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Devocionario. Oración de abandono

20. Dios no desprecia un corazón contrito
Te conviertes de verdad el día en que experimentas como Pedro las lágrimas de la contrición.


Por: Jean Lafrance | Fuente: Catholic.net




"Mi sacrificio es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias" (Sal 51, 19)

Te conviertes de verdad el día en que experimentas como Pedro las lágrimas de la contrición, en que tu corazón es literalmente triturado, es decir hecho pedazos por la revelación del amor de Dios. Puedes estar atormentado por el deseo de seguir a Cristo más de cerca o por el de salir del pecado que te oprime, pero no por ello tienes el sentimiento de tu pecado. Todo esto puede alimentar tu arrepentimiento pero la contrición es en verdad otra cosa: es el fruto de un don maravilloso que Dios te ofrece purificándote por la sangre de Cristo en el sacramento de la penitencia.

Entonces debes tener el corazón triturado, roto, como David después de su pecado, lo que es una cosa muy distinta de la evidencia de tu pecado, o el deseo de amar a Cristo, y de otros sentimientos que nacen del fondo de tu corazón.

La contrición, "es la desgarradora revelación (normalmente ofrecida a través del espectáculo de Cristo en cruz) del Amor infinito de Dios para con nosotros y de la crueldad sin nombre de nuestra indiferencia para con él". (M. D. Molinié).

No te puedes procurar por ti mismo esta bienaventuranza de las lágrimas, sería un sentimiento forzado y ficticio. Para que sea verdadero, suplica al Señor que "arranque de tu corazón de piedra las lágrimas de la contrición".

Puedes repetir toda tu vida esta oración que conservará siempre su verdad. La verdadera compunción es obra de la gracia y por lo tanto de la oración, nace del descubrimiento de Alguien. Dios presente que te llama. Este encuentro cambiará totalmente tu vida y dará un sentido nuevo a tu existencia. La lucidez cristiana es el fruto del conocimiento del Dios vivo. El impenitente es un ciego: sin haber conocido ni al Padre ni a su Hijo, no reconoce su pecado. El penitente es un vidente: ha reconocido la venida y la llamada de Dios en Jesucristo, sus ojos se han abierto.

Cuanto más conozcas a Dios más pecador te reconocerás, pero un pecador perdonado. Es el pródigo penitente y no el hijo mayor el que conoce de verdad al Padre. Descubres así el vínculo entre tu bautismo y la penitencia que, según san Agustín, es un bautismo diario, es decir, la señal por la cual expresas día a día, tu fe bautismal. Para mostrar perfectamente el vinculo entre la conversión y la desgarradora toma de conciencia de tu pecado, Agustín definirá la penitencia como un "bautismo en lágrimas", en oposición al bautismo en el agua y el Espíritu.

Comprendes entonces cómo este sentimiento del pecado es estimulante y tonificante, mientras que el sentimiento de la falta te hunde en la depresión, el desaliento y a fin de cuentas en el orgullo. Si, eres un pecador, lo que quiere decir que necesitas de Jesucristo, pero no hay lugar para el desaliento, pues sabes en quién has puesto tu confianza. En Él, puedes realizar todo lo que te pida y tu pecado es medio de gracia. Sin Él, tu vida carece de sentido.

Para recibir el conocimiento y el sentido del pecado, tienes que sufrir una verdadera "iniciación"; no puedes provocar en ti un vuelco tan grande. En la oración, libérate de los temores infantiles y estériles del pecado que son caricaturas de la verdadera contrición. Tu verdadero pecado es tener un corazón de piedra (Ez 36, 26) y no sufrir por ello. Eres insensible a la ternura infinita de Dios a causa del caparazón segregado en torno a tu corazón durante los años de endurecimiento. Más profundamente, es que no aceptas de verdad el tener que cimentar toda tu vida cristiana sobre un don gratuito de Dios.

Si aceptas el reconocer este corazón de piedra y tu negativa inconsciente a dejarte amar por Dios, entonces estás amenazado por la invasión de la caridad. Comprendes también cómo el amor de Cristo se siente herido por tu indiferencia del mismo modo que todo gran amor es herido por la inconsciencia de aquél que es objeto de él. Pero para que llegues a tener el corazón quebrantado por las lágrimas del arrepentimiento, es preciso que el Espíritu Santo intervenga y te despierte de tu profundo sueño. En el sacramento de la penitencia, la venida objetiva del Espíritu Santo rompe violentamente el caparazón de tu corazón de piedra y libera la presencia interior del Espíritu que puede entonces clamar al Padre con gemidos inefables.



 



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