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Devocionario. Oración de abandono

24. Jesucristo se une a ti en el punto en el que se perfila tu vida.
Por muy bien que conozcas la "obra" de Jesucristo, si no es para ti el Salvador, no tienes fe.


Por: Jean Lafrance | Fuente: Catholic.net




"Os anuncio una gran alegría.., os ha nacido hoy un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2, 1011). ¿Sabes lo que es una gran alegría? pregúntaselo a los que han vivido en los campos de concentración y que, un buen día, han visto llegar a los libertadores; ¡ellos te dirán lo que es eso! Pues bien, la venida de Cristo a la tierra es una gran alegría decisiva, un mensaje que da unidad a los valores más profundos de tu vida. Al terminar su Evangelio, san Juan señala muy bien la intencionalidad del mismo: "Esto se ha escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre". (Jn 20, 31). El Evangelio es la verdad revelada porque te coloca en el punto decisivo en el cual se perfila tu vida. Por muy bien que conozcas la "obra" de Jesucristo, si no es para ti el Salvador, no tienes fe.

La primera vez que Jesús se dirige a un hombre, es para decirle: "¿Qué buscas?" (Jn. 1, 38). Al anunciar la buena nueva, Cristo trata de hacerte impacto en los valores que consideras como vitales e imperativos. Pablo dirá que busca las aspiraciones (aspirare) profundas del hombre, eso a lo que aspira de una manera última. En una palabra, la calidad de tus profundos deseos. Y cuando Jesús se encuentra con hombres que ya no buscan nada, les "inquieta", en el buen sentido de la palabra, y los pone en estado de búsqueda. Mira cuán profundamente ahonda el corazón de la samaritana, para descubrir en él su deseo de Dios oculto por el pecado y proponerle el agua viva.

Pablo dirá también: "Que la Palabra de Dios habite en vuestros corazones". Al evangelizarte, Jesús coloca su Palabra "dentro" de tu corazón. Es mucho más allá de tu razón, de tu experiencia, de tu vida moral, es el corazón, fuente de toda tu vida. Pablo VI hablará también así al dirigirse a los representantes de las Naciones Unidas: "Escucharemos, dirá, esas voces profundas del mundo". Jesús no busca tan sólo las aspiraciones de las personas, viene también para responder a las aspiraciones de los pueblos en su conjunto.

Debes permitir que suban a tu conciencia esos deseos que se encuentran en lo más profundo de ti. Hay que escuchar también las voces del mundo moderno y participar en sus aspiraciones: llamada de los jóvenes, a la libertad, a la participación, a la experiencia profunda, a resolver el porvenir, a la paz, a la dignidad, a la justicia. Escucha siempre, sin filtrarlo, lo que te dice el otro. De hecho, tú aspiras como él a la vida, a la luz, a la paz, a la libertad, a la santidad y a la felicidad. Todo esto es lo que Jesús reúne como venido de ti. Discernir estas voces, no es otra cosa sino estar atento a la acción invisible del Espíritu en ti y en el corazón de tus hermanos. No es perder el tiempo en la oración el descubrir estas aspiraciones y exponerlas al desnudo bajo la mirada de Jesús Salvador.

En primer lugar, tienes hambre de pan y de alimento, pero este hambre material revela un hambre más profunda: deseas vivir feliz y escapar de ese angustioso drama de la muerte.

Aspiras también al conocimiento y a la luz, no a la que te proporciona la ciencia y la técnica y que es obra de tu inteligencia humana, sino la luz sobre tu propia vida. Quieres descubrir el sentido de tu existencia. Es cierto, el hombre tiene hambre de justicia y de amor, pero tiene mucha más hambre de contenido: "¿De dónde vienes, a dónde vas?". El hombre de hoy tiene más hambre de sentido que de pan, tiene más necesidad de seguridad que de poder. Corres tras la vida sin esperanza de alcanzarla en el último momento, como se salta sobre la escalerilla de un vagón que se ha puesto en marcha (Ionesco). Cuántos hombres conciben como una desgracia el hecho de existir. "El hombre es una pasión inútil", decía Sartre.

Además quieres amar y ser amado. No puedes contentarte con los bienes de consumo y las satisfacciones del poder. Has sido hecho para el encuentro, la sonrisa, la mirada, para entrar en comunión. Quieres huir de tu soledad y tienes necesidad de ser aceptado por otro para no asfixiarte bajo tu piel.

Luego deseas la libertad: libertad física, libertad psicológica que te libre de toda clase de determinismos y libertad moral que te arranque del pecado.

Finalmente, tienes sed de Dios. Quien quiera que sea, el hombre aspira a la santidad, a ver a Dios, aunque este deseo esté cubierto por los aluviones de una sociedad de bienestar. Has sido hecho para Dios y no encontrarás la felicidad sino descansando en él: "Tan sólo conozco un problema para el hombre, decía Camus, cómo ser santo sin Dios".

Es imposible... pero está Jesucristo.



 



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