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Todo lo que se comparte, ayuda
Una vez más remarcamos lo eficaz que es la pequeña comunidad, ya sea recurriendo a los que saben o en la integración a un grupo de padres, que dialogan, reflexionan y se apoyan mutuamente


Por: Salvador Casadevall | Fuente: Catholic.net



La familia a medida que el mundo ha ido evolucionando en sus costumbres y sus formas de vida, siempre ha tenido que enfrentar desafíos.
Y en este enfrentar los desafíos, los jóvenes siempre han ocupado un lugar de privilegio.
Ellos siempre han sido primeros actores en los problemas familiares. No hay nuevo bajo el sol. Siempre los jóvenes trajeron novedades a la familia.

Sería importante, para ubicarnos en el problema, entender ¿qué es la adolescencia? ¿Qué es este proceso que transcurre en los seres humanos entre la infancia y la madurez? Porque desde siempre hubo adolescentes.

Desde el punto de vista del crecimiento, la adolescencia es el comienzo de la búsqueda del yo personal, es el principio del querer tener la propia autonomía, es decir es la búsqueda de la individualidad.
Es la búsqueda de ser distinto de los padres, diferenciarse de ellos, ser muchas veces, lo opuesto, lo contrario.

Desde este ser distinto los jóvenes comienzan las salidas nocturnas a “hacer nada”. Si les preguntan a donde van, le dirán a sentarse por ahí.
Cualquier rincón de la ciudad les sirve para mirar pasar el tiempo. Sin hacer....nada. Solamente están, sin hacer nada.

Hay en ellos una tendencia a uniformarse en la vestimenta.
Que nada tendrá que ver con la vestimenta de sus padres.

¿Cómo hacemos los adultos para comprender esto?
La mayor parte de las veces los padres, confusos ante lo que se nos plantea, accedemos a permisos que mucho no entendemos y otorgamos facilidades que muchas veces tienen un final impredecible.

Ante un hijo sano, que es buen alumno en la escuela, que es activo y alegre, ¿cómo decirle no?. ¿Cómo decirle no a las cosas que todos sus amigos lo hacen?
Solamente cuando caemos en la cuenta de que este exceso de libertad implica un riesgo, aprendemos el valor de decir “no”. Antes no: antes no nos habíamos dado cuenta.

Si yo, sólo, como padre, no estoy de acuerdo con esta forma de comportamiento, me será muy difícil sostener la negativa, pues lo único que lograría sería provocar enfrentamientos, rebeldías.

Si, por lo contrario, hablo con los padres de cuatro o cinco de sus amigos y juntos dialogamos el tema y pensamos y nos ponemos de acuerdo cuales son las cosas a las que debemos decir “no” y cuales a las que podemos decir “si”. Ya mi palabra tendrá otro peso, estará sostenida por la misma posición de los otros padres.
Nos servirá a todos. Nos sentiremos acompañados de nuestras actitudes.

Lo peor en esta faz tan importante para la vida del joven, es que los padres se sientan solos. Que los padres sientan y se desaniman porque se sienten solitarios en sus actitudes.
Sentirse acompañado, ayuda y alienta en tomar posturas.
De ahí la gran importancia educativa que tienen los grupos de matrimonios con los padres de los alumnos del colegio donde van nuestros hijos.
Hoy casi diría que no hay colegio parroquial o privado que no fomenten el nacimiento de grupos de matrimonios: precisamente para reflexionar juntos y sentirse apoyados unos de otros.

En medio de este largo proceso de la adolescencia, en este nuevo uso del tiempo libre que hacen los jóvenes, entra también situaciones de riesgo como es el consumo de sustancias.
¿Por qué no probar el alcohol?
¿Por qué no tomar cerveza, si todos lo hacen?

Los rituales no los impone ya la familia; los impone el grupo.
El “tomar”, el “fumar”, el “vestirse”, el tipo de música, son parte de los rituales de nuestro tiempo.
De estos nuevos rituales, en general, los adultos resultamos víctimas.

Nos cuesta, por no decir que no entendemos, las formas de vestir, la música tan atronadora que amenaza con la sordera, no sólo a los mismos jóvenes sino a todos los que están cerca de algún equipo de música, que ellos lo ponen a todo volumen, y que cada día son más potentes.

Si bien estas conductas son molestas, no representan un riesgo.
Si sabemos, por el contrario, que si es un riesgo tomar alcohol en exceso, fumar marihuana, probar muchas otras sustancias y debemos remarcarlo y no cansarnos de dialogar el tema.
Cuando sus actos y conductas los llevan a riesgos inevitables, aquí si, los padres debemos estar en un estado de alerta. Y es bueno que seamos varios padres los que estamos de acuerdo en lo que debemos hacer y decir.

¿Por qué un padre debe preocuparse? Porque un padre debe preocuparse por todo lo que puede ser dañino para su hijo y el consumo de sustancias hace perder la libertad. Valor fundamental en la vida del hombre.
Cuando dependo del “porro”, de la “cerveza” o de otras sustancias para poder divertirme, ya no soy un hombre libre. Soy esclavo de lo que me acostumbré.

Esta pérdida de la libertad trae implícitos cambios de conducta: desorden en los hábitos cotidianos, alteración de la rutina a la hora de dormir, y fundamentalmente los lleva a vivir como anestesiados, que los lleva a no medir riesgos, les impide reconocer los daños a que se exponen y las consecuencias de su conducta no solamente con ellos, sino también con los demás.. uno que está anestesiado, medio atontado, ya no sabe bien lo que hace. Y no solamente se hace daño a él, sino que puede hacer daño a otros.

¿Cómo intervenir? ¿Qué hacer?
Hay que buscar ayuda. No hay que creer que yo sólo lo podré manejar.
Hay que buscar la experiencia vivida por otros padres.
Comprender lo que ocurre y saber que hacer, nos permitirá dar pasos eficaces para evitar el riesgo de improvisar.

Una vez más remarcamos lo eficaz que es la pequeña comunidad, ya sea recurriendo a los que saben o en la integración a un grupo de padres, que dialogan, reflexionan y se apoyan mutuamente.

Todo lo que se comparte, a cualquier nivel, siempre ayuda, siempre enriquece.
El valor de la pequeña comunidad nunca terminaremos de entenderla plenamente.
Es tanta su riqueza, que su sabia es inagotable.

Los que hemos crecido integrando una pequeña comunidad lo sabemos muy bien. Lydia y yo somos lo que somos, gracias a que hace más de cincuenta años integramos una pequeña comunidad dentro del Movimiento Familiar Cristiano.

Somos lo que aprendimos ser en esa pequeña comunidad, y el que aprende, aprende a vivir.
¡Miren si es importante la integración a una pequeña comunidad!

Comentarios al autor: salvadorcasadevall@yahoo.com.ar

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