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El trabajo y la alegría
Hay quienes no conceden ninguna trascendencia a su trabajo y lo hacen de cualquier manera


Por: Aníbal Cuevas | Fuente: Fluvium.com



El trabajo y la alegría
Existe la creencia generalizada de que el trabajo es un castigo. Se trata de una vieja afirmación cuyo origen es una lectura incorrecta del Libro del Génesis. Según esa idea el trabajo sería un castigo de Dios a la humanidad al haberse rebelado Adán y Eva contra El. Quienes esto interpretan no tienen en cuenta que el mismo Libro, mucho antes, se refiere al trabajo como participación del hombre en la obra de la Creación. Por tanto el cansancio o maldición es consecuencia del pecado original y no parte consustancial del trabajo.

Hay quienes lo consideran únicamente como fuente de ingresos, otros lo usan para escalar posiciones sociales o prestigio. Ninguno de los dos fines están mal siempre y cuando no sean el fin último. Hay quienes no conceden ninguna trascendencia a su trabajo y lo hacen de cualquier manera, incluso si pueden no trabajan o trabajan menos.

Por el contrario hay quien hace del trabajo el centro de su vida cayendo en la profesionalitis. Indudablemente actitudes ante el trabajo como las descritas hacen que éste sea percibido como un castigo que, además, suele afectar a la vida personal y familiar.

Para una persona equilibrada trabajar y hacerlo bien debe suponer una honda satisfacción producto de la labor bien hecha. Es importante la actitud con la que se afronta y la motivación que nos dirige. Me parece muy útil e interesante recuperar el origen primero del trabajo que sin duda puede hacer de él una fuente de alegría.

La generosidad como fuente de alegría

La generosidad era definida por García Hoz como el fundamento del trato con las personas. Implica compañerismo, amistad, espíritu de colaboración. Se trata de una virtud que encuentra sus primeras experiencias en la familia, corresponde a los padres fomentar en casa la participación y el espíritu de servicio ayudando a los hijos a encontrar la felicidad que supone estar a disposición de los demás.

La vida ajetreada y complicada nos invita muchas veces a hacer nosotros mismos lo que podrían y debieran hacer los hijos, puede que actuar así sea más cómodo y efectivo pero supone "robar" a los hijos oportunidades de sentirse felices y crecer como personas.

En un mundo materialista que tiende a reducir la generosidad a dar dinero o bienes materiales, convendría ampliar el campo de la generosidad a la disposición de dedicar tiempo a los demás. Por ejemplo ayudar a un hermano en los estudios, visitar a familiares enfermos o mayores, ayudar en casa.

Experimentar la alegría que supone ser generosos ayuda a que no todo gire en torno a uno mismo y sus cosas, descomplica mucho la cabeza y evita pensar en problemas que muchas veces solo están en la imaginación.







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