Sugerencias para la homilía del domingo
B - Domingo 22o. del Tiempo Ordinario
Por: P. Antonio Izquierdo | Fuente: Catholic.net

Sagrada Escritura:
Primera: Dt 4, 1-2.6-8
Segunda: Sant 1, 17-18.21b-22.27
Evangelio: Mc 7, 1-8a.14-15.21-23
Nexo entre las lecturas
¿En qué consiste la religión auténtica? ¿Cuál es el culto verdadero? A estas preguntas responden las lecturas del domingo vigésimo segundo del tiempo ordinario. La primera lectura responde que la religión auténtica consiste en cumplir fielmente todos los mandamientos del Decálogo. Jesucristo, en el evangelio, enseña que la Palabra de Dios (Sagrada Escritura) está por encima de las tradiciones y leyes humanas. Por tanto, la verdadera religión está en el corazón del hombre, que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios. Santiago en su carta nos dirá que la religión pura e intachable ante Dios consiste en el amor al prójimo, especialmente a los más necesitados.
Mensaje doctrinal
1. Escuchar y hacer la palabra. La lengua hebrea no distingue entre palabra y hecho. Y por eso no se puede separar el escuchar del hacer, ni el hacer del escuchar. El Decálogo es llamado "las diez palabras" que hay que escuchar y poner en práctica. Esas diez palabras, que resumen toda la legislación mosaica, las "ha pronunciado" Dios para bien de su pueblo y, por tanto, poseen unas características propiamente divinas. Mientras que los otros pueblos se rigen por leyes y preceptos surgidos de la sabiduría y de la voluntad humanas, el Decálogo goza de la sabiduría del mismo Dios. ¿Cuáles son algunas de esas características divinas? 1) Las diez palabras son inmutables. Nada puede sustraerse a ellas y nada ser añadido. Son palabras de Dios "pronunciadas" para que el hombre viva; y el hombre vive cuando tiene unos puntos de referencia fijos, no sometidos a los cambios históricos. 2) En las diez palabras se compendia la sabiduría con la que Dios ha dotado a Israel a los ojos de los demás pueblos. Una sabiduría nada teórica, sino que envuelve la vida y la penetra en todas sus expresiones. Esas diez palabras continúan siendo hasta nuestros días alma del pueblo de Israel y alma de las comunidades cristianas. La auténtica religión y el verdadero culto consisten en escuchar y hacer la Palabra.
2. Mandamiento de Dios versus tradiciones humanas. En polémica con los fariseos y escribas Jesús les echa en cara algo sumamente grave: "Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres". No es que Jesús rechace las tradiciones de Israel. No se trata de rechazarlas sino de ponerlas en el lugar que les corresponde en el designio de Dios y en el marco de una religión auténtica. Las tradiciones son buenas cuando no apartan del Decálogo ni se oponen a él, sino que nacen como ramas nuevas del mismo árbol del Decálogo. Si en cambio nacen de situaciones meramente circunstanciales o de una voluntad humana rigurosa y estrecha, habrá que afirmar que esas tradiciones son caducas y perecederas. El gran error de los fariseos y escribas es querer conservar a toda costa un gran cúmulo de tradiciones de los antepasados, no sólo atosigando las conciencias del pueblo judío, sino incluso contradiciendo con ellas los principios inmutables y sapientísimos del Decálogo. La verdadera religión es aquélla que pone la Palabra de Dios por encima de las costumbres y usos de los hombres.
3. La palabra de la verdad. La Palabra de la verdad es la revelación de Dios contenida en la Escritura y que el Señor ha sembrado en el corazón de cada uno de los creyentes. El cristiano ha de ser dócil a esta Palabra, de modo que no sólo la escuche sino que la ponga en práctica. ¿Cuál es esa Palabra de verdad? Fundamentalmente el amor a Dios y el amor al prójimo, corazón de la verdadera religión cristiana. Quien cumple esa Palabra de verdad alcanzará la salvación de Dios. El hombre ha de ser muy sincero consigo mismo para no quedarse sólo de oyente, sino llegar a ser también practicante de esa Palabra. Hay que llegar a hacer la Palabra de la verdad. En eso consiste la verdadera religión a los ojos de Dios.
Sugerencias pastorales
1. Una religión del corazón. Hombre religioso es aquél que se siente re-ligado por una relación dialogal con la divinidad. Si el diálogo y la relación humana no puede ser puramente racional ni puramente sentimental, mucho menos el diálogo con Dios. Por eso, yo abogo por una religión del corazón, siendo éste el centro interior de la persona. El corazón, por tanto, visto no sólo como fuente de la afectividad, sino además como sede de la razón, de los sentimientos, de la voluntad, de la conciencia, de la decisión. En la religión del corazón es todo el hombre el que entra en comunicación con Dios: el que habla y escucha, el que es interpelado y responde, el que expresa sus experiencias íntimas y se siente acogido y comprendido. Quizás todavía quede en algunos cristianos huellas de jansenismo, y es necesario acabar con ellas. El cristianismo del futuro está pidiendo una religión del corazón, que llegue a ser el corazón de la religión. En tu experiencia personal, ¿es la religión católica una religión del corazón? ¿Es el culto cristiano un culto del corazón? En la vida litúrgica y sacramental de tu parroquia, ¿se tiene en cuenta esta dimensión integral de la religión, que comprende a toda la persona? Es mucho, muchísimo, lo que se puede hacer todavía para que la religión católica llegue a ser, en cada familia, en cada parroquia, en cada diócesis, en toda la Iglesia, una religión del corazón.
2. Autenticidad versus apariencia. La autenticidad debería ser el carnet de identidad de todo hombre, particularmente de todo cristiano. Pero, ¿qué significa ser auténtico? La respuesta depende de la concepción del hombre que se tenga. En una concepción cristiana, "auténtico" no es el que da curso libre a sus impulsos instintivos, sino el que es fiel a sí mismo y a la imagen del hombre integral que la razón y la fe dibujan en su conciencia. "Auténtico" es el hombre que se guía en su actuación por convicciones, el hombre cuya voluntad es movida siempre hacia su fin como persona humana y como hijo de Dios. En definitiva, ser auténtico se entiende como un ideal de ser uno mismo y no otro, no una máscara. En este sentido "auténtico" es quien no vive de apariencias, ni cifra en las apariencias su valor y su riqueza humana. En la educación de los niños y adolescentes conviene tener esto muy presente, porque, a causa de la televisión y otros medios informativos, es fuerte la atracción de las candilejas, de las pasarelas de modas; es grande la tentación del éxito fácil y deslumbrante, de la fama efímera pero gratificante. En breve, es fácil y tentador querer vivir de apariencias. Pregunta a los adolescentes, ellos y ellas, qué quieren ser de grandes y te darás cuenta, por las respuestas, de la fuerza seductora de las apariencias. ¿Qué vamos a hacer como cristianos para devolver autenticidad a la sociedad, a la educación?


