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El poder apostólico de la música, según el cardenal arzobispo de Río de Janeiro
Belleza del patrimonio cristiano /Música

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RIO DE JANEIRO, lunes, 18 diciembre 2006 (ZENIT.org).- Refleja la trascendencia, permite acercarse a Dios y se transforma en un poderoso medio de apostolado: son rasgos de la sublimidad de la música que constata el cardenal arzobispo de Río de Janeiro.

De hecho, «la Iglesia católica la utiliza mucho en las celebraciones», explica el arzobispo Eusébio Scheid.

En un artículo enviado a Zenit, el purpurado recuerda que «tenemos también, entre nuestros compositores populares, validísimos predicadores de la Palabra cantada, que desarrollan una excelente obra de evangelización a través de la música».

Pero se trata «de un campo que requiere una atención constante -advierte- en el sentido de que jamás se debe abdicar de la calidad, porque la música mediocre, con palabras banales o hasta erróneas, no evangeliza a nadie»; «como mucho, se convierte en un medio de distracción superficial».

Subraya el purpurado que «la sublimidad de la música refleja la trascendencia que, entre todas las criaturas, sólo el ser humano es capaz de desear, porque ha sido creado para esto por Dios».

Y Él «es armonía plena», sin disonancias; «nosotros formamos parte de un gran concierto universal, dirigido por el Divino Director», escribe el cardenal Scheid.

De Dios, armonía «plena, perfecta», «los grandes músicos logran sacar la inspiración, traduciendo en sus composiciones algo de la Perfección Infinita», reconoce. En efecto, según el purpurado, muchos de los compositores geniales de la historia destacan también en la música sacra.

Ésta «tiene el don de acercarnos más íntimamente a Dios, porque pone la inspiración, recibida de Él, en función de la alabanza de su gloria», subraya.

Una base de música sacra se puede encontrar en los propios Salmos, un término (en hebreo «mizmor») que, como recuerda el purpurado, significa un tipo de canto, del cual la Biblia registra 150 composiciones.

«En la Sagrada Escritura la música parece destinada a la alabanza de Dios. Éste es el gran ideal. No se excluyen, sin embargo -precisa-, las fiestas, también con bailes, las celebraciones»; «la Biblia nos da una panorámica completa de la música y del canto original de Israel».

Por su parte «el canto de alabanza es una oración modulada, armoniosa. Quien cultiva la costumbre de orar desarrolla ya la armonía interior de la propia actitud de hablar con Dios. Si logra poner esto en canto, o en música, mejor todavía», expresa el cardenal Scheid.

Y admite su expectativa: «En el cielo oiremos mucha música: más sublime, más extraordinaria que cualquier música que conozcamos, divina... Será una de las expresiones de nuestra felicidad plena, en la comunión eterna con Dios».