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Devocionario. Oración de abandono

9. La oración, cara a cara con Dios
La verdadera alegría es estar allí, delante de Él y experimentar su presencia.


Por: Jean Lafrance | Fuente: Catholic.net



Y he aquí que de pronto, te conviertes en Alguien
Esta palabra de Claudel en el momento de su conversión podría también convenir a la oración cristiana. A menudo te preguntas lo que hay que hacer o decir en la oración, y pones por obra todos tus recursos personales, pero todo esto no expresa el fondo de ti mismo. La oración es ante todo una experiencia de ser y de presencia.

Cuando encuentras un amigo, estás, ciertamente, interesado por lo que dice, piensa o hace, pero tu verdadera alegría es estar allí, delante de él y experimentar su presencia. Cuanto mayor sea la intimidad con él tanto más las palabras se harán inútiles, más aún molestas. Toda amistad que no ha conocido esta experiencia de silencio está inacabada y deja insatisfecho: "Felices dos amigos que saben amarse lo suficiente para callar juntos."

En el fondo, la amistad es el largo aprendizaje de dos seres que se familiarizan juntos. Quieren dejar el anonimato de la existencia para llegar a ser únicos el uno para el otro: "Si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo ." De pronto descubres que el otro se ha convertido en alguien para ti¡ y que su presencia te satisface más allá de las palabras.

La parábola de la amistad te puede ayudar a comprender un poco el misterio de la oración. Mientras no hayas sido seducido por el Rostro de Dios, la oración permanece todavía exterior a ti, se impone desde fuera, pero no ha llegado a ser ese cara a cara en el que Dios se ha convertido en Alguien para ti. El camino de la oración se te abrirá el día en que experimentes de verdad la presencia de Dios. Puedo describirte el camino de esta experiencia, pero al final de esta descripción seguirás todavía en el umbral del misterio. No podrás ser admitido a él más que por la gracia y sin ningún mérito de tu parte.

No puedes reducir la presencia de Dios a un "estar-allá" en un cara a cara de curiosidad, de yuxtaposición, de servidumbre o de necesidad, sino es una comunión, es decir una salida de ti hacia el otro. Es un compartir, una "Pascua" un pasar de dos "yo" al interior de un "nosotros" que es a la vez don y acogida.

La presencia de Dios supone pues un morir a ti mismo en la pretensión que te empuja sin cesar a echar mano de las personas que te rodean para apropiarte de ellas. Llegar a la verdadera presencia de Dios, es abrir una brecha en tu yo, es abrir una ventana sobre Dios cuya mirada es la expresión más significativa. Y sabes muy bien que en Dios, mirar es amar .

En la oración, déjate seducir por esta presencia pues has sido "elegido para ser santo e inmaculado en la presencia de Dios en el amor" (Ef 1, 4). Que seas consciente o no, esta vida en la presencia de Dios es real, es del orden de la fe. Es una vida del uno para el otro, un cara a cara recíproco en el amor. Las palabras se hacen entonces más raras cada vez; para qué recordar a Dios lo que él ya sabe pues te ve en profundidad y te ama. La oración, es vivir intensamente esta presencia y no el pensarla o imaginarla. Cuando lo estime conveniente, el Señor te la hará experimentar más allá de las palabras, y entonces todo lo que podrás decir o escribir te parecerá pobre o irrisorio.

Todo diálogo con Dios supone en segundo término este telón de fondo de la presencia. Desde el momento que te has establecido en profundidad en este cara a cara en el que tú miras a Dios a los ojos, puedes pulsar cualquier otro registro en tu oración: si es acorde con este tono principal y fundamental, estás de veras en oración. Pero puedes considerar esta presencia en Dios bajo tres iluminaciones distintas que te hacen penetrar cada vez más en la oscuridad de esta realidad. Estar en la presencia de Dios, es estar ante él, con él y en él. Sabes muy bien que en Dios no hay dentro ni fuera, sino un solo ser siempre en acto.

Sólo desde el punto de vista del hombre esta actitud presenta facetas varias. No olvides nunca que si puedes hablar con Dios, es porque él ha querido hablar contigo. Esta triple actitud del hombre corresponde pues a un triple rostro de Dios en la Biblia: el Dios del diálogo es el Santo, el Amigo y el Huésped.



 



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