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Hacia una psicología integral

Hacia una psicología integral
La personalidad de la persona humana.


Por: Por Roel Osorio | Fuente: Equipo Gama



Si por sus etimologías griegas y latinas persona y personalidad son palabras equivalentes, ¿por qué su significado actual es tan diverso? ¿Por qué Freud y los psicólogos posteriores profundizan en la noción de personalidad y no ya en la persona misma?


I. Psicología moderna y uno de sus progenitores

Durante mis años de trabajo en diversos países, he logrado percibir la importante dependencia que la sociedad occidental mantiene con algún tipo de asistencia psicológica.
En muchos se sucedía que ese apoyo de formación, lejos de ser provechoso, sano y conveniente, se convertía en un peligro para su formación integral, dado que les iba dejando una visión deformada o reduccionista de sí mismos. Esto, naturalmente, traía como consecuencia una distorsión en la vivencia de los valores morales a nivel personal y si se multiplica el fenómeno, como de hecho se da, nos enfrentamos a un problema social y cultural. Tanto es lo que se pone en juego al solicitar ayuda profesional psicológica.

No es mi objetivo anatematizar el psicoanálisis, cimiento de las terapias en la psicología clínica; es preciso reconocer el legado que nos ha dejado para conocer mejor la concepción actual de la personalidad humana. Se trata más bien de insistir en la importancia que tiene la base antropológica que el psicólogo consultado haya recibido durante sus estudios universitarios, viva a nivel personal y siga profesionalmente.

Por otro lado, tampoco podemos dejar de reconocer que la influencia de Freud, fundador del psicoanálisis, en la psicología e incluso en la misma cultura no ha sido superada. La mayoría de los psicólogos que han construido decisivamente la psicología clínica sobre el psicoanálisis, no dudan en llamarlo “padre” del mismo: Jung, Adler, Fromm; incluso los que le critican como Skinner –conductismo- y Frankl –logoterapia-.

La médula del problema, dentro de la aplicación de la psicología como herramienta del desarrollo humano, se encuentra en la imperiosa necesidad de reivindicar a la persona como centro del pensamiento social y, por lo tanto, profundizar mejor si las teorías de la personalidad que prevalecen en las diferentes ciencias sociales, en este caso la psicología clínica, son concepciones coherentes con lo que el hombre es.
Una concepción así, fiel a lo que el ser humano es, la encontraremos sin duda en una psicología cimentada en una antropología que se base en el realismo metafísico. Aportación, dicho sea de paso, que la doctrina católica nunca ha dejado de profundizar y custodiar.

El hombre en Freud

Para llegar a entender la concepción y estructura antropológica que nos presenta “el padre del psicoanálisis”, debemos intentar penetrar al hombre tal y como él lo concibe. En mi opinión, la visión del hombre en Freud, misma que ha dejado su impronta indeleble a todas las generaciones de psicoanálisis y concepciones posteriores de la personalidad, se compone de tres factores:

1.El contexto histórico de la psicología de su tiempo.
2.El influjo de las corrientes filosóficas modernistas.
3.La propia interpretación de los factores anteriores en sus teorías sobre el psicoanálisis.

Dada la brevedad de estos artículos de interés, no presentaré cada uno de estos factores en particular; pero intentaré hacer una síntesis hasta abordar el problema de la concepción psicoanalítica de persona y personalidad.
Considero que es en este problema, o confusión ontológica, donde tropezó con más fuerza Freud; ya que quitada la sustancia (persona), del estudio del hombre, nos quedamos dejando en su lugar los accidentes (personalidad y conducta), teniendo como resultado una visión reduccionista del ser humano.

La psicología de Freud

El psicoanálisis o psicología freudiana, nace en medio de una controversia, ya en evolución desde el siglo que lo precede, para definir el objeto propio de la psicología experimental y su método. La historia de la psicología desde mediado el siglo XIX y durante el siglo XX, es la historia de su lucha por independizarse de la filosofía.

Numerosos investigadores, destacando entre ellos Sigmund Freud, se esforzaron por resaltar el carácter experimental de la psicología prescindiendo de toda preocupación metafísica y limitándose al análisis de hechos observables y comprobables.

Como bien señala Cabaynes Truffino, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Society for Behavioral and Cognitive Neurology, una mezcla de progreso y de algunas formulaciones filosóficas llevó a que el siglo XIX supusiera la neta incorporación de la metodología experimental al campo de la psicología, desgajando una parte importante de su núcleo especulativo y constituyendo el enfoque empírico de la psicología.

Por lo que respecta a su estudio, el objeto de la psicología se transformó. Alejándose de la filosofía ya no es la persona a quien busca comprender y estudiar, sino la personalidad, limitándola al sustrato de lo observable: el centro de interés de la psicología experimental se descubre en las normas y causas de la conducta humana. Más allá de esto, Freud, unifica la doctrina sobre la personalidad, es decir de la conducta y sus causas, y el método para observarla, analizarla y corregirla, dando como resultado la teoría sobre el psicoanálisis.
En efecto, el psicoanálisis, nos presenta no sólo una explicación de las causas y patrones del comportamiento; nuestro autor decide abordar un serio problema para los psicólogos de su tiempo: concretar los componentes de la personalidad. Freud resuelve la cuestión exponiendo una estructura del todo novedosa sobre los elementos constitutivos de la personalidad.

Cabe notar que en las primeras publicaciones de Freud sobre el psicoanálisis apenas se hace mención a la personalidad. Esto es comprensible ya que los teóricos de la personalidad aparecen hasta el siglo XX. El horizonte histórico en que comienza a escribir Freud está todavía penetrado por la psicología filosófica. Al filo de las mismas fechas nace la psicología experimental conducida por su pionero Wundt, en la Universidad de Leipzing en 1878. Posteriormente, la considerada “nueva ciencia”, siguió su desarrollo de la mano de varios profesores en la misma universidad: Ebbinghaus (1850–1909), Titchener (1867–1927) y algunos otros como Stanley Hall (1844– 1924), quien fundó el primer laboratorio de psicología experimental en los Estados Unidos.

Es en este ambiente de investigación de la naciente psicología moderna donde Freud comienza desarrollando lo que denomina como “aparato psíquico”, es decir su teoría de la personalidad y la estructura, altamente mecanicista, de la misma. Él mismo no imaginaría el alcance y consecuencias de sus teorías, como veremos en el siguiente artículo.

Reduccionismo: Persona no, personalidad a la freudiana

Los conceptos de persona y personalidad son términos que derivan del griego prósopon y del latín personare, persona, que significan resonar o sonar con fuerza. El prósopon era la máscara utilizada por los actores en las tragedias y representaciones griegas. Persona era, por eso, sinónimo de personaje; la máscara que utilizaban para amplificar el volumen de voz y al mismo tiempo, para representar mejor los rasgos del papel que encarnaban.

Posteriormente, con el desarrollo de la explicación filosófica de la teología, se afronta el problema de la noción de persona como sustancia o como naturaleza para entender la Trinidad Divina: una naturaleza en tres personas, y la encarnación de Dios: dos naturalezas en una persona. Estas últimas explicaciones “metafísicas” sobre la noción de persona dejaron de importar una vez que el mecanicismo y empirismo modernistas fueron la medida de la ciencia.

Aún así, de aquí surge nuestra dificultad: si por sus etimologías griegas y latinas persona y personalidad son palabras equivalentes ¿Por qué su significado actual es tan diverso? ¿Por qué Freud y los psicólogos posteriores profundizan en la noción de personalidad y no ya en la persona misma?

Pues bien, la respuesta la encontramos una vez que, como señalamos anteriormente, la psicología se ha independizado o descontextualizado del ámbito filosófico. Así, personalidad se convierte en el correlato psicológico del término persona utilizado en el contexto “arcaico” de filosofía metafísica realista y teología cristiana.

Aprovechando la confusión y el reduccionismo con que se iba empobreciendo la concepción del hombre, como señala Dietrich Schwanitz filólogo, filósofo, historiador y ex profesor de cultura en la Universidad de Hamburgo, Freud decidió acrecentar el problema: eliminó el sentido de moralidad y lo sustituyó por el de neurosis. Par esto decidió ampliar la casa de la personalidad y estructurarla al modo en el cual hoy se organizaría un software que depende totalmente del hardware. Así, agregó una habitación fundamental: el inconsciente.

Desde entonces el hombre ya no es dueño de sí mismo, pues con él cohabita alguien a quien no ve, no conoce; pero que encausa y dirige sus actos sin que él mismo se dé cuenta. Este gemelo invisible, actúa determinado por el exterior; pero a la vez ofrece hacernos felices en la medida en que lo liberamos.

¿Quién nos ayuda a comunicarnos con esa parte indómita y misteriosa de nosotros mismos? El psicoanalista. Puesto que el inconsciente se expresa en lenguaje cifrado, su misión consiste en descifrar ese lenguaje.

Conocer quién es el hombre o qué es exactamente ese inconsciente, parte más intima de uno mismo, ya no es lo que importa. Lo único importante es conocer cómo actúa y aprender a comunicarnos con él.

Pero Freud, no sólo logró modificar así la autoconcepción del individuo del siglo XX, sino también la forma de relacionarse con los demás: es necesario tomar en cuenta el inconsciente del otro. Así, mi juicio ante una acción que no me gusta de otra persona puede ser de dos tipos: moral o psicológica. Si elaboro un juicio moral: es un deshonesto, este juicio presupone la libertad, pues sólo puedo acusar a una persona de inmoral si ésta ha podido actuar de otro modo. Entonces sólo nos queda enjuiciarlo psicológicamente: no puede hacerlo mejor, es un neurótico, declarándolo irresponsable de sus actos.

Como vemos, de una antropología reduccionista, pasamos a una concepción moral equivocada. Dicha forma de “moral psicoanalítica” implica una seria contradicción: por un lado, la necesidad de liberar las represiones del inconsciente como condición de posibilidad para nuestra felicidad; por el otro, la determinación con que nuestros actos se ven condicionados o esclavizados por dicho inconsciente.

De esta forma también puedo disculparme a mí mismo. Pero toda disculpa desde el punto de vista moral se paga con la pérdida de autoestima y el reconocimiento de mi esclava condición: puedo elegir entre ser un deshonesto o un demente neurótico. Al parecer la gente de hoy ha sido convencida mucho más de la segunda opción.
A su vez el diálogo generacional se ha visto transformado radicalmente en un proceso judicial: los demandantes son los psicoanalizados y los demandados son los padres, los abuelos, los profesores de preescolar, primaria, los sacerdotes y la forma dramática como reprimen nuestro yo con sus moralismos neurotizantes, etc.

Así, en una sociedad que se jacta de ofrecer cada vez más ámbitos de libertad y más posibilidades de elección, es también cada vez más fácil sentirse culpable de algo o acusar a los demás. En todo caso, el psicoanálisis nos ofrece a todos una “redención laica”: el hombre, como en todos los tiempos, no deja de realizar actos malos, pero verdaderamente no es él quien actúa, sino su inquilino inconsciente, y en todo caso, este mismo debe sus impulsos a otros factores.

Siguiendo adelante con esta imagen del obrar humano ¿Quién se atreverá a determinar con valor absoluto lo que está bien y lo que está mal? El valor moral, si no se reduce al penoso juego de liberación o represión de nuestro inconsciente, como Freud lo veía; al menos se limita a un sistema legalista y artificial impuesto por los gustos de una sociedad que no quiere ser neurotizada sino absolutamente libre.

Psicología o Psicolocura: hacia una psicología integral

Psicología Integral: de una antropología metafísica a la personalidad de la persona humana


Desde esta perspectiva, hablar de personalidad, resulta más bien algo que se da o sustenta en la persona. La personalidad depende de la persona como de su propio origen. Entender esto nos salva de posibles confusiones, mismas que se dieron en Freud y se siguen dado en ámbitos de psicología; entender que al hablar de persona, en un sentido metafísico, equivale a hablar de la sustancia, de acuerdo a la misma definición clásica que Boecio nos da: “Llamamos persona a todo individuo (individua substantia) de naturaleza racional (naturae rationalis)”.
En cambio al hablar de la personalidad, nos referimos al conjunto de manifestaciones de la persona. No es algo superpuesto al ser, como un abrigo. La personalidad es la manifestación de lo que se es: factores genéticos, biológicos, familiares, socioculturales, etc. En definitiva persona y personalidad vienen a ser dos caras de una misma moneda; mejor aún, la personalidad es las caras de la moneda, es decir de la persona.
Efectivamente, la persona, es el fundamento de la personalidad, la razón última por la que cada ser humano es lo que es y no otro. La personalidad, en cambio, es una explicación, siempre penúltima e incompleta, del modo en que se conduce cada ser humano.

Llegando a este punto podemos, y es conveniente, sacar una clara conclusión: cualquier estudio de psicología moderna sobre la personalidad, jamás abarcará la totalidad de la persona estudiada. Error que ha llevado a varios psicólogos y escuelas de psicología, incluido Freud, a una visión reduccionista del hombre.

Ahora bien, esto no es obstáculo para afirmar que ciertos aspectos relevantes de la persona se han logrado explicar y ser conocidos a través del estudio de la personalidad. Agitur sequitur esse, de los accidentes conocemos o vemos manifestada la sustancialidad; pero no podemos reducir ésta a aquellos.

Hacerlo terminaría por dejarnos una visión enrarecida de la persona humana; poco realística al considerar dichas manifestaciones como condicionalismos biológicos-energéticos (Freud), como fuerzas invisibles, no equivalentes a espirituales (Jung), o simplemente como resultados mecanicistas conductuales (Skinner) y, lo que es peor, nos llevaría a un desconocimiento de nosotros mismos.
Aquilino Polaino Lorente, catedrático de psicopatología en la Universidad Complutense de Madrid, explica en su libro Fundamentos de psicología de la personalidad, que existen más de 2000 teorías sobre la personalidad, así como escuelas de psicología desde las que se ha intentado abordar el estudio y enfoque de formación de la misma. Así pues, la tarea de cribar un campo tan importante desde sus fundamentos resulta tan interesante, como difícil y titánica.

¿Qué hacer? Nosotros como orientadores espirituales, confesores y formadores de auténticos cristianos, no podemos suprimirnos del conocimiento básico, y en algunos casos, a la recomendación o desacreditación de ciertos tratamientos terapéuticos psicológicos. ¿Cómo identificar aquél que sea el óptimo en aras de alcanzar la formación del hombre auténtico para luego formar al santo?

La respuesta es muy sencilla: no existe una escuela de psicología o modelo que explique la personalidad y sea perfecto. El mismo Dr. Aquilino reconoce que casi hay tantos tipos de modelos, como psicólogos. Ciertamente hay algunas escuelas que por lo disparatadas de sus teorías, con un poco de sentido común descartaremos enseguida; pero por las demás, conviene poner énfasis en la tesis que presenté al inicio de estos artículos de interés: la base antropológica que el psicólogo consultado haya recibido durante sus estudios universitarios, viva a nivel personal y siga profesionalmente.
¿Y para nuestra formación personal? ¿Qué tipo de modelo de psicología o autor me ayudará a conocer mejor la personalidad humana y su formación? Yo sostengo que en su mayoría, las escuelas de psicología que han trascendido ofrecen algo positivo, es decir, algo de verdadero en su explicación y apoyo formativo. Pero debemos acercarnos a ellas con cautela, como el sembrador que, conociendo bien el trigo –es decir habiendo adquirido una sólida formación antropológica y ética, basadas en una metafísica realista- sabe quitarle la cizaña para ofrecer al hambriento un pan de harina rica y sana. Es un campo basto; una labor fatigosa; pero como deber de caridad, no podemos sustraernos a esta delicada tarea en bien de la formación integral de nuestros hermanos los hombres.

En este sentido no podemos olvidar que el mejor psicólogo de todos los tiempos y el fundamento de la auténtica libertad y paz interior es Jesucristo: Dios hecho hombre. El contacto asiduo con Él en la oración y la vivencia de sus enseñanzas son un medio esencial, que no quiere decir excluyente, para alcanzar el bienestar psicológico y un desarrollo armónico de nuestra personalidad.


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