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Devocionario. Oración de abandono

34. Ora para que descubras la voluntad de Dios sobre ti
Padre mío, me abandono a Ti, cualquier cosa que hagas de mí, te doy las gracias, estoy pronto para todo, acepto todo.


Por: Jean Lafrance | Fuente: Catholic.net




Ora para que descubras la voluntad de Dios sobre ti sin posibles ilusiones. Luego permanece disponible y abandonado entre las manos del Padre.

Has escuchado la llamada de Jesús para que le sigas y has aceptado claramente el envite del amor sirviéndole en pobreza y humildad totales.

Como Pablo, deseas la verdadera sabiduría: "Pues no quise saber entre vosotros, sino a Jesucristo, y éste crucificado." (1 Cor 2, 2). Es normal que experimentes en ti un gran combate entre este deseo de amar de verdad a Cristo y el de hacer tu propia voluntad. Sólo el Espíritu Santo puede purificar tu corazón hasta el punto de disponerlo ante Dios a cumplir su voluntad.

En tu vida, todo se reduce, en definitiva, a descubrir esta voluntad de Dios y a cumplirla: "No son los que dicen Señor, Señor, los que entrarán en el Reino, sino aquellos que hacen la voluntad de mi Padre". En absoluto, deseas acercarte lo más posible a Cristo en su pobreza total, pero no sabes con exactitud qué forma particular de pobreza espera de ti Cristo. Lo que es bueno y perfecto en sí mismo no lo es necesariamente para ti. Esperas, pues, en la oración asidua que Dios te revele lo que impide en ti una entrega total y verdadera. Lo importante no es lo que tú decides abandonar por Dios, sino lo que él quiere que tú abandones por él.

Y es ahí donde pueden infiltrarse las ilusiones en medio de tus mejores intenciones. Te sucede que piensas que lo mejor para ti es lo más difícil. Lo que importa, no es que el despegarse de algo o una actividad te repugne o te guste, sino que exija más amor. Si, después de haber orado largo rato, examinas esta obra en paz y en la confianza, como voluntad de Dios para ti, es una señal clara de que Dios te llama a responder generosamente a ella. Ten la seguridad de que si oras de verdad y confías en el tiempo que es un factor de primera importancia para una decisión, Dios te mostrará lo que espera de ti.

Es el momento de ponerte ante la obra del Espíritu Santo en ti. Considera con sencillez los dones recibidos de Dios en las diversas etapas de tu vida, las llamadas escuchadas a través de los acontecimientos y de las personas. Trata de descubrir la vocación que Dios va dibujando en ti y que debe aparecer como una línea ondulada. Todo hombre lleva un misterio en su alma, su propio misterio, que es el de su nombre particular. Toda su angustia en este mundo es conocer ese nombre. Sólo Cristo puede revelar al hombre el misterio de su nombre en su propio Corazón de Hijo de Dios, donde se despertó eternamente al ser, en el corazón del Padre.

Mira al mismo tiempo en qué medida has sido fiel a esta llamada de Dios. Muy a menudo has utilizado sus dones para que sirvieran a tus puntos de vista personales, aún en el caso de que fuesen buenos en sí. La vocación que vislumbras, ¿es un don de Dios o una construcción que depende de ti? ¡Cuántas ilusiones en tus deseos de santidad y tus actividades de servicio de los demás!

Cuidado, no te entregues a análisis psicológicos y menos aún a consideraciones racionales, sino déjate interperlar en el fondo de tu ser. Eres tú el interpelado por esta voluntad de Dios. De aquí la necesidad de una oración intensa y prolongada para que encuentres el rostro del Espíritu Santo. Repite a Cristo tu deseo de no ser más que una cosa con la voluntad de Dios. Sólo la oración puede purificar tus motivaciones profundas y hacer aparecer en el gran día las intenciones de tu corazón.

No te sorprendas entonces si experimentas tu gran pobreza que te reduce a ser maleable y dócil entre las manos de Dios. Eres un poco de tierra en el hueco de la mano de Dios y pides al soplo del Espíritu que venga para que te modele a imagen del Hijo. Es una situación inconfortable, pues no se trata ya de decidir por ti mismo el evitar tal cosa o emprender tal otra, sino de abandonarte pura y simplemente en las manos de Dios, para dejarte hacer por él.

Te abandonas entre las manos de Dios con una indiferencia total. Es la disponibilidad fundamental que asegura la concordancia de tu vida de hombre con el designio de Dios. En el fondo, aceptas el abandonarlo todo para seguir a Cristo, pero renuncias a decidir por ti mismo. Poniendo tu fuerza en no querer aquello ni otra cosa ninguna, si no le moviere sólo el servicio de Dios Nuestro Señor.

Con seres desposeídos así de sí mismos, Dios puede hacer santos. Para llegar a esta disposición, que es difícil, pues toca alas raíces más profundas de tu libertad, es evidente que la oración es más necesaria que nunca. Sólo Cristo puede venir a enseñarte y darte la fuerza necesaria para ofrecerte así a Dios en el mayor de los sacrificios. El mismo te ha abierto el camino en su Pascua. Lee a menudo la oración de abandono de Charles de Foucauld: "Padre mío, yo me abandono a Vos, haced de mi lo que gustéis. Cualquier cosa que hagáis de mí, yo os doy las gracias. Estoy pronto para todo, acepto todo."



 



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