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Sobre el corazón y la mente

Sobre el corazón y la mente
Solemnidad de San Pedro y San Pablo Lo esencial es mantener sobre nuestro horizonte la presencia amorosa de un Dios que se hizo hombre en Jesucristo.


Por: P. Gustavo Vélez | Fuente: Catholic.net



Solemnidad de San Pedro y San Pablo


“Dijo entonces Pedro: Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: Y tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. San Mateo, cap. 10.



“El agua toma siempre la forma de los vasos que la contienen”, escribió Amado Nervo. En consecuencia, el programa de salvación de un Dios-Amor no fue gran cosa en sus inicios. Comenzó a palpitar en la mente y el corazón de un pescador de Galilea y de un fariseo, convertido luego al cristianismo. El nivel intelectual de aquel obrero del lago no sería muy alto. El otro judío representaba una clase media de su tiempo.



Simón Pedro nacido en Caná, siguió a Jesús, luego de abandonar sus barcas y sus redes. Vino después a morir en Roma, hacia el año 67 de nuestra era, según atestigua la tradición.

Unos meses después de conformar el grupo de Los Doce, el Señor les preguntó: “¿Y vosotros quién decís que soy yo?”. Pedro respondió en nombre de todos: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”.

Cuenta san Mateo que esto ocurrió en las inmediaciones de Cesarea de Filipo, pequeña ciudad próxima al monte Hermón. Anteriormente se llamó Paneas, por el culto que allí se tributaba al dios Pan. Filipo, uno de los hijos de Herodes, la amplió más tarde embelleciéndola y le cambió el nombre para honrar a César Augusto.

No lejos de allí sobre un alto peñasco, brotaba un copioso manantial. Sería éste el escenario donde Jesús responde al jefe de los Doce: “Y tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

Compañero de fórmula en esas primeras andanzas por Jesús resucitado, fue Pablo de Tarso. Judío como el que más, educado a los pies de Gamaliel y perseguidor de los cristianos antes de encontrarse con el Señor Jesús, camino de Damasco. La tradición también afirma que murió en Roma el mismo año que Pedro.



Sobre estos dos personajes se fundamenta todo el edificio de nuestra fe cristiana. Pedro, como la autoridad central. Pablo, el ideólogo. Antes de la aparición de los evangelios sus cartas ya se leían en las comunidades cristianas. Él vertió las enseñanzas de Jesús a las diversas culturas que alentaban sobre el imperio romano.



Presidir la Iglesia de Roma equivalió a ser su obispo y por lo tanto cabeza de toda la cristiandad. Algo entonces muy simple, sin muchos documentos ni estructuras.

Quienes lo sucedieron en el cargo se fueron llenando de tareas, responsabilidades, compromisos, vistosos atuendos, hasta el día presente.

Sin embargo lo esencial continúa vivo y palpitante sobre el corazón y la mente de quienes seguimos a Jesús de Nazaret.

Y alguien podría preguntar: ¿Qué es lo esencial? Lo esencial es mantener sobre nuestro horizonte la presencia amorosa de un Dios que se hizo hombre en Jesucristo. Que murió en la Cruz, pero resucitó al tercer día, probando así que la muerte temporal es algo relativo y transitorio.

Que nos enseña a compartir cuanto somos y tenemos. Que anima en cada creyente una indestructible esperanza de un mañana estable y mejor.

Esta es nuestra fe, esta es la fe que Pedro y Pablo proclamaron y que hoy confesamos los discípulos de Cristo por todos los rincones de la tierra.



semisiones@une.net.co







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