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Sembrar en silencio; XI Domingo Ordinario
Clero /Recursos y experiencias pastorales

Por: Mons. Enrique Díaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato | Fuente: Catholic Net

Lecturas:

Ezequiel 17, 22-24: “Elevaré los árboles pequeños”.

Salmo 91: “¡Qué bueno es darte gracias, Señor!”

II Corintios 5, 6-10: “En el destierro o en la patria, nos esforzamos por agradar al Señor”

San Marcos 4, 26-34: “El hombre siembra su campo, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece”.

 

Lo tachan de loco, se burlan de él, pero él está convencido de lo que hace y cada día lo emprende con nuevos bríos. Recoge la basura que está en las márgenes del río, saca las botellas y las bolsas de plástico que manos irresponsables arrojan al cauce, y ha sembrado su huerto familiar sólo con abono orgánico y sin meter nada de “químicos”: piñas, hortaliza, limas y limones. Es Anastasio, convencido de que puede transformar su pequeño universo y muy seguro afirma: “Yo sé que no puedo cambiar todo el mundo, pero sí quiero proteger  mi terrenito, preservar mi comunidad y los lugares por donde pasa mi gente. No quiero hacerle daño a la tierra, la quiero cuidar y me duele cómo la estamos maltratando. Es difícil, se burlan de mí y me dicen que otros se van aprovechando de la madera y de los árboles; y casi a propósito tiran la basura o hacen quemazones. Pero yo tengo que sembrar mi pequeña semilla, algún día crecerá”

En los evangelios el Reino de Dios es el tema central de la predicación de Jesús, y el modo predilecto para hacerlo es a través de parábolas. En ellas encontramos el significado más profundo del Reino aunque puedan parecernos misteriosas, contradictorias e incomprensibles. Parecen tomadas de la vida ordinaria, lo que a diario están experimentando los oyentes de Jesús, pero siempre hay un momento de ruptura y de sorpresa que presenta “algo nuevo y misterioso”. ¿Qué tiene de extraordinario la escena que nos presenta la primera parábola de este día? En aquel tiempo, y ahora, era escena cotidiana, la salida de los sembradores a realizar su faena y depositar su semilla en el surco abierto. ¿Por qué la narraría entonces Jesús? Porque en aquel tiempo, y ahora también, ante los escasos frutos logrados en la lucha por el Reino, en la búsqueda de la justicia, en la difusión de la Palabra, llegan momentos de desaliento y se corre el riesgo de dejar de sembrar, de sentarse a rumiar el pesimismo, de dejar que las cosas vayan por sí solas.

Si miramos así la parábola, encontraremos un fuerte reclamo a esta sociedad que se ha cansado, que está hastiada, que de tanto dolor y aburrimiento se emborracha en sus placeres, en su imagen y se olvida de la construcción del Reino. Vive en somnolencia y abandono. No quiere reflexionar ni construir. Tantos sueños se han roto, que acabamos por quedarnos dormidos; tantos ideales han fracasado que no queremos ya levantar la vista. ¿No es cierto que el pesimismo y la indiferencia se han apoderado de muchos de nosotros? Pues ahí está otra vez la invitación a sembrar. Si se siembra, habrá esperanza de cosecha, si el terreno permanece intacto, queda estéril y se llena de maleza. El discípulo del Reino no tiene derecho a cruzarse de brazos y a fingir ignorancia, mientras hay un mundo de miseria que reclama el trabajo, quizás pequeño, pero constante y esforzado del que ha depositado su fe en Jesús. Es cierto: hay corrupción, hay injusticias, pero seguirán creciendo si no sembramos paz, honestidad, coherencia y justicia. La siembra escondida, en silencio, con esperanza, tiene la promesa del fruto futuro.

Pero, atención, la parábola de la semilla que crece por sí sola insiste en la fuerza que posee el reino de Dios sembrado ya en la tierra. A nosotros nos toca poner la semilla, al Señor le toca darle crecimiento. Se requiere paciencia y perseverancia. Crece lento, por pasos: “primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas”, pero de forma inexorable a pesar de unos comienzos ocultos. Duerma o se levante el hombre, de noche o de día, sin que él sepa cómo, la semilla brota y crece por sí misma aunque nadie la trabaje. El Reino rompe nuestros esquemas, es don y no depende sólo de nuestro trabajo y esfuerzo. Creer en Dios, creer en las personas, creer en el Reino, respetar los ritmos y confiar en la dinámica de su realización aquí, es mucho más que hacer. Es dejar hacer y dejar hacerse. Es cambiar el corazón y abrirlo al Reino. Es buscar ponerse confiadamente en manos de Dios. De ningún modo es invitación a la desidia y al providencialismo. Es el compromiso fuerte de sembrar y trabajar, pero después, en oración, poner confiadamente nuestros esfuerzos en manos del Padre que nos ama y que le dará crecimiento.

La parábola del grano de mostaza, mucho más conocida y comentada, nos pone en la misma sintonía: el Reino no llega con escándalos y propagandas mentirosas, se construye desde lo pequeño y desde los pequeños, cada día, con entrega, con constancia, con dedicación, calladamente. A muchos nos cuesta este trabajo diario y callado, sin embargo nuestro mundo está lleno de personas que generosa y honradamente están construyendo este Reino.  Vienen a mi mente las palabras de aquel santo mártir mexicano que con mucha vehemencia repetía: “Quiero ser semilla y morir en la raya, para no quedarme mirando desde la orilla”.  O como decían nuestros abuelos: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Compromiso serio en la construcción del Reino, pero esperanza confiada en la acción amorosa de nuestro Dios. Presencia de Reino que es regalo, conquista, trabajo y alegría, hermandad y construcción, pero nunca pasividad o indiferencia. ¿Cómo estamos construyendo el Reino de Dios? ¿Cómo damos esperanza en estos momentos de duelo, desconfianzas y pesimismo? El verdadero cristiano sigue sembrando en silencio y  espera confiando la lluvia de amor de Dios Padre que dará crecimiento y fortaleza a su semilla.

Dios nuestro, fuerza de todos los que en ti confían, ayúdanos con tu gracia, sin la cual nada puede nuestra humana debilidad, para que sin caer en el pesimismo o el desaliento, sigamos sembrando semillas del Reino y las confiemos a tus cuidados. Amén.