Los otros enfermos
Por: Paterpan | Fuente: Catholic.net
Cuando no estoy de servicio en “mi hospital”, colaboro en una parroquia. Ha unos días, el párroco me pidió que le acompañara a una entidad bancaria. Quería retirar una cantidad de dinero y pagar las obras de reforma del complejo parroquial.
Nos dirigimos en mi automóvil al banco y después de efectuar la gestión, con el dinero en la cartera, volvimos al coche para dirigirnos a una reunión sacerdotal. Enseguida nos dimos cuenta que una de las ruedas estaba “pinchada” y nos pusimos manos a la obra para sustituirla. En ello estábamos cuando alguien se dirigió a mi compañero demandando una información, pero llamando también mi atención. Tras unos segundos de conversación nuestro interlocutor se dirigió a toda prisa hacia un coche donde le esperaban otros dos “colegas” y a toda velocidad se alejaron de nosotros. Inmediatamente nos dimos cuenta de que algo extraño había sucedido: nos miramos perplejos e instintivamente observamos el interior de nuestro coche: el portadocumentos donde se encontraba el dinero había desaparecido, así como otros efectos personales. No sabíamos cómo, ni quién, pero estaba claro que en el coche que con tanta prisa se alejó de nosotros iba la mitad de los fondos parroquiales. Luego supimos que el mismo coche había sido robado aquella misma mañana y claro está la rueda había sido “pinchada” para distraer nuestra atención.
No importa de dónde eran estos amigos de lo ajeno, pues el mal no entiende de color, razas incluso religión, pero lo que si pone en evidencia que hay una parte de la humanidad que está “enferma”. No es la enfermedad del cuerpo con la que me hablo todos los días. Es la enfermedad del alma, del corazón, que no lleva no ya a una muerte corporal, sino a una aniquilación total. Una enfermedad que tiene muchas y variadas manifestaciones: el hurto, la violencia, el odio, la guerras, las addiciones más degradantes, en definitiva la prostitución del corazón humano hecho para amar y no para “amarse”.
Una enfermedad muchas veces contagiosa, letal y con comienzos muy tempranos.
Una enfermedad que está destruyendo no ya familias enteras sino incluso sociedades enteras.
Una enfermedad que es objeto de análisis por parte de sociólogos, psicólogos, políticos, educadores...pero una enfermedad que escapa a cualquier receta que no sea precisamente nacida del corazón: el amor.
Pero no nos engañemos, no un amor cualquiera, sino el amor de Aquel que conoce el corazón del hombre mejor que le mismo hombre: Jesucristo.
Es urgente que todos volvamos la mirada hacía Aquél que, elevado en el árbol de la cruz, como la serpiente fue elevada en el desierto, cura la picadura del maligno. Es urgente que los cristianos caigamos en la cuenta de que tenemos el antídoto para tanta enfermedad del corazón, que tenemos la salud para tantos enfermos que no están precisamente en los hospitales. Es urgente que el Corazón de Cristo Resucitado –salud, vida y eternidad- reine en el mundo.