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Inicios de la RCC en el mundo
Este fuego no hace referencia a ninguna nación, a ninguna ideología, a ninguna cultura, ni lengua ni raza ni color


Por: P. Chus Villarroel, O. | Fuente: www.rccperu.org



Antecedentes

El día 9 de marzo de 1897 el Papa León XIII sorprendió al mundo con la publicación de la encíclica "Divinum illud munus", verdadera y auténtica "suma teológica" sobre el Espíritu Santo. Con ella, de algún modo, le consagraba el nuevo siglo. Además hizo obligatoria para toda la Iglesia la novena al Espíritu Santo como preparación anual a la fiesta de Pentecostés.


1 de enero de 1901

El movimiento espiritual del que vamos a hablar parece haber surgido, más o menos simultáneamente, en diversas partes de la tierra, especialmente en Armenia, Gales, India y USA. No se puede considerar patrimonio exclusivo de ninguna confesión religiosa.

La corriente principal y mejor constatada,sin embargo, fue la que apareció en una pequeña y pobre iglesia protestante. Es la Iglesia Metodista. Es ésta una iglesia escindida del Anglicanismo hacia el año 1729.

Este cisma no se hizo por rechazo, sino por afán de reforma y de acercamiento sencillo del culto y de los grandes dogmas al pueblo cristiano. Se ha comparado el movimiento metodista al franciscanismo. Sus promotores, en especial John Wesley, un hombre de entraña mística y de una predicación muy imaginativa y cercana al pueblo, conservaron siempre un gran respeto por la Iglesia madre Anglicana. El nombre de metodistas les fue impuesto por burla, pues hacían gala de seguir un método adaptado a las buenas costumbres de las que nos habla la Biblia.

Los fieles metodistas se extendieron por varios países del mundo anglosajón, aunque nunca llegaron a ser muy numerosos. Sucedió en la noche de fin de año de 1900. Un grupo de estudiantes celebraban una asamblea de oración en Topeka, Kansas. La presidía el joven pastor metodista Charles F. Parham. Le pedían al Espíritu Santo que les enviara los mismo dones que había otorgado a los apóstoles en el cenáculo.

Una chica, llamada Inés Ozman, sintió el impulso de salir al centro de la asamblea. Rogó al pastor que le impusiera las manos e invocara sobre ella la efusión del Espíritu Santo, como se hacía en tiempo de los apóstoles. El pastor, en un primer momento, se quedó perplejo, pero al fin condescendió. "En aquel momento, refirió la joven, me sentí como arrastrada por un río en crecida y como si un fuego ardiese en toda mi persona, mientras que palabras extrañas de una lengua que jamás había estudiado me venían espontáneas a los labios y se me llenaba el alma de una alegría indescriptible". Seguidamente, los demás estudiantes y el propio pastor Parham recibieron los mismos dones.

La noticia se difundió. De todas partes acudía la gente para recibir lo que se llamó "el bautismo en el Espíritu" y "el don de lenguas". En 1906 ya era un auténtico fenómeno religioso muy extendido.

Las iglesias protestantes, sin embargo, no supieron acoger esta movida religiosa que parecía convulsionar sus cimientos. Excomulgados por sus iglesias y, aun en contra de su voluntad, los primeros carismáticos no tuvieron más remedio que integrarse en una iglesia nueva que se llamó la Iglesia Pentecostal.


Acogida en las iglesias protestantes

La historia del pentecostalismo en los años que siguieron se hizo turbulenta. Hubo entre ellos y con las demás iglesias nuevas divisiones y enconadas luchas y disputas teológicas. Cayeron en un gran desprestigio. Durante cincuenta años se sumieron en una semioscuridad y dejaron, por tanto, de ser un peligro digno de ser tomado en cuenta. Todo el mundo creía que el ciclo pentecostal había llegado a su fin. Daba la impresión de que aquella semilla que tan pujante brotó en el grupo de jóvenes de Parham se había agotado para siempre. La novedad de la irrupción pentecostal fue imposible de asumir en un principio.Podemos mencionar varios factores de discrepancia, entre otros muchos.

Para los primeros pentecostales, siempre hubo dos cosas innegociables: el bautismo en el Espíritu y el don de lenguas. La semilla pentecostal pareció, en cierto momento, que podía desaparecer. Pero no fue así. Al contrario.

Durante estos cincuenta años de oscuridad y silencio fue madurando y, a pesar de la injuria y el escándalo de los hombres, hacia los años 60 sus rebrotes se hicieron de nuevo incontrolables. Y ahora no era ya momento de excomuniones, sino que las iglesias no pudieron eludir el hacer un nuevo discernimiento. Pero ya habían cambiado muchas cosas en esas iglesias; el mundo también era otro.

La rigidez puritana de principios de siglo se había disuelto como un azucarillo. Dos cruentas guerras mundiales habían relativizado muchas cosas; y una filosofía nueva, personalista y vivencial había abierto la posibilidad de un mundo de experiencias nuevas. A pesar de los conflictos mencionados, las iglesias tuvieron que enfrentarse al hecho de que muchos de sus fieles iban siendo tocados por la experiencia carismática. Aún más: bastantes pastores participaban en grupos de oración y habían experimentado igualmente un cambio profundo en sus vidas.

Por ello, aunque aún no se hayan apagado las disputas ni se hayan eliminado totalmente las incomprensiones, las iglesias llamadas "históricas" han dado su aprobación a la espiritualidad pentecostal.

En la Iglesia Episcopaliana fue a partir de 1958; la Luterana USA en 1962; la Presbiteriana también en el 62; y lo mismo ha sucedido en algunas comunidades ortodoxas.

Desde este momento se empieza a descubrir la parte positiva de toda esta movida espiritual. Ahora es valorada la capacidad evangelizadora de la nueva corriente espiritual. Su novedad y frescura de cara a los jóvenes y alejados; la vitalidad en los cultos y celebraciones; la revalorización de la oración y lo sobrenatural en un mundo materialista y práctico; y, de una manera especial, la capacidad ecuménica de este nuevo movimiento. Fieles de todas las confesiones participan juntos en grupos de oración: ¿No será que el Espíritu Santo quiere construir la unidad desde las bases, desde el pueblo?.


En la Iglesia Católica

Dados estos antecedentes, no es de admirar que este movimiento espiritual apareciera inevitablemente en la Iglesia Católica. Sin embargo, cuando esto tuvo lugar, causó una sorpresa casi general. Siempre había existido una profunda hostilidad hacia el Catolicismo por parte de las Iglesias Pentecostales, el cual, según ellas, era la suma y compendio del formalismo y organización aniquiladores del Espíritu. Por otra parte, la mayoría de los católicos nunca habían tomado en serio a los pentecostales por su aparente emotividad y fanatismo.

Nadie, pues, imaginaba la rápida aceptación con que fue acogida la espiritual pentecostal en la Iglesia Católica. La verdad es que se ha extendido con mucha mayor rapidez en ella que en todas las demás iglesias, y la oposición ha sido mucho menos intransigente. Observadores pentecostales han comentado sorprendidos la facilidad con que los católicos han aceptado el "bautismo en el Espíritu". La jerarquía católica se ha mostrado más abierta y favorable al movimiento que la de las demás iglesias.

Pero también en la Iglesia Católica habían cambiado muchas cosas. Había pasado Juan XXIII con su lema: "valoricemos lo que nos une y dejemos lo que nos separa". Había pasado un concilio, el Vaticano II, que abrió las puertas y ventanas de la Iglesia de par en par y realizó una apertura sin precedentes a la modernidad, al progreso, a la tolerancia, a los derechos humanos y, en general, a las realidades terrenas, cosas todas ellas asumidas en una síntesis poderosísima bajo la acción del Espíritu. Fue un concilio sin condenas, un concilio de aperturas, de tolerancia, de pluralismo religioso, de anhelos ecuménicos. Ya no hay herejes ni cismáticos, sino hermanos separados, entre los cuales pueden darse también "la fe, la esperanza, la caridad, la vida de la gracia y otros dones interiores del Espíritu Santo". En la apertura de dicho concilio Vaticano II, el Papa Juan invocó al Espíritu Santo pidiéndole: "Renueva en estos días tus maravillas, a la manera de un nuevo Pentecostés".


Se enciende el fuego

En la Universidad del Espíritu Santo de Duquesne, en Pittsburgh, USA, hay un grupo de cristianos inquietos. Son agentes de pastoral dentro de la misma Universidad, pero están desilusionados y un tanto desmoralizados, sobre todo, por la ineficacia e infecundidad de sus esfuerzos y trabajos. Sin embargo, están en actitud de búsqueda y de encuentro. Cae en sus manos un libro que se ha hecho famoso: "La cruz y el puñal". Es una especie de autobiografía de un intrépido pastor, David Wilkerson, el cual habla de su apostolado entre las pandillas de jóvenes delincuentes y drogadictos de Nueva York. Entre estos jóvenes se habían realizado auténticos milagros con signos visibles de una presencia fuerte y viva del Espíritu Santo. Allí se relataba algo distinto, allí se percibía una eficacia y una fecundidad superiores a los puros dones y categorías humanas.

La lectura de este libro fue para ellos una revelación. Decidieron orar los unos por los otros diariamente la secuencia del Espíritu Santo: "Ven, Espíritu divino". Pedían que se derramara sobre ellos la misma fuerza y el mismo fervor que habían experimentado los primeros cristianos.

Sucedió a principios del año 1967. Después de algunos meses de perseverar en esta oración y en estos deseos encontraron suficiente humildad para pedir a algunos neopentecostales que oraran sobre ellos a fin de recibir el bautismo en el Espíritu.

Los efectos fueron inmediatos y prodigiosos. Los frutos del Espíritu se derramaron copiosamente: se sienten invadidos por una fuerza nueva; perciben un profundo sentimiento de paz; se regocijan con una alegría inexpresable; sienten la necesidad casi impulsiva de dar testimonio. Y lo que es más importante: experimentan en sus propias vidas la realidad poderosa y santa del Espíritu, que les lleva a descubrir a un Jesús vivo, resucitado, Señor de todas las cosas. Perciben como un cambio cualitativo en su propio ser, cambio que se expresa también a través de varios dones carismáticos: don de lenguas, profecía, curaciones.

Demasiado fuerte para asimilarlo de inmediato. Dentro de la paz y sobriedad del Espíritu que, de por sí, nunca hace perder la armonía y el equilibrio, se sienten gozosos, pero desconcertados y un tanto perdidos. ¿Qué está sucediendo? ¿Es esto un nuevo Pentecostés?

Pero no era un momento adecuado para pararse a teorizar lo que estaba pasando. Había que apurar la experiencia hasta el final. Y, sobre todo, había que dar salida a la urgencia de comunicación, de compartir con otros, algo que en su fuero interno sabían que era auténtico, oro de ley. Programan pronto un retiro, que se hizo famoso, al cual asistió mucha gente nueva, y en el que de nuevo percibieron la presencia viva del Espíritu Santo. Pasaron un fin de semana en oración como sumidos en una atmósfera ultraterrena.

La experiencia se extiende rápidamente como un fuego. El 4 de marzo de 1967 un joven estudiante de Duquesne comunica estos sucesos a un asombrado pero reticente auditorio de la Universidad de Notre Dame, en South Bend. También aquí acuden a los pentecostales que, en un encuentro de oración, oran por ellos, repitiéndose los mismos acontecimientos con los mismos resultados. En pocos meses se propagó la noticia por diversas regiones de USA, saltando inmediatamente sus fronteras en todas las direcciones.


Nació en América, pero no es americana

Ni la propaganda de la Coca Cola; ni la publicidad de la hamburguesa; ni la estrategia de los VIPS; ni el espectáculo de Michael Jackson; ni las intrigas de la CIA; ni el marketing de una multinacional; ni la acción de las películas del Oeste han sido vehículo para que la Renovación haya llegado, rincón por rincón, hasta los confines del planeta. El Espíritu Santo no ha necesitado la influencia americana para "colonizar" espiritualmente al mundo. Viene de América, pero no es americana.

Y entonces se preguntará alguien: ¿Por qué nació en América? He aquí una cuestión insoluble. Los designios de Dios son inescrutables. No se pueden dar ni razones de conveniencia. De todas formas es sorprendente que haya nacido en USA, pues las cosas de Dios suelen brotar en la debilidad, la pobreza y la impotencia. Sin embargo también en EE UU hay pobrezas. Desde el principio se trató de descalificar el movimiento pentecostal a causa, según decían, de su origen humilde en una iglesia negra. Muchos comentaristas e historiadores piensan que el mismo ambiente que dio origen al Negro Spiritual, al Jazz y a los Blues, produjo también el movimiento pentecostal. La verdad es que desde el principio hubo adeptos de ambas razas, aunque también está constatado que en el inicio la mayoría de los líderes y el gran impulso se realizó por medio de comunidades de gente de color.

Y,¿por qué en el Protestantismo? No lo sabremos jamás, como tampoco sabremos por qué el Hijo de Dios nació en una cueva en Belén. Tal vez era el sitio más pobre y por eso lo escogió. De esta forma hasta los mendigos que duermen en la calle, los desheredados, los emigrantes y desterrados, se pueden identificar con él. Si hubiera nacido en un palacio, los pobres jamás hubieran pisado sus umbrales. La Renovación no tuvo ni patria ni sitio en la posada. Nació en la Iglesia Metodista, pero fue expulsada de ella y de las demás iglesias protestantes. Tuvo que construirse su propia chabola. ¿Si hubiera nacido en la Iglesia Católica, la aceptaría todo el mundo? Hay muchos que consideran a esta iglesia demasiado poderosa, demasiado prepotente. En cambio, naciendo donde nació, y creciendo como creció, a la Iglesia Católica y a todos nosotros nos sirve de ejercicio de pobreza y de reconciliación. Y hay que reconocer que en este tema nuestra Iglesia Católica ha alcanzado auténticas cotas de catolicidad y de aceptación de los demás.

Hablando de un tema semejante, san Pedro dijo un día en casa de un pagano: "Verdaderamente Dios no hace acepción de personas, sino que el hombre que le teme, sea de la nación que sea, le es grato" (Hch 10, 34). Este fuego no hace, pues, referencia a ninguna nación, a ninguna ideología, a ninguna cultura, ni lengua ni raza ni color.


No fue programada ni tiene fundador

A ningún consejo de pastoral o reunión de planificación, a ningún capítulo general o comisión teológica se le ocurrió jamás un programa de acción o evangelización en el que se incluyera como acción prioritaria un "bautismo en el Espíritu". Ninguna pastoral de conjunto ha incluido en sus planes la oración en lenguas, la profecía o las curaciones. Todos sentimos la necesidad de una nueva evangelización, "con nuevos métodos, nuevas expresiones y nuevo ardor", pero, ¿quién es capaz de actuar algo concreto que cambie vidas, que haga descubrir a un Jesucristo vivo y poderoso y que llene nuestras actuaciones de carismas y de una acción poderosa del Espíritu?.

La única planificación que puede haber, para que lo dicho suceda, es la oración en la que se clama por esos dones y esa venida del Espíritu. Y Él, como el día de Pentecostés, nos ha sorprendido una vez más. Y está ahí. La cuestión ahora es reconocerle y secundar sus planes. Cada uno en el lugar donde perciba su llamada.

Para la Renovación esto no es tan sencillo, pues el Espíritu no se vale en ella de las mediaciones ordinarias por las que suele actuar. Aquí no hay un fundador, ni se puede decir que sea un movimiento. Por eso, no tiene una teología especial, ni un centro espiritual, ni un programa de acción, ni unos objetivos concretos. No trata de reformar la oración, ni la liturgia, ni abrir cauces a la Palabra de Dios, ni está llamada a unos compromisos sociales concretos. Es una re-novación de lo que siempre fue, una puesta a punto, una vitalidad renovada. Nadie dirige los pasos de la Renovación. La única referencia instintiva que hace el carismático es al Espíritu Santo. Él es el fundador, el motor, el que programa, el que señala cadencia y ritmo. Por ello, la actitud más auténtica es la de la escucha, viviendo siempre la provisionalidad de lo que tenemos. En la Renovación nunca hay nada terminado, porque el Señor es nuevo cada día.

El presente es un fragmento tomado del libro "La Renovación Carismática", del padre Chus Villarroel, O.P.; Servicio de Publicaciones de la R.C.C. (SERECA); Madrid, 1995.
 

 

 

 

 



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Juan Carlos Vázquez Castro
asesor de Catholic.net y
Coordinador diocesano de la Renovación Carismática Católica de Galicia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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