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Homilía para la celebración de las exequias XIII: Jn 12, 23-28
Por Pedro Crespo, sacerdote en la Parroquia de san Pedro Apóstol de Daimiel (Ciudad Real)


Por: Pedro Crespo Arias | Fuente: iglesiaendaimiel.com



(Se puede acompañar con Filp 3, 20-21 y el Salmo 62)

Estamos reunidos en la Parroquia para despedirnos de nuestro/a hermano/a N. En estos momentos acompañamos a sus familiares, manifestamos nuestra cercanía y solidaridad, y hacemos lo mejor que nos queda, que es rezar por N.; le pedimos a Dios que lo/la acoja en su misericordia y le dé la posesión de su Reino. ¡Cuánto nos cuesta esta separación! ¡Cuánto nos cuesta este tránsito! Si supiésemos con certeza a dónde va y cómo va a estar en la Otra Vida, quizá nos quedaríamos más tranquilos. Nos duele la separación, la ausencia y quisiéramos que la fe iluminara esta experiencia humana de la muerte.

Si miramos distintas experiencias de la vida, podemos comprobar como todo cambia. Nuestro cuerpo desde que fue concebido ha cambiado considerablemente. Prácticamente todos somos mayores y comprobamos como el paso del tiempo nos ha ‘madurado’. Nuestra personalidad también ha cambiado por los distintos acontecimientos que hemos vivido. Probablemente la vida nos ha hecho asumir responsabilidades que antes nos asustaban y que creíamos imposibles de realizar. También ha cambiado la casa en la que vivimos, nuestro pueblo, la peseta ha dejado de existir por el euro...

Esta perspectiva de los cambios es vivida por las personas de maneras diferentes. En la mayoría, los cambios producen rechazo, miedo, incomprensión, desestabilidad... pues rompen nuestra rutina y nos piden un esfuerzo, aveces grande, de adaptación. Cuando superamos esos primeros momentos, podemos comprobar que no era tanto lo que se pedía ni tanto el temor que había que tener (pensarlo es más difícil que vivirlo, solemos decir). Hay otro tipo de personas, las menos, que tienen mayor apertura ante lo novedoso, viven los cambios con más confianza y son capaces de adaptarse mejor.

Pues bien, la muerte no es el punto y final de la vida, sino más bien un punto y aparte; se produce un ‘cambio’ de página, pero nuestra historia continúa. Jesucristo era conocedor de esta realidad y la expresó muy bien con la comparación de grano de trigo, que hemos escuchado en el Evangelio. Si el grano no muere (no se siembra en la tierra y se ‘corrompe’...) no da fruto. El grano, que está sembrado en la tierra, quizá se pueda desconcertar pues no ve la espiga que está produciendo. Así nosotros, ante la situación de la muerte, sólo vemos la realidad de aquí, pero no vemos la Vida que se está gestando.

Es muy humano vivir esta experiencia desde el rechazo, la incomprensión, el dolor, la duda, el miedo, la soledad... Pero la fe en la otra vida, la certeza de que Cristo ha resucitado, las experiencias personales de que los cambios nos ayudan a crecer... nos deberían ayudar a vivir estas circunstancias duras con una luz de esperanza. La muerte es sólo un cambio, un tránsito a otra vida que es mejor que ésta. Decía la lectura que Dios “transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa”. La muerte es una transformación de nuestra personalidad: dejamos lo caduco y nos abrimos a la novedad de la Vida que no acaba. Fijaos que experiencia tan cierta tendría el autor de la oración del salmo que hemos recitado: “Tu gracia vale más que la vida”. Esta vida humana, que tanto apreciamos, pues es lo mejor que tenemos, no vale nada en comparación con la gracia de Dios, con su amistad, con la vida que él nos da.

Oí una vez una comparación muy expresiva de la vida y la muerte, del grano de trigo que no ve la espiga que produce: Es igual que una persona que hace un tapiz y sólo puede ver el lugar desde el que lo trabaja, el reverso del mismo; sólo ve mezclas de colores, sin mucho sentido, nudos... y lo hace con la convicción de que está realizando algo hermoso. El paso a la Otra Vida, aunque nos cueste, nos da la posibilidad de contemplar nuestra obra, nuestra vida, mirando el ‘tapiz’ de frente y comprendiendo tantos ‘colores’ y ‘nudos’. Ciertamente veremos una obra a la que Dios le ha dado un sentido y un colorido especial.

Que el Señor acoja en su misericordia a nuestro/a hermano/a N.; que le muestre el fruto que Él ha hecho germinar con la siembra de la vida de nuestro/a hermano/a. Y a todos nosotros nos conforte con la fe en la resurrección y nos ayude a vivir con esperanza el ‘paso’ por esta vida.


Lecturas para la celebración de las exequias

 







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