Cuando nos enfrascamos en discusiones sobre lo más importante de las leyes o de la religión, cuando estamos más atentos a observar los ritos y las minucias de las tradiciones, perdemos lo que es verdaderamente importante para la vida. Los piadosos judíos todos los días recitaban el famoso “Shemá Israel” (Escucha Israel) que introduce los mandamientos y que les recuerda la primacía de Dios sobre todas las cosas. Pero cuando se recita una cosa y se vive otra, el corazón acaba dividido y confundido ¿Es pregunta retórica o realmente están confundidos quienes se acercan a Jesús para hacerle esta pregunta? Parecería muy complicado el camino para la observancia de la ingente cantidad de preceptos que los estudiosos se han encargado todavía de aumentar y oscurecer. Para Jesús todo es diáfano y seguro: no hay otro camino que el amor. El amor a Dios no está reñido con el amor al prójimo ni con el amor a uno mismo. Es muy claro, cuando encontramos a una persona que está acomplejada, que no se acepta como es, que ha sido lastimada, con frecuencia va lastimando e hiriendo a los que la rodean. Lo primero que propone Jesús es amarse a uno mismo, no tanto en el sentido narcisista e individualista que la sociedad nos propone, sino que, al reconocerse amado por Dios, al aceptarnos limitados, pecadores y heridos pero amados por Dios, podremos disponernos a amar a Dios y a amar al prójimo. El reconocimiento humilde y sincero de lo que nosotros somos nos lleva a un amor grande hacia Dios que nos ha hecho. Y lo que propone el mandamiento es que vivamos esta gran verdad en armonía: con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Sin divisiones interiores, sin que camine el corazón por un lado y la mente por otro, sin que digamos una cosa y hagamos otra. Amar con plenitud, con libertad y con toda la seguridad de que el amor nos hace crecer. El verdadero amor a nosotros mismos y el verdadero amor a Dios no puede quedarse encerrado en una contemplación inútil de sí mismo, nos lanza a amar al prójimo y a encontrar en la relación con el otro, nuestra propia identidad. Somos hechos para el amor y sólo en el amor encontraremos la verdadera felicidad. El mandamiento que hoy nos propone Jesús, vivido como él mismo lo vivió, es el destino, la plenitud y la realización de la persona.