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Devocionario. Oración de abandono

10. Tú estás delante de Dios
Dios está atento a tu queja, escucha, oye, está cerca, acoge, te da audiencia


Por: Jean Lafrance | Fuente: Catholic.net



Cuando has experimentado la presencia de Dios, las palabras del salmo empiezan a hablarte al corazón. Hay en particular una palabra que se repite en cada versículo: "tú". Si hubiera que resumir la actitud del orante en la Biblia, se podría decir que está en pie delante de Dios, pero que este Dios deja de ser un objeto, un ser impersonal, para convertirse en un ti", un "tú".

En el simple plan humano, es preciso que te sitúes ante una presencia distinta o la presencia de otro para dialogar. Existe siempre un gran peligro de colocarte muy rápidamente en el sitio del otro. Es decir que, para hablar a otro, es preciso que seas tú mismo. El hacerte presente a ti es condición para hacerte presente al otro.

Antes de entablar un diálogo, se da una puesta en presencia, un afrontamiento. En el sentido etimológico de la palabra "alter", el otro te transforma, te "altera".
Esta es también la primera condición para entrar en diálogo con Dios. Ya se trate de Moisés, de Elías o de Isaías, todos estos hombres están en pie ante Dios (Ex 33, 18-23; Is 6). El orante tiene por misión estar en pie delante de Dios, en su presencia. Subyacente a este ponerse en la presencia de Dios, existe la convicción de que Dios conoce el corazón del hombre: "Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía" (Jr 1, 5). Conocer a Dios o ser conocido por él, es ponerse en relación con él, ser introducido a su intimidad, experimentar su presencia, padecer su acción, participar de su vida: "Pero tú, Yavé, tú me conoces, me ves, pones a prueba a mi corazón, está contigo".

Esto quiere decir a la vez dos cosas:
- Estás a distancia. Entre Dios y tú, hay un abismo, a causa de su trascendencia. En la Biblia, no encuentras, ni de lejos ni de cerca, ningún panteísmo. Dios es siempre otro, distinto de su criatura. En el panteísmo hay mezcla, fusión, pero no verdadero diálogo porque las personas no son autónomas y libres.
- Estás cerca. A pesar de la extrema diferencia, tienes la convicción de que no hay distancia. Dios está cerca de ti y te ve.
Es el respeto de la trascendencia y de la inmanencia de Dios.

Dios está atento a tu queja, escucha, oye, está cerca, acoge, te da audiencia: "Di Yavé, si no te he servido bien; intercedí ante ti por mis enemigos en el tiempo de su mal y de su apuro. Tú lo sabes." (Jr 15, 11) "Pues Yavé ha oído la voz de mis sollozos. Yavé ha oído mi súplica. Yavé acoge mi oración." (Sal 6, 10).

Dios no es tan sólo un oyente pasivo que registra tus peticiones, él te contesta y entabla un diálogo contigo: "Yo te llamo, que tú, oh Dios me respondes." (Sal 17, 6). "Mi corazón tú sondeas, de noche me visitas." (Sal 17, 3). De hecho Dios vuelve su rostro hacia ti y de este modo te salva.
En la Biblia, aquellos que han experimentado al máximo el sentido de la proximidad son también los que han tenido el máximo sentido de la distancia y de la trascendencia de Dios.

Muy a menudo, es por no comenzar por esta puesta en la presencia de Dios Santo y cercano por lo que tu oración degenera en monólogo. No empleas bastante tiempo en recogerte para llegar a la oración pacificado interiormente. Antes de entrar en oración, camina con calma, respira profundamente, y pon todas tus preocupaciones y cuidados en las manos del Señor. Cuida los comienzos poniéndote profundamente en la presencia de Dios.

Aunque pases diez minutos en tomar tan sólo conciencia de esta presencia, no habrás perdido el tiempo. Luego, te abres totalmente con el Espíritu Santo que hará el resto alimentando tu diálogo con el Padre.
Recuerda muy bien esto: estás delante, estás cerca, eres visto, eres escuchado, eres amado: "Pongo a Yavé ante mí sin cesar; porque El está a mi diestra, no vacilo." (Sal. 16, 8). Cuando vengas a la oración, no te dejes llevar de la costumbre, sino entra decididamente bajo la mirada de Dios y llégate a su morada: "Mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene." (Sal 63, 9).



 



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