esta experiencia obscura se hará cada vez más clara a tu conciencia de hombre.
Tú estás muy en el corazón de esta intimidad con Dios que constituye la experiencia del creyente tal como Pablo la ha descrito en el capítulo 8 de la carta a los romanos. Podrías preguntarte si una tal experiencia no elimina la distancia que te separa del Dios Santo. No, Pablo ha tenido sumo cuidado, en el versículo 15, de emplear la expresión, muy conocida del derecho romano: "adopción filial". Eres hijo por adopción, lo que basta para marcar para siempre tu diferencia con Cristo, el Hijo en sentido propio, por naturaleza. Pero esta filiación adoptiva no es por ello menos real. Eres hijo de Dios y el Espíritu Santo te da la certeza de ello. Estás en Cristo, estás en Dios, estás en la Trinidad.
En la oración, cree en esta presencia permanente de la Santísima Trinidad en ti, aunque no experimentes ninguna resonancia sensible de ella. Dios mora en ti y te invita a morar en él. Nunca llegarás a orar bien si no sabes permanecer largo tiempo frente al misterio de la Santísima Trinidad. Es preciso dejarse coger en este movimiento de amor que lleva a Jesús en el seno del Padre. Por eso Cristo te pide con insistencia que mores con él: "Que todos sean uno como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros" . (Jn 17, 21)
Penetra en Dios, en la familia trinitaria por el Verbo encarnado. Al acercarte a Dios, desarrollas tu fe por esta incesante comunión con la vida divina. Aliméntate con la Eucaristía para entrar en esta comunión de la Trinidad: "El que come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y yo en él". Al comulgar a Jesús, vives de la misma vida del Padre y del Espíritu. Ahí te encuentras con el último resorte de la oración, con la actitud última del diálogo con Dios.
La oración, es la comunión comprometida de una presencia, de una connivencia y de una intimidad con el Dios de Jesucristo en el dinamismo de su Espíritu.
Hacer oración, es encontrarte delante de Dios, estar unido con él, permanecer en él con todo tu ser: cuerpo, inteligencia, voluntad y corazón, sea virtualmente en tu vida, tus relaciones o tu trabajo, sea actualmente, en los tiempos consagrados más especialmente a la oración. Lo uno nunca va sin lo otro.
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