Oponer tradición y progreso es ajeno al catolicismo |
Iglesia, Sociedad y Política / | Muy interesante |
Por: Paolo Ondarza | Fuente: Vatican News |
"¿Cómo podemos ser signo de paz si estamos divididos entre nosotros?". El Padre Timothy Radcliffe planteó esta pregunta a los participantes en el Sínodo esta mañana, durante la duodécima Congregación General, y ofreció a la asamblea algunas reflexiones espirituales en relación con el Módulo B3 del Instrumentum Laboris sobre el tema "Participación, tareas de responsabilidad y autoridad. ¿Qué procesos, estructuras e instituciones en una Iglesia sinodal misionera?". "Estamos reunidos", dijo el sacerdote, para descubrir la paz entre nosotros y enviados a anunciarla a nuestro pobre mundo, crucificado por una violencia cada vez mayor, en Ucrania, en Tierra Santa, en Myanmar, en Sudán y en tantos otros lugares".
Lo nuevo es siempre renovación de lo antiguo
Al analizar la crisis de identidad que experimentaron los primeros cristianos durante el Concilio de Jerusalén, el Padre Radcliffe destacó el valor de las crisis, a través de las cuales maduramos y sin las cuales no crecemos. Ser Iglesia es reunirse en nombre de Jesús, "tener por tanto la certeza de que la gracia de Dios actúa en nosotros". A los que piensan que este Sínodo no cambiará nada, el predicador dominico respondió: "Si nos reunimos en el nombre fuerte de la Trinidad, la Iglesia se renovará, aunque quizás en formas que no son inmediatamente evidentes", pero -advirtió- "lo nuevo es siempre una renovación inesperada de lo antiguo. Por eso, cualquier oposición entre tradición y progreso es completamente ajena al catolicismo".
Cuestiones para la reflexión
Partiendo de la constatación de que hoy "Dios está haciendo nacer una Iglesia que ya no es principalmente occidental", en la que "las mujeres están asumiendo responsabilidades, renovando teología y espiritualidad" y "los jóvenes nos están llevando en nuevas direcciones en el Continente digital", el padre Radcliffe dirigió algunas preguntas a los participantes en el Sínodo: "¿Qué instituciones necesitamos para expresar quiénes somos como hombres y mujeres de paz en una época de violencia, habitantes del Continente digital?". "¿Cómo podemos levantar las cargas de los cansados hombros de nuestros hermanos y hermanas de hoy que a menudo se sienten incómodos en la Iglesia?" "No a través de la abolición de la Ley o de un cambio fundamental en nuestra identidad", dijo el sacerdote.
Todos son acogidos
"Estamos llamados a abrazar un sentido más profundo de lo que somos como improbables amigos del Señor, cuya escandalosa amistad trasciende todas las fronteras. Muchos de nosotros lloramos cuando oímos hablar de la joven que se suicidó porque era bisexual y no se sentía acogida. Espero que esto nos haya cambiado. El Santo Padre nos recordó que todos somos bienvenidos: "todos, todos, todos". "Dondequiera que estemos, concluyó, es ahí que comienza el camino hacia casa, la casa de la Iglesia y la casa del Reino".
La Iglesia debe ser signo de paz
El Padre Dario Vitali, Coordinador de los Expertos Teológicos del Sínodo sobre la Sinodalidad, intervino a continuación durante la XII Congregación General: "Nunca como en estos días dramáticos en los que la paz parece pender de un hilo -dijo- la humanidad necesita el testimonio fuerte y convencido de una Iglesia que sea signo e instrumento de paz entre los pueblos".
No hay contradicción entre sinodalidad y jerarquía
En la Iglesia "antes que las funciones está la dignidad de los bautizados; antes que las diferencias, que establecen jerarquías, está la igualdad de los hijos de Dios. El mayor título de pertenencia a la Iglesia no es ser papa, ni obispo, ni sacerdote, ni consagrado, sino hijo de Dios". "Afirmar la igual dignidad de todos no significa negar las diferencias: la Iglesia es el cuerpo de Cristo, vivo y bello por la variedad de dones, carismas, ministerios, vocaciones". "No hay contradicción, según Vitali, entre la dimensión sinodal y la dimensión jerárquica de la Iglesia: una garantiza a la otra y viceversa".
Descalzos, a la escucha
Dos testimonios resonaron a continuación en el Aula del Sínodo: el primero, procedente de Asia, fue el de Estela Padilla, teóloga de Manila (Filipinas) y representante del proceso sinodal de la Federación de Conferencias Episcopales de Asia. Su intervención se centró en la práctica oriental de "quitarse los zapatos" al entrar en una casa, signo de respeto por las personas en cuyas vidas nos adentramos. Padilla relató cómo una mujer de Singapur, madre soltera de dos hijos, se sintió herida por unos clérigos que calificaron a su familia de "rota". "Después de escucharla, ya no utilizo esta palabra, confió, me quité los zapatos delante de esta persona que tiene la autoridad del bautizado".
Ser uno con los pobres y la tierra
"Caminar descalzo ante el Espíritu - evidenció - significa estar radicalmente abierto a percibir la voluntad de Dios para nuestro tiempo; ser uno con los más pobres y con la tierra". Además, la teóloga filipina compartió con la asamblea cómo el Espíritu fue capaz de guiar a un continente tan complejo como Asia, con 2.300 lenguas habladas. "Mi mayor aprendizaje en este Sínodo, dijo, es el discernimiento comunitario".
Más allá de la crisis
De Australia llegó el segundo testimonio, el del obispo de Sandhurst, monseñor Shane Mackinlay. Relató su experiencia de parresía durante el quinto Consejo Plenario de Australia celebrado en los últimos cuatro años. La asamblea, según el prelado, adoptó una metodología sinodal de "discernimiento" y "conversaciones en el espíritu". Se vivió un momento de crisis cuando la votación del decreto sobre la igualdad de dignidad entre mujeres y hombres no obtuvo la mayoría de votos.
Hablar desde el corazón
A la angustia inicial, relató Mackinlay, siguió la decisión de suspender el debate durante dos días. Durante esa pausa se dio mucho espacio al diálogo y, tras la crisis, las personas "hablaron más desde el corazón que desde la cabeza, con una vulnerabilidad que las exponía personalmente" y se encontraron con una calidad de escucha diferente, que se tradujo en la aprobación de un texto revisado por una abrumadora mayoría. Para el obispo de Sandhurst fue "una experiencia del Espíritu Santo".