Tú, Señor, eres bueno y clemente. XVI Domingo Ordinario |
Hispanos Católicos en Estados Unidos / | Homilías Mons. Enrique Díaz |
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net |
La historia se repite y hoy sucede lo mismo que en tiempos de Jesús: el mundo lo dividimos en buenos y malos, los nuestros y los contrarios y, claro, nosotros nos ponemos siempre del lado que juzgamos somos los buenos. Se condena a los demás, nunca se les escucha, se les quiere destruir, se les mira con recelo. Los fariseos y los escribas más que buscar signos de esperanza parecen dispuestos a juzgar, a mirar la paja ajena y a declarar impurezas. Las parábolas del Reino que hoy nos cuenta Jesús aportan un tesoro de humanidad y misericordia que el Antiguo Testamento no se atreve ni siquiera a soñar. Siempre se ligaba la bondad y la rectitud con el progreso y con la riqueza, ahora Jesús abre un nuevo horizonte y, con sus parábolas, da un brusco giro a toda esta teología: no se puede condenar sin el riesgo de matar brotes de vida, no somos capaces de percibir todos los posibles sentidos, el tiempo del hombre no es el tiempo de Dios. Frente a la impaciencia de los que no pueden ver el bien y el mal, está la paciencia misericordiosa de un “dueño” que aguarda hasta el final para descubrir el interior del hombre. El Reino de Dios se hace presente en una historia ambigua que debe ir madurando, dando frutos y esperar hasta el momento final. El recurso fácil y hasta tendencioso, de dividir a las personas en buenas y malas, los nuestros y los contrarios, no solamente puede resultar falso, sino que trastoca los valores del Reino y destruye a las personas.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado que la justicia ha condenado a quien era inocente? Recuerdo un pobre borrachito al que se negó su misa de funeral por haberse suicidado, para después de algunos meses descubrir que lo habían asesinado. ¿Cómo juzgar el corazón del hermano y condenarlo? Es cierto que existe el mal y lo comprobamos a diario, pero también es cierto que a nosotros no nos toca juzgar y que con nuestra mirada miope nos equivocamos con muchísima frecuencia. La cizaña ha pasado a ser sinónimo de maldad, de división y de zancadilla, sin embargo el Buen Dios Misericordioso sigue esperando una respuesta de amor de aquella a quien todos condenan. El discípulo de Jesús lejos de constituirse juez, tiene que aprender del silencio del crecimiento del trigo que debe madurar junto a los demás y no sólo, sino enriquecerse de su presencia. Jesús nos enseña a entrar en diálogo con el hermano que vive junto a nosotros, con sus problemas e inquietudes reales, sin pretender imponer nuestra supuesta superioridad o nuestros mejores criterios. El Reino de los cielos requiere paciencia, discernimiento, no aceleración de procesos.
Pero junto a la aceptación de la convivencia genuina con los demás, hoy se impone al discípulo una fuerte dosis de esperanza, de constancia y de fe. Con demasiada frecuencia nos invaden las actitudes negativas por los pobres resultados obtenidos con ingentes esfuerzos. Lo vemos en lo poco que hemos avanzado en justicia, en la búsqueda de la verdad, en la educación y hasta en nuestro propio crecimiento. Descubrir la maldad en las personas cercanas nos duele mucho, pero ser conscientes de los propios fracasos, captar que también hay cizaña en nuestro corazón, puede llevarnos al desaliento y al pesimismo. Hoy Jesús nos enseña que el Reino se va formando de pequeñas acciones, que los pequeños son los importantes en su proceso, que no siempre lo que suena más fuerte es lo más importante. Al mismo Jesús lo tildaron de nefasto e ineficaz, solamente por proceder de un lugar pequeño y desconocido del que nada bueno podría salir, sin embargo Él fue trigo que se sembró con generosidad en el surco, que sepultado y en tinieblas esperó la resurrección y que en el anonimato del silencio hizo florecer la vida. El discípulo ha de convertirse a Jesús, pero al Jesús sencillo, pobre, al Jesús de Nazaret. Solamente en la vida de Jesús podremos entender la forma de construir el Reino, pues desde la Nazaret ignorada, desde lo pequeño, ha hecho Jesús su estilo de vida y nos ha enseñado que las grandes obras se construyen desde lo pequeño y con los pequeños, con el silencio, con la constancia y con mucha esperanza. Hoy también vemos brotes de esperanza en muchos sitios y en personas que parecen desconocidas, no apaguemos esa mecha que está encendiendo, no despreciemos esos pequeños esfuerzos, no matemos la esperanza. La construcción del Reino requiere paciencia y mucha fe.
Pero no pensemos que las parábolas de Jesús, que nos invitan a mirar a lo pequeño y poner nuestra esperanza en la mano de Dios que da el crecimiento, nos deben conducir a la pasividad. Por el contrario queda muy claro en las parábolas la acción responsable de la persona: “La semilla de mostaza que un hombre siembra en un huerto”, “un poco de mostaza que una mujer tomó y mezcló”. El Reino de Dios necesita para su realización, del trabajo y la acción comprometida de hombres y mujeres. Nuestra vida, nuestro compromiso, nuestras actitudes, que parecen insignificantes, van haciendo posible la realización del Reino. La levadura es muy pequeña pero tiene que estar presente si no, no habrá fermento de la masa. Tendrá que deshacerse, “perderse” en toda la masa. Y a nosotros que nos gusta más aparecer, distinguirnos, recibir reconocimientos y actuar poco. Necesitamos dejar actuar a Dios pues Él obra dentro de la masa, en el corazón de la historia y no al margen de las realidades humanas y sociales. Si la levadura no se mezcla e introduce en las realidades de cada día, en el corazón de nuestro mundo, esta sociedad no fermentará y seguirá sin ser Reino.
Hoy reflexionamos varias parábolas y cada una de ellas deja en nuestro corazón un eco que debe resonar y cuestionarnos: ¿Soy semilla del Reino? ¿Acepto, convivo y comparto con las otras semillas o desprecio, juzgo y condeno? ¿Tengo paciencia y perseverancia en las propuestas del Reino?
Papá Dios, Padre Bueno, míranos con amor y multiplica en nosotros los dones de tu gracia para que aprendamos a crecer juntos con los hermanos, en la pequeñez, en el silencio y en la esperanza. Amén.