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Devocionario. Oración de abandono

29. No te dejes encadenar por ninguna cosa, guarda tu corazón para amar al Señor
Las posees legítimamente pero en el fondo de tu corazón se libre ante Dios respecto de ellas.


Por: Jean Lafrance | Fuente: Catholic.net




No te dejes encadenar por ninguna cosa, antes al contrario guarda tu corazón libre para amar al Señor y hacer su voluntad.

Siguiendo a Cristo pobre, te encuentras en el corazón del Evangelio, y estás disponible para que el Espíritu se vuelque sobre ti y te abra al amor de Dios. Pero entonces se plantea una pregunta: ¿cómo tienes que actuar de cara a las cosas que forman la trama de tu vida? ¿Es preciso abandonarlas radicalmente o utilizarlas de una manera sensata? Muchos cristianos, y aún religiosos, se quedan en un plano moral hoy cuando buscan una manera existencial de ser pobres. No hay que situarse en primer lugar a un nivel práctico y concreto, sino a nivel de lo más profundo del ser y de la libertad del corazón, pues esto supuesto las actitudes prácticas se seguirán naturalmente. En el fondo, la pobreza evangélica no se refiere tan sólo al objeto sino también a la manera de poseerlo o de ser libre respecto de él. Si no alcanzas esta libertad profunda, tienes peligro de despreciar las cosas o de idolatrarías, pero tanto en un caso como en otro, no las amas de verdad.

La verdadera libertad espiritual supone que te alejas y te distancias de las cosas a fin de no identificarte con ellas. Las posees legítimamente pero en el fondo de tu corazón quieres ser libre ante Dios respecto de ellas. Eres como el joven rico que está en regla frente a la ley de Dios pero que padece una falta de libertad frente a sus bienes. No se trata de darlo todo, sino de llegar a querer lo que Dios quiere para ti. No se trata de querer lo mejor en si, sino lo mejor para ti que corresponde a la voluntad de Dios.
Para llegar a esto, es bueno que tomes conciencia de estas "cosas´ respecto de las cuales tienes que tomar posiciones. No se trata tan sólo de objetos materiales, bienes o personas de tu entorno, sino también de tus actividades, de tus aptitudes, de tus deseos y pensamientos, en una palabra de todo tu ser. Una grave tentación sería considerar insignificantes, provisorias y sin valor estas realidades terrenas. Ahora bien, no puedes ir a Dios más que a través de ellas, son el lugar de tu servicio, de tu amor y de tu adoración.

No te olvides nunca de que Dios crece en ti según tu actitud positiva con respecto a las cosas y a las personas. El pecado no consiste en no usar de ellas sino en usar mal. Es una perturbación en tu relación objetiva con las cosas. En vez de convertirlas en medio de relación y de amor, te cierras sobre ellas para constituirte en el centro del mundo. Debes pues reconocerlas como buenas y de gran precio para tu vida cristiana. Sólo este reconocimiento positivo te hace capaz de abandonarlas correctamente y sin resentimiento.
Para abandonar a los seres y a las cosas, es preciso en primer lugar que las ames de verdad. Entonces al abandonarlas, mantendrás con ellas relaciones de gran intensidad pues te sentirás libre respecto de ellas, y las amarás de verdad por si mismas: "Lo que no ha sido nunca objeto de una decisión, porque no ha sido encontrado nunca de verdad, no puede ser tampoco abandonado mediante una decisión libre". (Karl Rahner). Es preciso que el abandono de las personas y de las cosas sea objeto de una elección y de una decisión verdaderas.

Reconoces en este movimiento la estructura cristológica de la Encarnación redentora. Jesús asume toda la realidad del mundo y del hombre, pero todo esto lo supera en la cruz y en la muerte. Sólo pasando por una y otra se vuelven a encontrar todas estas realidades transfiguradas en la gloria. El amor y el abandono de las cosas no son dos actitudes diferentes y yuxtapuestas, sino las dos fases de un único movimiento. En la muerte, el hombre se separa radicalmente de todo, pero en el mismo momento, la resurrección le pone de nuevo en una relación positiva con las cosas que están transfiguradas. Seguramente es esto lo que Cristo quiere decir cuando promete a los apóstoles el ciento de los bienes que han abandonado al seguirle: "Elles dijo: Yo os aseguro que nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por el Reino de Dios, quedará sin recibir mucho más al presente y, en el tiempo venidero, vida eterna." (Lc 18, 29-30).



 



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