Los países católicos, todos sin excepción, tenemos que ver con alguna imagen de la Virgen María.
De estas imágenes de la Virgen que son queridas y veneradas por todo el mundo, necesitamos especificar “ciertos” peligros que de tanto repetirlos se están haciendo muy comunes entre sus devotos.
Estamos falseando lo esencial a su devoción: somos muchos, demasiados, los que vamos a los Santuarios marianos y nos quedamos con ir, lo que nos deja tan vacíos que solamente volviendo cada año es que “nos recargamos”.
Es muy peligroso que estemos haciendo turismo religioso y nuestra vida familiar, vecinal y laboral siga de mal en peor. Hasta llevamos la imagen en la cartera, en el coche y la tenemos en el escritorio pero como adorno y nada más.
Se nos ha olvidado que lo esencial de la devoción mariana es reflejar en nuestras vidas las virtudes de María, madre de Dios y madre nuestra. Para ello necesitamos, de manera especial, tocar con mucho cuidado las primeras páginas del evangelista san Lucas. Allí se nos narra el significado exacto de María escogida por Dios para traernos al Salvador de la humanidad.
Muchas flores y adornos
Cuestión que no es criticable, todo lo contrario, es una muestra de la fe, pero no es la totalidad de lo que significa y quiere la Virgen María para con sus devotos. Estamos acostumbrados a ofrecer. Recuerdo aquella comadre que se puso muy brava conmigo, pues vino a pedirme dinero para ir a un santuario en una isla lejana para pagar una promesa. Yo le dije: "A la Madre de Dios le puede pagar sus promesas en todas partes y además, ¿no será que usted está buscando echar un paseo por la isla y hacer unas compras?".
Yo he escuchado lo siguiente. "Virgencita si me haces el milagro te compro tantas velas y si no me lo haces no te prendo ninguna". A la Virgen lo que le importa de verdad, es nuestra vida. Una vida recta y llena de caridad para con el prójimo. Una vida donde los sacramentos vividos y asumidos con ánimo cristiano sean las flores y los adornos que embellezcan nuestras vidas.
Oración y emoción
Al llegar a su Santuario. Al escuchar sus milagros. Al oír una canción mariana y al verla pasar en procesión, se despierta en muchos una emotividad tan de nosotros que la música, los cohetes, las flores y los actos son pocos para ofrecerlos a la Virgen. He experimentado en mis 10 años de vida parroquial esas manifestaciones de fe y de emoción donde los gritos lanzados en oración son testigos de excepción. Lástima, y digo lástima como una queja, pues al pasar la imagen, pasa la emotividad, y casi de inmediato, seguimos tan natural con la vida “loca” bien cantada por Ricky Martin. Una vida que “para nada” tiene que ver con la Virgen, pues se sigue igual o tal vez peor.
Comunidades enteras que se esfuerzan y se unen para reparar, limpiar y adornar sus calles y al otro día siguen tan divididos y enfrentados como siempre. Hay el caso que por una bambalina mal puesta o no colocada, la división entre los vecinos se ha acentuado y desde ese día se declaran la guerra y con la Virgen de testigo.
Ayúdame y adiós
Una práctica tan vieja como el mundo. Buscamos a la Virgen, para que nos ayude y al tener el “milagro” nos perdemos de vista. Es como una búsqueda por necesidad y una huída sin pensarlo. Es toda una práctica “religiosa” que se parece a una farmacia: voy a ella cuando tengo necesidad de una medicina porque estoy enfermo, el resto no voy porque no me hace falta.
La devoción a la Virgen debe ser sincera y estar centrada en un hecho religioso que marca y da vida al cristiano que la practica dentro de su fe. Es decir, que necesitamos madurar toda manifestación de fe hacia la Madre de Dios. Manifestación que debe ser comprendida y vivida en lo esencial del misterio Encarnado del Verbo de Dios en el vientre virginal de María.
No es una mera devoción a una imagen que pasa o una serie de actos por salir del paso ante la fiesta o el movimiento de la imagen por mi calle o vecindario. Es algo mucho más serio que la simple visita. De ahí el peligro de flores, adornos, velas, oraciones emotivas cuando después, con el adiós rutinario, seguimos tan campantes y no hay cambio ni reflexión.
Propongámonos el siguiente camino de acción:
- Voy, seriamente, a conocer la historia y la vida de la Virgen María. Evangelios, Catecismo de la Iglesia Católica, libros de devoción, con una lectura diaria de 5 minutos. En dos meses tendremos una idea diligente de quien es la Virgen María.
- Me voy a preguntar: ¿cuál es mi devoción? Y al escogerla o tenerla voy a tratar de conocerla. ¿Dónde está? ¿Cómo apareció o llegó? ¿Cuáles son sus virtudes? ¿Qué implica ser su devoto? ¿Cuáles son mis obligaciones? Eso tarda tres meses. Ya van seis del año.
- Cerca de mi casa hay un templo parroquial. Debo asistir y allí voy a encontrar, de seguro, la devoción mariana y un grupo parroquial. ¿Por qué no formas parte de ese grupo de personas? Ellos te ayudarán y tú los ayudarás a ellos a hacer crecer, seriamente, la devoción. Otros seis meses.
En un año serás una persona perfectamente realizada, un creyente serio y dinámico, no sólo para verla pasar, sino para vivir la fe desde María, la Virgen, para gloria de Dios.