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La gracia de Dios en nuestras vidas
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Por: Ricardo Ramírez Basualdo | Fuente: Academia de Líderes Católicos

En dos homilías que pronunció el entonces Cardenal Joseph Ratzinger en su visita a  Chile en julio de 1988, como Prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, podemos entender que el progreso del ser humano no debe ir en contra de la Vida Eterna. En ninguna tarea que nos propongamos, debemos olvidar que “Dios ha pensado una tarea para mí en el mundo y que un día me pedirá cuentas de lo que yo haya hecho de mi vida” (Ratzinger, 1988). El cristiano no debe vivir para sí mismo, no debe dejar de lado la mirada atenta de Dios, para gozar de su presencia y compañía de los Santos el día de nuestra muerte, estamos llamados a la vocación de la santidad. Para ello, debemos tener a Dios presente siempre en nuestras vidas, “Él debe estar presente en todo” (Ratzinger, 1988). Aunque no es fácil, hoy ante tanta tragedia e injusticia, surge de una manera natural el cuestionarse cómo está Dios con nosotros. Es natural preguntarse con angustia si verdaderamente Dios ha de ser bueno, pensamos que, de ser así, tal o cual situación no nos debiese haber ocurrido. Dichas rebeliones contra Dios son muy humanas y comprensibles, pero como todo en la vida, no hay que irse hacia los extremos, no hay que dejarse devorar por el “veneno del no, de la rabia contra Dios y el mundo” (Ratzinger, 1988).

No ha de ser el no hacia Dios, sino que el amor, el fondo y trasfondo de nuestras vidas, amarnos a nosotros mismos, para poder entregar amor hacia los demás, reconocernos amados por Dios y entregados a su Gracia. Ratzinger lo explica con el ejemplo de San Enrique, quien fue emperador del Sacro Imperio Romano entre 1002 y 1024 d.C. Siendo el hombre más poderoso de Europa de aquel tiempo, asumió que todo lo que era y tenía había sido regalo de Dios, reconociendo lo gratuito que Dios entrega en la vida de cada uno, hay que recordar que “no habríamos podido hacer nada si antes no se nos hubiera dado” (Ratzinger, 1988). De hecho, que estemos vivos, no es gracias a nuestro esfuerzo, sino del amor y Gracia de Dios. Debemos tener los ojos abiertos hacia Dios, sólo así, podemos reconocer lo Bueno, Bello y Verdadero de nuestras vidas. Si nos quedamos con la mirada puesta en lo material, poder y riquezas, sólo encontraremos que aquello es mutable y contingente, que ninguna de ellas nos entrega la Esperanza definitiva. Entonces, es necesario dar un giro copernicano en la fe, es decir, volver la mirada al Amor de los amores, que “Nos está diciendo: sé que ahora tú no me comprendes, pero confía en mí a pesar de todo; cree que soy bueno y ten el valor de vivir con esta confianza” (Ratzinger, 1988).

FUENTES:

RATZINGER, J. Mirar a Cristo, Trad. José Miguel Oriol, Ed. Encuentro, Madrid, 2008.