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Homilía para la celebración de las exequias I: Mt 5, 1-12a
Por Antonio González Villén. Sacerdote de Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real)


Por: Antonio González Villén | Fuente: iglesiaendaimiel.com



Habéis venido a acompañar a N a su última morada. La familia os lo agradece y os felicito por ello. Es un gesto de amistad, de estima, de respeto. Permitidme ver en ello también un gesto de fe. Vuestra presencia en nuestro Templo Parroquial en torno al féretro de N para mí el signo de la presencia de Dios cerca de cada uno de nosotros en nuestra muerte.

No habéis querido dejarl@ sol@ en su partida. Esta reacción sencilla es para mí, repito, expresión de la fe; nosotros creemos que en la muerte no marchamos hacia lo terriblemente desconocido. Alguien está ahí para acogemos al final del camino de nuestra vida. Aunque el azar, la casualidad, tenga un lugar importante en el mundo y en nuestras existencias, nosotros no creemos que el azar sea la explicación última de la realidad. "Dios es Amor". Y el amor ha sido, es y será la explicación suprema de la vida. Al principio está Dios; un Dios Padre, que da la vida. Al final está también Dios; un Dios que acoge, un Dios que nos recibe en Él. Dios nos ha creado por amor y nos salva en Cristo también por amor. "Él nos amó primero y entregó a su Hijo por nosotros para que tengamos vida y la tengamos abundante".

(La vida de N estuvo marcada por el amor a su familia, por su trabajo, por los esfuerzos para procurar lo necesario para los suyos en lo material y en lo espiritual, en la formación y educación. Una buena persona, con sus defectos, fruto de la condición humana (que yo desconozco), pero con un gran corazón que ha puesto de manifiesto también a lo largo de toda su existencia.)

Necesitamos personas que nos animen a tener menos miedo al dolor, al suftimiento. Porque N tuvo un buen Maestro y supo tomar la Cruz y seguir al Señor. Y necesitamos personas que, como él (o ella), nos hagan cercanas la paz y la alegría de la fe, de su creencia en el buen Dios que dio su vida por nosotros. "Ánimo, soy yo, no tengáis miedo", le dijo también a Pedro cuando le invitó a seguirle caminando sobre las aguas".

"¿Vosotros también queréis marcharos?”... "¿Y adónde vamos a ir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna". "Hombres de poca fe ¿Por qué dudáis?". No nos agobia incluso el que en algunos momentos no hayamos sido del todo fieles a nuestra vocación de cristianos. Recordemos juntos aquellas preguntas de Jesús, después de la Resurrección, al Apóstol Pedro: ¿Pedro, me amas más que éstos?... "Señor, Tú sabes que te quiero". Al final, somos juzgados por el amor.

Acercarse a las Bienaventuranzas produce siempre alguna inquietud porque parece imposible compartir, de obra, la claridad de Cristo al pronunciarlas con toda rotundidad. Por eso, resulta esperanzador escuchar al mismo tiempo que existe una multitud incontable de santos anónimos que, a pesar de ser como nosotros, débiles e inseguros, han logrado su túnica blanca del gozo de la presencia de Dios para siempre.

Las personas pobres de espíritu, que viven sencillamente y no corren angustiadas tras la riqueza, el poder y la gloria ni ponen el placer y el bienestar como metas supremas de la vida.

Las personas sufridas, no violentas, que tienen criterios cristianos y los mantienen, pero no los imponen a gritos ni con las armas porque saben que todos los seres humanos hemos nacido del mismo Padre Dios.

Las personas limpias de corazón y de mirada limpia que como no tienen doblez en sus vidas, no creen que exista en la del prójimo. Que no se mueven por la envidia u orgullo. Y son fieles a su propia conciencia.

Las personas misericordiosas, dispuestas siempre a la comprensión, a la tolerancia, al perdón, al juicio misericordioso.

Las personas que han llorado sin que las lágrimas hayan dejado rencores en su vida.

Las personas que tienen hambre y sed de justicia y que, por eso, no les gusta su mundo pero, como es el suyo, no lo odian sino que lo aman e intentan cambiarlo. Y trabajan voluntariamente por el bien de los demás.

¡Qué bien recoge el espíritu de las bienaventuranzas la hermosa oración de San Francisco de Asís!:

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Donde haya odio, que yo ponga amor.
Donde haya ofensa, que yo ponga perdón.
Donde haya discordia, que yo ponga unión.
Donde haya error, que yo ponga verdad
Donde haya duda, que yo ponga fe.
Donde haya desesperanza, que yo ponga esperanza.
Donde haya tiniebla, que yo ponga luz.
Donde haya tristeza, que yo ponga alegría
Haz que yo no busque tanto
El ser consolado como el consolar,
El ser comprendido como el comprender,
El ser amado como el amar.
Porque dando es como se recibe.
Olvidándose de si mismo
Es como se encuentra a sí mismo.
Perdonando es como se obtiene perdón.
Muriendo es como se resucita para la vida eterna.

Junto al dolor, elevamos nuestra acción de gracias por N ¡Cuánto no ha dejado! ¡Cuánto le debemos!. Mucho de él (o de ella) ha quedado grabado en nuestras vidas Y permanecerá como huella imborrable. ¡Cuántas sonrisas compartidas a lo largo de la vida, más o menos prolongada! ¡Cuántas lágrimas derramadas por su ausencia!

Celebramos la victoria definitiva del amor, de la vida y de la misericordia de Dios. Porque la santidad se construye casi siempre sobre muchas cicatrices que se han tenido que curar, sobre ruinas, pequeñas o grandes, que ha habido que reparar.

Por eso no nos desanimamos: "Nuestro auxilio es el nombre del Señor".

"¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”. Estas palabras pronunciaron aquellos ángeles que anunciaron la Resurrección del Señor: "No está aquí Ha resucitado” "Si hemos muerto con Cristo, sabemos que también viviremos con Él”. "¿Por qué surgen dudas en vuestros corazón?... "Le reconocieron al partir el pan”.

"En Él estaba la Vida y la Vida era la Luz para todo hombre" (Juan).

Escucha, Señor, nuestra oración y escucha también todo aquello que nuestro corazón no sabe decir. Pronuncia sobre todos tus hij@s tu palabra bendita, que redime y que libera. Haz que te recuerde sin cesar el nombre de todos los suyos, como lo hace tu Hijo Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.


Lecturas para la celebración de las exequias


     







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