Resurrección y Ascensión
El mandato de ir a todo el mundo y la Ascención
Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net
Los once apóstoles se reunieron en Galilea donde había tantos discípulos del Señor. Se reúnen en un monte que pudo ser el Tabor o quizá el de las bienaventuranzas, no lo sabemos con certeza. Allí Jesús les da una misión importantísima. "Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y, al verlo, le adoraron; pero otros dudaron. Y acercándose Jesús les habló: Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"(Mt).
La misión de Jesús
Jesús poseía una misión del Padre que era realizar la redención para la salvación de los hombres. El Hijo, junto al Padre, envía al Espíritu Santo para que de vida divina a los hombres. Ahora va a hacer partícipes de esa misión a los discípulos, y les da el mandato apostólico de difundir la palabra y la vida que Él mismo ha conquistado.
Esta misión no tiene límites en el espacio: abarca a todos los pueblos de todos los tiempos. Los discípulos quedan consternados por la grandeza de la vocación. Deben abrirse a todas las culturas de todos los hombres. El mundo se hace pequeño. La salvación ya no se refiere sólo al privilegiado pueblo de Israel, sino a todos los pueblos con tantas tradiciones religiosas tan distintas. Esta misión es un mandato imperativo, no sólo un consejo. Tienen la obligación de realizarlo. Y no sólo se refiere a los apóstoles sino que se dirige a todos los creyentes. Sus vidas no pueden reducirse a vivir una vida interior intensa, pero aislada. Deben abrirse al mundo y difundir la verdad de Jesucristo.
El mandato
Pero no sólo predicarán la verdad, sino también deben bautizar a los que crean, y en el nombre de Dios en sus tres divinas personas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Bautismo será la puerta de entrada en la Iglesia, después vendrá el despliegue de toda la vida divina de la gracia en el alma. Pero, de momento, a los bautizados se les perdonan los pecados, y se les da la vida conquistada por Cristo en la Cruz, la vida resucitada de Jesús, una vida para no morir. El nuevo Pueblo de Dios se constituirá a partir de ese Bautismo que conduce a los demás misterios de vida, cuyo culmen es la Eucaristía.
Esta misión tiene límites en el tiempo, pues concluirá en el fin del mundo, cuando Jesucristo venga en toda su gloria y sus ángeles con Él entonces la muerte será definitivamente vencida y se constituirá el Reino en toda su perfección.
Acompañados por Jesús
No deben tener miedo ante la grandeza de la misión, pues se dará siempre un presencia de Cristo entre los cristianos. Nunca estarán solos, ni abandonados, aunque, en ocasiones tengan que experimentar la Cruz como Jesús. Es más, vencerán enemigos poderosos. "El que crea y sea bautizado, se salvará; pero el que no crea, se condenará. A los que crean acompañarán estos milagros: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes y, si bebieran algún veneno, no les dañará; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán curados"(Mc). La salvación llegará por el diálogo con Dios, que es la fe, y por el bautismo; el rechazo consciente de Cristo es la condenación. La urgencia de la difusión apostólica es grande, y los enemigos, simbolizados en serpiente y venenos, serán superados; es más, vencerán a los demonios y hablarán lenguas nuevas. Los horizontes de aquellos primeros, que eran pocos, como el fermento de la masa del mundo, se amplían al máximo. Es una verdadera aventura interior y exterior.
La Ascención
"Y después de decir esto, mientras ellos miraban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos"(Act). Se elevó alzando las manos y bendiciéndoles (Lc). Es el punto final de la vida de Jesús en la tierra. Se completa el ciclo del plan divino. Primero desciende, se hace hombre, y se abaja hasta el extremo en la cruz. Así toma al hombre en su miseria, se hace uno de nosotros en nuestra condición caída, y vence esta situación, pues paga el precio del rescate por el pecado. Vence a la muerte. Al tercer día recibe una vida nueva, una vida para no morir, una vida más divinizada, aunque plenamente humana. Y comienza una nueva humanidad. Ahora se eleva al cielo. Jesús vive junto al Padre también como hombre. La humanidad ha alcanzado en él el máximo progreso, la máxima perfección. Ya no se puede aspirar a más. Y como hombre está a la derecha del Padre, es decir rey y juez de toda la creación, cabeza de la nueva humanidad. Cabeza de la Iglesia que es el Cuerpo místico de Cristo, el Nuevo Pueblo de Dios peregrinante en la historia hasta la consumación. Se va, pero no abandona a los hombres, pues está presente de muchas maneras. Está en los sacramentos, está en la gracia que vivifica a los hombres.
"Cuando estaban mirando atentamente al cielo mientras Él se iba, se presentaron junto a ellos dos hombres con vestiduras blancas que dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que de entre vosotros ha sido elevado al cielo, vendrá de igual manera que le habéis visto subir al cielo"(Act). Y les recuerdan que la plenitud de los tiempos que acaban de comenzar será superada por la segunda venida en gloria de Jesús al final de los tiempos.