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El Cielo y El Infierno.
El hombre es creado por amor y para el amor.Confía en Dios y en el saber hacer de sus ángeles...


Por: André Manaranche | Fuente: Libro preguntas jóvenes a la vieja fe.



Boletín ¡Ser discípulos! Aprende a defender tu fe
Tema: Preguntas jóvenes
Fuente: Libro preguntas jóvenes a la vieja fe.
Autor: André Manaranche,


IV. Tus preguntas sobre El Hombre


El Cielo y El Infierno

« ¿Cree en el paraíso, en el infierno y en el purgatorio? -¿Qué significa todo esto para usted? -Si Dios ama a los hombres, ¿por qué existe el infierno?»

Voy a reagrupar tus preguntas para ponerlas en relación con el amor, e incluso con el infierno.

Es verdad que la Iglesia se ha vuelto muy discreta en estos asuntos. Parece haber colocado sobre estos temas la pancarta de «cerrado por inventario». Y, sin embargo, no cesa de hablamos de todo ello, pero con otros términos. Por ejemplo, el del «Reino» para designar el cielo.

1. No se puede hablar de las realidades invisibles como un explorador que, a la vuelta a casa, relata sus lejanas experiencias. Nadie vuelve del más allá. El mismo Jesús y la Escritura sólo nos hablan del más allá con imágenes, porque es la única forma de evocar las realidades profundas.

2. A veces empleamos la expresión «las últimas verdades» para designar las diversas posibilidades que nos esperan en el más allá. Pero este tipo de lenguaje es impropio, porque parece colocar todas las posibilidades en pie de igualdad. Ahora bien, el único «fin» con el objetivo logrado, el recorrido hecho, el happy end, es el cielo. Dios no nos coloca ante la vida y ante la muerte como si nos pusiese ante dos hipótesis que pudiesen dejarnos indiferentes, sino que nos llama «bienaventurados» o «malaventurados». El sí y el no producen el mismo efecto, sino que imponen una elección. Sólo uno de los caminos elegidos es un verdadero «final», es decir, una llegada satisfactoria. El otro es un final trágico.

3. El hombre es creado por amor y para el amor. Y no se trata de un detalle sin importancia. Si se «divierte», como dice Pascal, un día u otro terminará por echar en falta algo esencial. Si se desvía y se deforma, puede sufrir graves trastornos y lanzarse a cualquier cosa: sexo, alcohol, droga, espiritismo... o suicidio. No te dejes dominar por este vértigo, ni impresionar por los que se burlan de todo, pues sus burlas pueden esconder una herida. Tampoco seas duro con ellos y muéstrate siempre dispuesto a echarles una mano. Los psicólogos afirman que hay neurosis que provienen de una pérdida profunda de identidad, porque falta la memoria de Dios.

4. Dicho esto, hablemos del cielo.

a) No es el producto de tu imaginación, ni la proyección de tus deseos más tenaces, buenos o malos. No es un lugar donde, al fin, todo es posible, ni una mesa llena de los manjares más exquisitos... Tampoco es el lugar donde, al fin, todo está permitido y donde se pueden conseguir todas las alegrías del pecado sin que sea pecado. Realmente, ¿hay alegría en el pecado?... Los santos han luchado para no precipitarse sobre el paraíso como niños sobre un caramelo o un pastel, y el mismo Dios purificó su deseo. En su cama de tuberculosa, Teresa de Lisieux murmuraba: «me da la sensación que después de esta vida mortal no hay nada; todo ha desaparecido para mí; sólo me queda el amor.» Había tenido que renunciar, sin duda bajo los efectos de su dolorosa enfermedad, a todas las imágenes suaves por medio de las cuales se representaba la felicidad eterna, y sólo le quedaba lo esencial. Otros, llevando la paradoja hasta el final, dijeron al Señor que le amaban tanto, y sólo a el, que serían capaces de amarle incluso en el infierno. Así expresan la gratuidad de su afecto, que no busca recompensa alguna.

b) el cielo tampoco es la compensación para el creyente por sus privaciones, voluntarias u obligadas, ni la recompensa futura para resignarse aquí abajo. Es el lenguaje atípico del siglo XIX: «Aceptad vuestros sufrimientos actuales en espera del juicio final en el que creéis, y aceptad que yo sea rica, porque no tengo la fe que me recompense en el cielo». De ninguna manera. El Reino debe comenzar por establecerse en la tierra y no exime de ser justo aquí abajo: «Que venga tu Reino en la tierra como en el cielo.»

c) Ya te dije que, para San Pablo, el paraíso es estar con Cristo, y nada más. No se trata, pues, de un tener, sino de un ser. No se trata de una determinada cantidad de bienes, sino de una calidad de vida. No esperes nada más. Estar con el Señor significará también reencontrarme con todos los que liemos amado y que constituyen su cuerpo místico. Pero no intentes imaginar el cuadro. Confía en Dios y en el saber hacer de sus ángeles...

d) Así pues, el cielo comienza en la tierra, porque Jesús nos lo dice: «Si alguien me ama, mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Juan 14,23). « el cielo es Dios, grita Teresa, y Dios está en mi alma.» Encuentra ya un aperitivo de la felicidad en todas las formas de caridad, en la oración y en el servicio. Hay momentos en los que no se siente pasar el tiempo...

5. Sólo puedes «comprender» el infierno en función del cielo. No se trata, pues, del horno lleno de torturas sutiles y suplicios refinados, sino el sufrimiento procedente del hecho de haber rechazado conscientemente el amor para el que estamos hechos.

a) el infierno no es un lugar delimitado, sino un fuera, un no-lugar. Es el exterior de la comunidad, de la que se es excluido por la propia culpa. Por eso la Biblia coloca al diablo en el desierto, en la tierra árida, inhóspita y sin senderos. Por otra parte, el mismo Satanás es un ser marginado. De la misma manera, la condenación es lo contrario del comedor familiar, donde brillan las luces familiares. Es la noche opaca de fuera, que el Evangelio denomina «tinieblas exteriores».

b) el dolor del condenado no proviene de los instrumentos de tortura, sino de la evidencia de su falta de sentido. El dolor del condenado no es algo que se añade, sino que surge desde dentro. Al estilo de la alegría del cielo, que tampoco es un suplemento de amor, sino el mismo amor. Deja, pues, de lado las imágenes terroríficas de tus libros de adolescente. Dios no castiga; sólo deja de resistir al hombre cuando le dice: « ¡Oh, hombre, que se haga tu voluntad!» Y entonces comienza la condenación y toda la verdad irrumpe en un alma vendida al error. El condenado continúa prefiriendo todo a Dios, pero se da cuenta de que nada puede confundirse con el. El condenado se encuentra destrozado entre todo lo que ha elegido, y que no es nada, y Aquel al que ha rechazado, que lo es todo.

No se necesita buscar un tormento exterior; el interior es más que suficiente. No se necesita imaginar un suplicio, puesto que aquí el castigo se confunde con la falta.

c) el infierno nos es revelado en el Nuevo Testamento, al mismo tiempo que se nos revela el mismo Amor. Se nos muestra como la terrible posibilidad creada por la apertura de corazón de Jesús, si este Amor, reconocido como tal, no es acogido. También aquí la condenación no es más que una consecuencia y no se corresponde con ninguna intención deliberada de Dios, como lo precisaron los concilios. Quizá me digas que, en estas condiciones, el Señor habría hecho mejor quedándose tranquilamente en su cielo sin amarnos nunca. Como ya te he explicado más arriba, no fue ajeno a este problema, pero tampoco se dejó intimidar por él, sino que lo asumió. Crucificado, vino a impedir con sus dos brazos extendidos la entrada del infierno; en adelante, para entrar en él hay que pasar sobre su cuerpo.

Por otra parte, el es el primero en mostrarse afectado por el rechazo categórico del hombre. Si lo piensas bien, el infierno es una humillación para Dios, de tal forma que algunos, al pensar en esto, niegan la condenación. Sugieren que el oponente absoluto debía, más bien, ser reducido a la nada para evitar el escándalo de una contestación definitiva. De esta forma, Creador y criatura quedaban aliviados de un tremendo problema. Ahora bien, ésta es una teoría demasiado humana, Es la actitud que nosotros tomaríamos si estuviésemos en el lugar de Jesús. En cambio, el Señor nunca rompe sus compromisos y asume sus consecuencias con lealtad y valentía.

d) En el Evangelio, Jesús sólo habla del infierno con sus mejores amigos (Lucas 12,4-5). En efecto, es el amigo íntimo el que, al traicionarle, puede convertirse en el enemigo ideal. Por eso, «a los que se les ha dado mucho se les exigirá mucho». La posibilidad de condenarse no es, pues, un sermón destinado a meter miedo a la gente para que no peque, sino la meditación de un enamorado ferviente. Cuanto más amo, más temo no amar suficientemente, o dejar de amar un día. Es, pues, la ternura -y no el miedo- el que me hace decir esta oración: « ¡No permitas que me separe de ti!» el infierno sólo le parece algo posible y real para el que está enamorado. No puedo pensar que en el infierno pueda estar alguien más que yo, decía un santo cardenal de la Iglesia. Como ves, no salimos de la dinámica del amor.

e) el Evangelio nos dice que el fuego del infierno no se apaga jamás. El condenado ha traspasado, pues, el punto de no retorno, como afirma la fe de la Iglesia. De ahí que se hable de un fuego eterno, pero la expresión es ambigua. En primer lugar, porque la eternidad no es una cantidad de tiempo, sino una calidad del ser. Por lo tanto, esta calidad del ser no puede ser la misma en el cielo que en el infierno. De lo contrario, no valdría la pena salvarse.

f) Jesús nos habla a menudo y de una forma enérgica del infierno como posibilidad (Mateo 18,8-9), pero, aparte de los ángeles caídos (Mateo 25,41), no designa a ningún condenado, ni siquiera a Judas. La Iglesia también canoniza a los santos, pero no publica las listas de los condenados. ¿Quiere esto decir que el infierno existe, pero que está vacío? Jesús tampoco dice esto, sino que nos invita a estar vigilantes y a rezar no como seres aterrados por el infierno, sino como centinelas del cielo.



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