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Devocionario. Oración de abandono

31. "¿Me he hecho como un niño?"
Ve al Padre con corazón de niño. No lleves nada, no es necesario. Deja que sea Él quien ponga todo. Tú solo dale tu tiempo y tu miseria.


Por: Jean Lafrance | Fuente: Catholic.net




¿Puedes decir como el pastorcillo del Diálogo de Carmelitas: "Me he hecho como un niño?" ¿Te has dado cuenta del vínculo profundo que establece Jesús entre la infancia espiritual y la llamada a la pobreza radical? En san Lucas las dos enseñanzas se siguen (18, 15-27), como si Jesús quisiera decirte que para entrar en el Reino, hay que hacerse pobre como un niño que no se deja fascinar por sus bienes y se abandona en manos de sus padres en los pormenores de la vida. Por eso el niño es alegre porque está totalmente desapropiado de sí mismo. La razón de la verdadera pobreza, es la total confianza en Dios.

Desde el momento en que aceptas ser pobre y seguir a Jesucristo humillado hasta la Cruz, deja a Dios el cuidado de elegir en tu vida las cosas y los seres de los que quiere despojarte. Sobre todo no seas propietario del don de ti, sino deja a Dios que te coja por donde él quiera.

Habitualmente, te espera en el punto neurálgico de tu existencia, en esa unión de la cadera que es tu propia herida. Todos llevamos en nosotros una secreta pobreza que constituye nuestra cruz y nuestro sufrimiento. Hacerte pobre, es aceptar el vivir con tus miserias y tus contradicciones para que el Espíritu de Dios pueda invadir esta parte secreta de ti mismo, herida por el pecado.

Entonces, podrá invadirte la alegría divina y en la medida en que te deshagas de ti mismo serás feliz. Por muchas que sean tus debilidades, si te ofreces al Amor misericordioso del Padre, experimentarás la infinita ternura de Dios: "¡Ay de los ricos porque su oro los pone al abrigo de las extraordinarias ternuras de Dios."
Por encima de todo, cree que Dios te ama personalmente y que dispone todos los acontecimientos de tu vida para atraerte a él. Tu pecado reconocido y confesado puede ser la ocasión de experimentar lo mucho que Dios te ama. Desde el momento en que el hijo pródigo vuelve a él, el Padre se mueve a compasión y corre a echarse a su cuello para abrazarle largamente (Lc. 15, 20). La oración no es otra cosa que este abrazo amoroso de Dios que estrecha contra su corazón y sus brazos al hijo recobrado.

Cuando llegues a la oración, no empieces a examinarte o a mirar hacia atrás para alegrarte o entristecerte por tu pasada experiencia. Entrégate resueltamente al Padre con una confianza llena de audacia tranquila y candorosa. Es necesario que aprendas a ponerte amorosa y espontáneamente en las manos de Dios, en un abandono ciego en su providencia maternal. Que tu fe sea sin cálculo, ni retorno sobre ti mismo, con una atención sencilla fija en Dios, en su amor y en su misericordia. Dios te concederá el amarle por sí mismo, el encontrar la perfecta alegría en el olvido de ti y en la conciencia de tu pobreza y de tu debilidad.

Hazte de nuevo como un niño pequeño, pobre de espíritu y totalmente dependiente, pues esta es la única manera de realizar la plenitud de la filiación divina. Dios ama a los humildes, y es, sobre todo, a ellos a quienes dirige su revelación: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a pequeños." (Mt 11, 25). No olvides nunca esto: la infancia espiritual no se la encuentra, se la recibe de arriba. Vivir como un niño es disponerte sin cesar a nacer de arriba, dejando que se desarrolle en ti la vida divina.



 



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