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Homilía para la celebración de las exequias IV: Mc 15, 33-39;16,1-6
Por Julián Martín Martín, sacerdote en la Parroquia Sta. Catalina de La Solana (Ciudad Real)


Por: Julián Martín Martín | Fuente: iglesiaendaimiel.com



(Se puede acompañar con Sab 3, 1-9; Salmo: 114)

En muchas ocasiones acompañamos a personas cercanas o conocidas en el dolor de la muerte de sus familiares, pero cuando esta realidad nos toca vivirla personalmente no resulta tan fácil aceptarlo humana y religiosamente.

El hombre, cuando tiene sufrimiento o muerte, suele reaccionar con el rechazo, la huída de la realidad o la desesperación. En otras ocasiones con la aceptación y resignación, con paciencia y hasta con paz y serenidad, pero esto son las menos ocasiones. Es lógico la reacción del rechazo y de lucha con la perdida de un ser querido.

Sin embargo, lo más sensato sería, en el momento de dolor, ofrecerle al Señor ese daño que se tiene, ofrecerle al Señor y preguntarle porqué, ofrecerle la desilusión y la desesperanza, las lágrimas y el llanto. Ningún argumento racional, ni ninguna medicina nos puede ayudar ante esa situación. pero una ofrenda del dolor puede ayudar a reconocer y a confiar.

La muerte no es sólo muerte, para Dios y para los que creemos en Dios, el sufrimiento inevitable es también la llamada irreductible de Dios, es el espejo en el que el rostro de la vida adquiere sus perfiles verdaderos. El sufrimiento es camino para la verdadera vida. Como hizo Cristo en la cruz, a Dios se le invoca de forma nueva en la que aparentemente es abandono y soledad. Y el rostro de Dios, su cercanía amorosa, aparece con intensidad de nuevo cuando sólo tenemos un dolor con esperanza. Y no es menos cierto cuando se trata de la muerte.

"La gente insensata, dice el libro de la Sabiduría, pensaba que morían, consideraban su tránsito como una desgracia, pero ellos están en paz". Es que la muerte no tiene para Dios la última palabra sino la Vida, ni la tiene la destrucción sino la inmortalidad.

La muerte es para el cristiano un paso, un hasta luego, no es un fin donde todo acaba. La muerte es como un nuevo parto que daña y hace llorar, un nuevo parto que deja aquí la placenta de la vida vivida, y que con el aliento del alma da paso a la otra vida. Es dejar este mundo del vivir para llegar al mundo del amar, el mundo donde veremos cara a cara a Dios y donde la familia humana que estábamos en la tierra, nos volvemos ajuntar cara a cara, sin velo, viendo lo que en verdad es cada uno y que la propia naturaleza tapó.

Aunque, en la muerte de un ser querido, no podemos evitar la tristeza, las lecturas de hoy sí nos puede llevar a afirmar lo que creemos, a anunciar lo que esperamos y apoyarnos en la Palabra de Dios.

Lo que Dios, que es mas fuerte que la muerte, recoge en sus manos como ofrenda del atardecer de la vida de nuestro/a hermano/a difunto/a y la une al sufrimiento de su Hijo en la cruz, y así como a Cristo lo resucitó a nuestro/a hermano/a también lo resucita. ¿Es esto poca alegría para nosotros?


Lecturas para la celebración de las exequias

 







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