.
La diadema de Constantino
Belleza del patrimonio cristiano /Reliquias

Por: Varios | Fuente: Wikipedia / Otros

La Corona de Hierro o Corona Férrea es una antigua y preciosa corona usada desde la Alta Edad Media hasta el siglo XIX para la coronación del rey de Italia. Durante mucho tiempo, los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico recibieron esta coronación debido a que la titulación de reyes de Italia estaba ligada a la dignidad imperial.

En el interior de la corona, hay una lámina circular de metal: la tradición cuenta que esta fue forjada con el hierro de uno de los clavos que se usaron en la crucifixión de Cristo. Por este motivo, la corona es también venerada como reliquia y se encuentra custodiada en una capilla de la catedral de Monza (Italia), llamada capilla de Teodolinda.

Historia

Según la tradición familiar, hacia el año 324, Elena, madre del emperador Constantino I, hizo excavar el área del Gólgota en busca de los instrumentos de la Pasión de Cristo. En aquellas excavaciones fue encontrada aquella que fue identificada como la Vera Cruz que aún tenía clavados los clavos. Elena dejó la cruz en Jerusalén, llevándose en cambio los clavos consigo. De vuelta en Roma, con uno de éstos creó un bocado de caballo e hizo colocar otro sobre el yelmo de Constantino con el fin de que el emperador y su caballo fuesen protegidos en sus batallas.

Dos siglos después, el papa Gregorio Magno habría donado los clavos a Teodolinda, reina de los longobardos, que hizo erigir la catedral de Monza; hizo fabricar la corona e insertar el clavo forjado en la misma en forma de lámina circular.

La historiadora Valeriana Maspero mantiene, en cambio, que la corona fue la diadema montada sobre el yelmo de Constantino, donde el sacro clavo estaba ya presente. El yelmo y el bocado, junto a otras insignias imperiales, fueron llevados a Milán por Teodosio: Ambrosio de Milán lo describe en su oración fúnebre de obitu Teodosii. Después de la caída del Imperio Romano de Occidente, el yelmo fue llevado a Constantinopla, pero rápidamente fue reclamado por el rey ostrogodo de Italia Teodorico el Grande, el cual tenía en Monza su residencia estival. Los bizantinos le enviaron la diadema reteniendo el yelmo. El Sacro Bocado permaneció no obstante en Milán, hoy conservado en la catedral de la ciudad.

La Corona de Hierro fue usada por los reyes longobardos y después por Carlomagno (que la recibe en 775) y sus sucesores, para la coronación del Rey de Italia. El historiador de Monza Bartolomeo Zucchi, escribió en torno al año 1600, que la corona había sido usada en 34 coronaciones hasta ese momento. Los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico eran coronados en tres ocasiones: una como rey de Alemania, una como rey de Italia y una como emperador (esta última corona era impuesta por el papa). La coronación con la Corona de Hierro se desarrollaba como regla general en Milán, en la basílica de San Ambrosio; a veces también se desarrolló en Monza o Pavía y excepcionalmente en alguna otra ciudad.

Entre una coronación y otra, la Corona de Hierro era custodiada en la catedral de Monza que por este motivo fue declarada ciudad regia, propiedad directa del emperador, gozando de privilegios y exenciones fiscales. Ésta atravesó, no obstante, algunas vicisitudes más: en 1248 fue dada en prenda a la orden de los Humillados, como garantía de un importante préstamo contratado por el capítulo de la catedral para pagar una pesada impuesta monetaria extraordinaria de guerra, y sólo fue recuperada en 1319. Sucesivamente fue transferida a Aviñón, entonces sede papal, donde permaneció entre 1324 y 1345: durante este período fue incluso robada, pero el ladrón fue capturado.

La tradición de la triple coronación se interrumpe con Carlos V, que fue coronado en 1530 en Bolonia y que abdicó en 1556, dividiendo su imperio en dos entre su hermano Fernando y su hijo Felipe, separando así los reinos de Italia y Alemania. Dos siglos después, tras la Guerra de Sucesión Española, sin embargo, el ducado de Milán pasó a Austria lo que hizo retornar de nuevo la tradición: el emperador Francisco I recibió la Corona de Hierro en 1792.

El papa Inocencio VI promulgó en 1354 un edicto con el cual revindicaba el derecho de Monza a la imposición de la Corona de Hierro en su catedral.

La coronación más famosa, no obstante, fue la de Napoleón Bonaparte que se coronó rey de Italia en 1805: en el rito celebrado en la catedral de Milán, se impuso él solo la corona pronunciando las siguientes palabras: Dios me la ha dado y ¡ay! del que me la quite.

Después del paréntesis napoleónico, la coronación volvió a ser una prerrogativa de los emperadores de Austria, recibiéndola Fernando I en 1838. Durante las guerras de independencia italianas, la corona fue requisada a Monza y llevada a Viena, pero en 1866 después de la derrota de Austria en la tercera guerra de independencia, fue restituida a Italia y retornó a Monza.

Los Saboya, sin embargo, no la utilizaron nunca para las coronaciones, sino que conservaron la corona del Reino de Cerdeña (incluso en el escudo regio). Además, ésta se había convertido, en los años precedentes, en un símbolo de la dominación austríaca pero además el Reino de Italia había entrado en conflicto con el Papado por la conquista de Roma, por lo que utilizar una corona que además era venerada como reliquia parecía poco oportuno. El rey Humberto I quizás meditó coronarse con la Corona de Hierro cuando el clima político se volvió más favorable: en 1890 insertó la Corona de Hierro en el escudo regio y en 1896 la donó a la catedral de Monza, ciudad en la cual le gustaba residir, la vitrina de cristal blindado donde todavía es custodiada. Su asesino interrumpió en 1900 sus proyectos, pero sobre su tumba en el Panteón de Roma descansa una copia de bronce de la Corona de Hierro . Su hijo Víctor Manuel III no quiso ninguna ceremonia de coronación. Con la proclamación de República Italiana en 1946, la Corona de Hierro dejó de ser un símbolo de poder para convertirse sólo en una reliquia y un recuerdo histórico.

El último viaje de la corona tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial: temiendo que los nazis se quisiesen apoderar de ella, el cardenal Ildefonso Schuster la hizo trasladar al Vaticano, donde estuvo hasta 1946. Ésta retornó a Monza llevada por dos canónigos de la catedral en el interior de una maleta.

La Corona

La corona es una liga de plata y oro al 80 % aproximadamente, y está compuesta por seis placas ligadas entre ellas por bisagras verticales; tiene un diámetro de 15 cm y una altura de 5'5 cm; está adornada por veintiséis rosas de oro, veintidós gemas de varios colores y veinticuatro joyas de otros tipos. La lámina circular que tradicionalmente se identifica con el Sagrado Clavo recorre la cara interna de las seis placas. La corona es demasiado pequeña para ceñirse a la cabeza de un hombre: se piensa que en origen la corona quizás estuvo compuesta por ocho placas en lugar de seis.

Según la reconstrucción de Valeriana Maspero, en origen las placas de oro tenían sólo una gema central, como se ve en algunas monedas que representan a Constantino con su yelmo en la cabeza. Dos coronas encontradas en el siglo XVIII en Kazán (Rusia), son completamente similares; probablemente la Corona de Hierro fue obra de orfebres orientales.

Las láminas de color con las otras piedras fueron añadidas probablemente por Teodorico, el cual hizo colocar la diadema sobre otro yelmo, en sustitución del otro retenido por los bizantinos. Carlomagno hizo después sustituir alguna de las láminas que se habían estropeado. El examen de Carbono 14 a través de dos trozos de estuco han datado los mismos en torno al año 500 y los otros en torno al año 800. El aspecto de la corona posterior a la restauración encargada por Carlomagno se encuentra testimoniada por los documentos de la coronación de Federico I Barbarroja; ésta no fue nunca más colocada sobre un yelmo. Ésta tenía las dimensiones adecuadas para ser llevada sobre la cabeza.

La dos placas que faltan fueron probablemente robadas mientras la corona se encontraba en poder de los Humillados, que la conservaron en el convento de Santa Ágata (en la actual Piazza Carrobiolo de Monza). Los documentos sucesivos a 1300 de hecho la describen como pequeña. En 1345 fue encargada para una segunda restauración por parte del orfebre Antellotto Bracciforte, el cual le dio su aspecto actual.

El Sacro Clavo

La identificación de la lámina metálica inserta en la corona con el clavo de la Pasión de Cristo parece provenir del siglo XVI. San Carlos Borromeo, que relanzó la veneración del sacro bocado en la catedral de Milán, visitó más veces también la Corona de Hierro y rezó ante ella. En 1602 Bartolomeo Zucchi afirmaba con certeza que la corona era la diadema de Constantino y que en ella se encontraba el sacro clavo. Un siglo más tarde, Ludovico Antonio Muratori expresaba lo contrario, afirmando que la lámina, en comparación con un clavo romano de crucifixión, era demasiado pequeña.

Mientras tanto, también las autoridades eclesiásticas examinaron el problema: finalmente en 1717 el Papa decretó que, no obstante la falta de certeza sobre la efectiva presencia del clavo en la corona, se autorizaba la veneración como reliquia en base a la tradición ya secular en este sentido.

En 1993, la corona fue sometida a análisis científicos, y el veredicto fue clamoroso: la lámina no era ni siquiera de hierro, sino de plata. Según Valeriana Maspero, ésta fue insertada por Branciforte en 1345 para soldar la corona que había sido dañada tras el robo de dos de las placas.

Maspero, en cambio, sostiene que la corona sí es, en realidad, la diadema de Constantino y que con el sacro clavo hubiesen sido forjados dos pequeños arcos que eran usados para enganchar la diadema al yelmo. Cuando los bizantinos desengancharon la diadema para dárselo a Teodorico, éstos retuvieron también los pequeños arcos. El yelmo permaneció expuesto en la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla situada sobre el altar hasta el saqueo veneciano de 1204, para después perderse su pista.

Bibliografía

  • Valeriana Maspero, La corona ferrea. La storia del più antico e celebre símbolo del potere in Europa, Vittone Editore, Monza, 2003.

  • Valeriana Maspero, "Alla ricerca del Sacro Chiodo. La ricostruzione dell'elmo diademico di Costantino", en Arte Cristiana, fasc. 823, vol. XCII (julio-agosto de 2004), pp. 299-310