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| Respuesta de una madre, esposa y periodista al Chicharito |
| Temas actuales / | De la Sociedad |
| Por: Natasha Cheij | Fuente: Catholic.Net |

¿Crees que ser ama de casa es una pérdida de tiempo y de talentos? ¿Piensas que solo podrás realizarte plenamente en el ámbito profesional?
Estas preguntas resuenan en muchas mujeres de hoy, y hace unos días, el futbolista mexicano Javier “El Chicharito” Hernández las planteó públicamente, generando una oleada de reacciones. Para algunos, sus palabras fueron sexistas, machistas o retrógradas; incluso hubo quienes pidieron “cancelarlo”. La Comisión de Género y Diversidad de la Federación Mexicana de Futbol y el Club Chivas llegaron a multarlo por expresar su opinión personal sobre el rol de la mujer.
Como mujer, madre de dos niñas, esposa y profesional, estas reacciones me hicieron reflexionar:
¿Qué nos pasa como sociedad que cuando alguien nos recuerda la importancia de cuidar el hogar, lo interpretamos como un insulto?
La Palabra de Dios dice: “Buscad y hallaréis”. La respuesta a mis preguntas llegó a través de las enseñanzas de San Josemaría Escrivá.
No me ofendió, y te cuento por qué
Cuando escuché al Chicharito, me pregunté: “Natasha, ¿te ofenden sus palabras?”.
La respuesta fue un no rotundo. Y la razón es sencilla: ofendernos por esas ideas es caer en la trampa de un feminismo que, en muchos casos, nos ha llevado a desconocer y hasta renegar de nuestra naturaleza y misión divina.
Crecí en un hogar donde me enseñaron que mi principal responsabilidad era estudiar, ser disciplinada y prepararme para una buena universidad. No aprendí a cocinar ni a llevar una casa; me inculcaron gratitud hacia quienes se encargaban de esas labores. Mi madre, abogada de profesión, administraba nuestro hogar con admirable dedicación.
Desde joven soñé con ser periodista y trabajar en televisión, y gracias a Dios y a mi esfuerzo lo logré. Sin embargo, siempre llevé en el corazón otro anhelo: casarme con un gran hombre y ser madre. Nunca vi esos dos sueños como opuestos; al contrario, uno alimentaba al otro.
La verdadera tensión
Hoy muchas mujeres sienten que deben elegir entre ser amas de casa o profesionales. Pensamos: “¿Para qué sacrificar años de estudio y preparación para cuidar de la familia?”.
San Josemaría Escrivá, en una entrevista de 1968, señaló que el verdadero problema no es dónde trabajamos, sino la falta de un ideal profundo que nos permita sacrificar algo por un bien mayor.
La mujer está llamada a llevar a la familia, a la iglesia, a la sociedad civil algo que le es característico, que le es propio, y que solo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza e ingenio, su capacidad de intuición, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad.
Estas cualidades, que Dios nos dio, florecen sobre todo en el hogar. Para las mujeres llamadas al matrimonio, el cuidado de la familia no es una carga: es el espacio donde nuestra personalidad se desarrolla y nuestras virtudes se perfeccionan.
El hogar, centro de la misión
Hacer la comida, desvelarnos por un hijo enfermo, curar heridas, consolar corazones… en esas acciones sencillas y repetitivas crecemos en virtudes y nos acercamos a la santidad. Sin embargo, hemos sido educadas para creer que el éxito profesional es el único camino válido para realizarse.
Pero nuestro corazón nos dice otra cosa: el hogar y la familia son el centro de la vida tanto del hombre como de la mujer, aunque el papel de la mujer sea único e insustituible: dar vida, preservarla y formarla.
Mujeres, por nuestros vientres, nuestros corazones, nuestras manos pasa el futuro y el provenir de una nación, de una sociedad, de la iglesia. Acaso no es este una tarea lo suficientemente profunda e importante?
San Josemaría lo expresó con claridad: “La atención prestada a su familia será siempre para la mujer su mayor dignidad”. No es un pasatiempo ni un trabajo menor; es una tarea confiada por Dios.
El orden que da sentido
El problema no es elegir entre trabajo dentro o fuera del hogar, sino entender quiénes somos y cuál es nuestra misióncomo hijas de Dios. Muchas vivimos agotadas intentando hacerlo todo: carrera, hogar, maternidad, matrimonio… y terminamos sintiendo que nada tiene sentido.
El trabajo profesional viene y va, los reconocimientos y aplausos son pasajeros y no definen nuestro sentido ni dignidad. Lo que permanece es la fidelidad a nuestra naturaleza y nuestro desarrollo humano que unido a Dios se hace divino.
Por eso necesitamos volver a poner a Dios en el centro. Solo así nuestra vida tendrá orden, prioridades y un sentido trascendental. El día que nos encontremos con Él, podamos presentar los frutos que estábamos llamadas a dar desde nuestra creación.

