Devocionario. Oración de abandono
39. Tu vida tiene un valor eterno en Cristo Crucificado
Por: Jean Lafrance | Fuente: Catholic.net
Integrado en el Cuerpo de Cristo muerto y resucitado, tu vida adquiere un valor eterno.
Jesús no es tan sólo el que te enseña el camino de la salvación, es también el que lo cumple y realiza en su Pascua. El mismo dirá que es el Camino, la Verdad y la Vida. No solamente tienes que seguirle llevando tu cruz, es decir llevando a cabo la voluntad precisa de Dios sobre ti, sino que tienes que dejarle que reproduzca en ti su propia vida. Todas las decisiones que puedes tomar a propósito de tu vida cristiana adquieren su sentido y su valor en la vida de Cristo. Es el primero que ha hecho de su vida una ofrenda al Padre. Por eso debes contemplarle despacio en su misterio pascual para que te infunda su vida divina por el don de su cuerpo glorificado.
En las contemplaciones precedentes, tu espíritu y tu corazón se han visto sometidos a un rudo trabajo al que no estabas acostumbrado.
Necesitabas recibir la enseñanza de nuestro Señor sobre el misterio de la Cruz y de las Bienaventuranzas. De ordinario te acomodas el Evangelio a tu medida y construyes una doctrina partiendo de las palabras de Cristo. En cambio ahora, te has visto obligado a entrar en el pensamiento de otro para conformar con él tu vida. Es normal que hayas sentido una gran lucha al experimentar las consolaciones y desolaciones, pues no es natural al hombre el entrar en la sabiduría de la Cruz. Ahora, te encuentras sosegado pues has descubierto la voluntad de Dios sobre ti. Sin embargo te falta todavía gustar interiormente los misterios de la salvación y suplicar a Cristo que los reproduzca en ti.
Es el momento de vivir en la oración la Pascua de Cristo. Se trata de medir perfectamente el acontecimiento viéndolo no sólo en su realidad histórica sino también en su dimensión actual y universal. Cristo muerto y resucitado se hace presente a todos los hombres de todos los tiempos; se hace también presente a toda la realidad del hombre en profundidad. Te espera hoy en el memorial de la Eucaristía. La Eucaristía está pues en el corazón de tu vida cristiana pero no alcanza toda su riqueza más que en la realidad Pasión-Resurrección. Si hoy podemos celebrar la Cena, es porque ha existido el Viernes Santo y la Pascua. No puedes nunca separar estas hojas del tríptico aunque en la oración las contemples sucesivamente para asimilarías mejor y hacerlas pasar del dominio de las verdades teóricas al de las verdades prácticas que comprometen tu libertad.
Al abordar estos misterios de la salvación, el ritmo de tu oración cambia. Ya no estás preocupado por recibir la enseñanza que Cristo te ofrece a propósito de tu entrada en el Reino. Si has seguido bien el itinerario, tu corazón ha sido iluminado por la Palabra de Dios y has podido descubrir lo que esperaba de ti. Se trata ahora de olvidar tus preocupaciones inmediatas para contemplar únicamente la persona de Cristo, no en sus gestos externos, sino en su actitud existencial. Se la podría resumir en una de las sentencias de Jesús: ´Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos". (Jn. 15, 13)
En el centro de tu contemplación, no debe haber ya más que una sola realidad: el amor de Cristo por todos los hombres. En la cena, como en la Cruz, ya no se puede considerar otra cosa más que el amor de Jesús que se entrega al Padre por ti. Ensancha tu receptividad para acoger este amor de Jesús. Tu vida diaria es así asumida en la vida de Cristo y adquiere una dimensión eterna.
La oración de alabanza y de adoración es un salir de ti para fijar tu mirada únicamente en Cristo. Trata de anularte del todo para contemplar el amor infinito de Cristo dándole gracias y compartiendo su copa. Es una oración desinteresada en la que manifiestas a Cristo todo el amor de tu corazón, o más bien el poco amor que sientes por él, pues ahí está la paradoja de esta contemplación: cuanto más tratamos de descubrir el amor de Cristo tanto más nuestro corazón se duele por nuestra indiferencia e ingratitud para con él. Es la esencia misma de la oración. Descubrirás muy pronto que estás muy poco vinculado a Cristo; sentirás que tu corazón está pesado y poco flexible, incapaz de contemplarle largo tiempo porque le amas poco. El fruto de esta contemplación es el hacerte descubrir experimentalmente qué duro y seco es tu corazón ante el amor infinito de Jesús que resplandece en la Pasión. Si experimentas estos sentimientos, es señal de que tu corazón se "afina" y de que percibes el abismo que te separa de Cristo. Acepta estar desorientado, pobre e impotente ante él; sobre todo haz de este sufrimiento una súplica para que cuando llegue el momento te haga gustar interiormente el amor que te tiene.
Tu oración debe hacerse cada vez más sencilla; lee despacio los acontecimientos en el Evangelio, pero deja pasar los detalles para fijarte únicamente en la persona de Jesús. Pide al Espíritu que ha empujado a Jesús a entregarse al Padre que te revele un poco su amor. Hacen falta muchos años para que un poco de su amor germine en ti y no te deje ya ningún reposo. Entonces amarás a Cristo con el mismo corazón con el que él te ha amado.
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