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Devocionario. Oración de abandono

3. El deseo de conocer más a Dios
La señal de que has empezado a conocer a Dios no se encuentra en las ideas que tienes sobre él o en el gozo de la oración, sino en el ardiente deseo de conocerle más.


Por: Jean Lafrance | Fuente: Catholic.net




La señal de que has empezado a conocer a Dios, es el deseo de conocerle más
¿Quieres saber si avanzas en el conocimiento de Dios? Pregunta a los grandes orantes de la Biblia y acepta el revivir su larga experiencia. Moisés ha contemplado el Dios inaprehensible de la zarza ardiendo, se ha dejado amaestrar por Dios y se ha convertido en su amigo íntimo: "Yavé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo". (Ex 33, 11).

Moisés ha llegado pues a un gran conocimiento de Dios que le ha revelado su nombre, es decir el fondo de su íntimo ser. Es el amigo de Yavé. Y sin embargo mira, Moisés pide un conocimiento mayor de Dios. Lee en silencio esta oración de Moisés:
Dijo Moisés a Yavé: "Mira, tú me dices: Haz subir a este pueblo; pero no me has indicado a quién enviarás conmigo, a pesar de que me has dicho: Te conozco por tu nombre, y también: Has hallado gracia a mis ojos.

Ahora pues, si realmente he hallado gracia a tus ojos, hazme saber tu camino, para que yo te conozca y halle gracia a tus ojos, y mira que esta gente es tu pueblo". Respondió El: "Yo mismo iré contigo y te daré descanso". Contestóle: "Si no vienes Tú mismo, no nos hagas partir de aquí. Pues, ¿en qué podrá conocerse que he hallado gracia a tus ojos, yo y tu pueblo, sino en eso, en que Tú marches con nosotros? Así nos distinguiremos de todos los pueblos que hay sobre la tierra". Respondió Yavé a Moisés: "Haré también esto que me acabas de pedir, pues has hallado gracia a mis ojos, y Yo te conozco por tu nombre".
Entonces dijo Moisés: "Déjame ver, por favor tu gloria". El le contestó: "Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yavé; pues hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia con quien tengo misericordia". Y añadió: "pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede yerme el hombre y seguir viviendo". Luego dijo Yavé: "Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña. Y al pasar mi gloria te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que Yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver" (Ex 33, 12-23), y haz tuya la triple petición que hace a Dios: "Hazme conocer tus caminos, hazme conocer tu gracia, hazme, por favor, ¡ver tu Gloria!"

La señal de que has empezado a conocer a Dios no se encuentra en las hermosas ideas que tienes sobre él y mucho menos en el gozo que te procura la oración, sino en el ardiente deseo de conocerle más. No desearías a Dios si no supieses que existe.

Si no tuvieses a Dios contigo, no podrías experimentar su ausencia. Precisamente en el vacío del deseo, es donde se desvela la presencia de Dios. Es una presencia en la ausencia.

Dios es misterio y se te desvela progresivamente. Cuanto más avances en el conocimiento de Dios, más cuenta te darás de que el misterio permanece y se oscurece, y tanto más desearás conocerlo mejor: "Si existe un verdadero deseo, si el objeto del deseo es de verdad la luz, el deseo de la luz produce la luz ".

¿Quieres conocer la calidad de tu vida de oración? Empieza por preguntarte cuál es la calidad de tus aspiraciones y de tus deseos. San Pablo dirá: "Los que viven según el Espíritu desean lo espiritual" (Rom 8,5).

Cuanto más te invada el Espíritu de Dios, tanto más tus deseos se corresponderán a los del Espíritu. Pero es preciso que esas aspiraciones sean efectivas y lleven a una realización al menos parcial. Entonces hazte esta pregunta: ¿Tengo sed de Dios? ¿Mi corazón y mi carne gritan hacia él? El verdadero conocimiento de Dios no se puede expresar. Dios es el indecible: Señor, ¡Haz que yo te desee! La intensidad de tu deseo de Dios es la señal de la calidad de tu caridad. ¿Tienes nostalgia de la oración?

Dios responde al deseo de Moisés introduciéndole progresivamente en su misterio, pero para esto debe pasar por una muerte radical: "No puedes ver mi rostro y seguir con vida" (Ex 33,20). Ahora, conoces a Dios como en un espejo, luego le conocerás como tú eres conocido, cara a cara, cuando hayas aceptado el morir. No puedes ni imaginar lo que verás mañana.

De momento, acepta el mantenerte en la hendidura de la roca, hundido en la tiniebla más profunda, y envuelto en la mano de Dios. Entonces, como Moisés, verás a Dios de espaldas, es decir en los signos de su presencia. Entonces Dios pasa y pronuncia su nombre: "Yavé, Yavé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad" (Ex 34, 6). Cada vez que se te muestra Dios, se revela como la misericordia universal.

Y luego, mira la reacción de Moisés una vez que ha pasado Dios. Cae de rodillas en tierra, se postra y se humilla todavía más. El efecto del amor es la adoración, la humillación de ti mismo. Y entonces viene la oración de intercesión de Moisés: "Si en verdad he hallado gracia a tus ojos, oh Señor, dígnese mi Señor venir en medio de nosotros" (Ex 34, 9). Reconocerás la verdad de tu oración en la humildad de toda tu vida y en la solicitud por servir a tus hermanos e interceder por ellos. Como Moisés, no puedes ser intercesor y mediador sino en la medida de tu intimidad con Dios. Que el Espíritu Santo ahonde en ti un alma de deseo.


 



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