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El rostro de Cristo en el Sínodo de América
Análisis del rostro de Cristo en América.


Por: Javier García |



En el mes de octubre de 1992 el Episcopado Latinoamericano celebr? IV Conferencia General, en Santo Domingo. Caus?presi?rofunda el constatar que los pastores all?eunidos, ante la compleja situaci?el pueblo creyente -de la pobreza a la invasi?e las sectas, de la corrupci?n la vida p?ca a la anticultura de la muerte-, no se hubieran entregado sin m?a un an?sis "t?ico" de los problemas. Lo primero que hicieron fue volver su mirada hacia Jesucristo y confesar su fe en El.

Todo el Documento Final de Santo Domingo est?ransido de esta confesi?stremecida de que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Hb 13,8), de que en ?Dios Padre nos ha bendecido con toda clase de bendiciones (Ef 1,3-4) y de que ?y s??es nuestra salvaci?nuestra justicia, nuestra paz y nuestra reconciliaci?Y desde Jesucristo, analizaron despu?la situaci?el pueblo de Dios y trazaron un plan de acci?astoral eficaz.

An?ga actitud confesante hemos vuelto a encontrar en los miembros del S?do de Am?ca: al examinar la situaci?e la fe del pueblo de Dios en el umbral de tercer milenio, pensando en una nueva evangelizaci?su mirada se dirige inmediatamente a Jesucristo vivo, camino para la conversi?la comuni? la solidaridad en Am?ca.

Sin detenernos a valorar este "fen?o", s?aludimos de paso al mismo. En los primeros siglos de la Iglesia, cuando la fe del pueblo de Dios estaba en peligro por el ambiente pagano hostil o por las herej?, toda la comunidad eclesial renovaba la confesi?e fe recibida de los ap?les.

Hoy tambi?la comunidad creyente que est?n Am?ca, encabezada por sus pastores, ante los m?ples ataques a su fe cristiana, se vuelve al n?o de su fe y confiesa su credo esencial en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra, en Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, crucificado, muerto y resucitado para nuestra salvaci? en el Esp?tu Santificador y dador de vida. Y desde esta confesi?se dispone a afrontar los nuevos tiempos y los nuevos retos.

Actitud de urgencia confesante que nos ha parecido percibir desde Pablo VI, con el Credo del Pueblo de Dios (1968), retomada y recentrada en la persona de Jesucristo, en la Evangelii Nuntiandi (1975), recogida luego por Juan Pablo II, desde su discurso inaugural, al inicio de su Pontificado: "No teng? miedo, abrid las puertas a Cristo" (1978), amplificada en sus enc?icas Redemptor Hominis (1979), Redemptoris Mater (1987), Redemptoris missio (1990), y que alcanza su tono culminante en la Carta Apost?a Tertio Millennio Adveniente (1994 ), en la que recapitula paulinamente todo en Cristo, en la perspectiva del Gran Jubileo de los dos mil a?de la encarnaci? la redenci?e Cristo. La misma publicaci?el Catecismo de la Iglesia Cat?a (1992) se situar?en el mismo contexto de una comunidad que se propone l?amente conocer mejor y confesar su fe en Cristo ?o Salvador del hombre, de cara al mundo secularizado.

Tal es el esp?tu que palpita en los documentos del S?do de Am?ca y tal fue la actitud de los padres sinodales durante la celebraci?el S?do. Nosotros ahora queremos resaltar y comentar esta "anakephalaiosis" o "re-capitulaci?de toda la doctrina y acci?vangelizadora en la persona de Cristo, como podemos deducirla de los diversos documentos del S?do de Am?ca. Nos proponemos presentar una s?esis de la cristolog?de los documentos de la Asamblea Especial para Am?ca, del S?do de los Obispos, a trav?de la categor?del rostro de Cristo. La pregunta de fondo, sobreentendida en todo este trabajo es: ¿Qu?ostro de Cristo nos transmiten los obispos de Am?ca?

Varias razones nos inducen a este planteamiento. Ante todo, creemos que corresponde a aspiraciones leg?mas, m?a?a necesidades de contextualizaci?uy sentidas en Am?ca, en el momento en que se lleva a cabo la nueva evangelizaci?hemos de presentar no a un Cristo te?o y puramente espiritualista, sino a un Cristo encarnado en las diversas culturas de los pueblos de Am?ca, expresado seg?u sensibilidad, que responda a las preocupaciones y aspiraciones del hombre y de la mujer del Continente americano de hoy. Un Cristo con un rostro inculturado. Ya el Vaticano II hab?enunciado, en la Gaudium et Spes: "La inculturaci?s la ley de la evangelizaci?ristiana". La historia de la evangelizaci?a sido y debe seguir siendo un proceso continuo de "adaptaci?ultural", de "di?go con las culturas", de "intercambio vital con los diversas culturas de los pueblos".

Otra raz?s el planteamiento y el tono de los documentos del S?do de Am?ca, que no son te?os, sino pastorales, no ofrecen una cristolog?abstracta, sino una "confessio fidei" y un "kerigma" vivos.

Corresponde mejor al kerigma un "icono" o imagen viviente de Cristo m?que unos enunciados especulativos. Si hubiera que hablar de "cristolog?de los documentos sinodales", en todo caso tendr?que ser una cristolog?narrativa. Es el tipo de presentaci?e Cristo que hoy hemos de anunciar al pueblo de Dios que peregrina en Am?ca. Nuestro pueblo vive su fe en formas concretas y sensibles, plasmadas en su devoci? im?nes tangibles de Cristo Ni?crucificado, muerto o Rey glorioso. Es, pues, m?adecuado, en un planteamiento de nueva evangelizaci?el presentarle un rostro y un perfil concretos de Cristo.

Una tercera raz?s que todo hombre y toda mujer que cree en Cristo y toda comunidad que le sigue, est?emplazados a responder a la pregunta de Cristo: ¿qui?dec?vosotros que soy yo?(Mc 8,29). A pregunta personal y concreta, respuesto personal y vital; cada cual ha de presentar su experiencia del Cristo viviente, su imagen de Cristo.

Iniciaremos con una alusi?sencial al tema del rostro de Dios -icono, imagen o persona- en el Antiguo Testamento. Luego veremos su realizaci?ist?a en Jesucristo, icono encarnado del Dios invisible. Haremos una alusi? la oportunidad de esta presentaci?l hombre moderno, definido como "homo mediaticus", que hace de la imagen moneda corriente. De aqu?asaremos a la lectura de los documentos del S?do de Am?ca, buscando recoger en ellos los trazos del "rostro de Cristo". Esperamos que al t?ino de este camino el lector est?n condiciones de rehacer el perfil del "Cristo de Am?ca" como se adivina al trasluz de los documentos del presente S?do.

I. El Rostro de Dios en la S. Escritura
1. El rostro de Dios en el Antiguo Testamento:

La teolog?del icono de Cristo tiene no s?una gran tradici?atr?ica, tanto en Oriente como en Occidente, sino tambi?un s?o y rico fundamento b?ico. Ya en el Antiguo Testamento el t?ino hebreo p?m aparece varios cientos de veces, y se traduce como ´pr?on´ en griego, y como ´persona´ en lat? como ´rostro´ en espa? Se habla repetidas veces del rostro de Yav?Ahora bien, as?omo la mano, la voz, el nombre, el coraz?en el Antiguo Testamento indican a Dios mismo, as?l rostro de Dios indica a Dios mismo. El rostro de la persona indica la unidad entre la parte que se ve y lo que ella es realmente, es decir, la unidad total del ser. Hablar del rostro de Dios es afirmar su revelaci?

Sin embargo, en el Antiguo Testamento, tanto a nivel ling?ico, cuanto a nivel de experiencia religiosa, hay una paradoja al respecto: por un lado, el fiel israelita anhela contemplar el rostro de Dios, que es la felicidad del hombre: Sal 42,3;6); y por eso le ruega: "vuelve tu rostro hacia nosotros y seremos salvos": Sal 80,4.8.20. Mois? el amigo de Dios, habla con ?cara a cara, como un hombre habla con otro hombre: Ex 31,11; Num 12,8; Dt 34,10.

Por otro lado, hay la prohibici?e hacer cualquier imagen de Dios: Ex 20,4; Dt 5,8. Prohibici?ustificada por el pecado de idolatr?no s?de los pueblos vecinos de Israel, sino tambi?de Israel que hab?ca? repetidas veces en el mismo: 1Re 6,5; 1 Sam 6,5. El mismo Mois? en un momento de gran intimidad con Yav?e pide: "mu?rame el esplendor de tu rostro, mu?rame tu gloria": Ex 33,18,23. A lo que el Se?le dice que s?ver?u espalda.¡Tan grande es el abismo que separa la santidad de Dios de la indignidad del hombre al que s?ver a Dios podr?causarle la muerte!

2. El rostro de Dios en el Nuevo Testamento:
Tendr?los hombres que aguardar los tiempos mesi?cos, en el Nuevo Testamento, para poder ver el rostro de Dios en la cara del Hijo encarnado, pues "la gloria de Dios resplandece en el rostro de Cristo" (1 Cor 4,6). "El es el icono del Dios invisible" (Col 1,15). Por eso, a los griegos que expresaron un deseo an?go al que presentara Mois?a Yav?"queremos ver a Jes?(Jn 12,20-26)-, s?es fue concedido: vieron su rostro precisamente en el momento en que Jes?e dispon?a mostrarlo al mundo en todo el misterioso esplendor de su "hora" de sufrimiento y pasi?

Y es que en el Nuevo Testamento se dan dos momentos culminantes de la gloria del rostro de Cristo, en el rostro del hombre de dolores y en el rostro transfigurado del Tabor. La gloria del rostro del Siervo Paciente de Yav?e revela cuando Pilatos, desde el pretorio lo muestra a la muchedumbre y al mundo escupido, tumefacto, ensangrentado, coronado de espinas, azotado, y pronuncia aquella frase el?ica y pregnante: "Ecce homo!", "¡He aqu?l hombre!"(jn 19,5). No era ´un hombre´ m? uno de entre tantos condenados, era El Hombre por antonomasia, elegido por Yav?ara representar a su pueblo en el sufrimiento, como lo hab?cantado Isa?: "No ten?apariencia ni presencia; (lo vimos) y no ten?aspecto que pudi?mos etimar. Despreciable y desecho de hombre, var?e dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable y no le tuvimos en cuenta" (53,2-4).

Y la gloria del rostro transfigurado de Jes?en el monte Tabor: por un momento "la forma divina" en que El existe y subsiste, rasga el velo y traspasa la "forma de siervo" y la "figura de hombre" en que vive su existencia terrena (Flp 2,6-7). "El aspecto de su rostro se mud? sus vestidos eran de una blancura fulgurante" (Lc 9,29). En el rostro humano de Jes?rilla la gloria misma de Dios, Jes?s el humilde Hijo del hombre, y el glorioso Hijo de Dios.

Por eso puede decir: "quien me ha visto a m?ha visto al Padre" (Jn 14-9). Verlo, contemplarlo, creer en El y seguirlo. Por esta realidad actual del Se? crucificado y resucitado, glorioso a la derecha del Padre, pero con las cicatrices de la pasi?quienes creemos en El, podemos seguir viendo hoy su rostro en el rostro del pobre, del enfermo, del encarcelado y del marginado (Mt 25,31-40.44-45). La visi?e fe del rostro de Cristo es inseparable de la visi?e amor al rostro del hermano m?d?l.

II. Teolog?del icono
Como vemos, es muy sugestivo el tema b?ico del rostro, sobre todo cuando hablamos de quien es por antonomasia el "icono" encarnado del Padre y el "resplandor de su gloria" (Hb 1,1). En los ocho primeros siglos de la Iglesia se desarroll?nto una intensa religiosidad del pueblo de Dios en torno a las im?nes pintadas y esculpidas de Cristo, de la Madre de Dios y de los santos, cuanto un intenso debate teol?o sobre el culto a las im?nes, que culmin?n la definici?ogm?ca del Concilio de Nicea II, del a?87. En el a?54 los iconoclastas hab? afirmado en el pseudo concilio de Hieria que la divinidad no es representable, que la hip?sis de Jesucristo no puede tener representaci?i despu?de la Encarnaci?por lo mismo, que si uno pinta la humanidad de Cristo, niega la uni?ipost?ca en Cristo y separa la humanidad de la Persona divina del Verbo; que haciendo ?o, se divide en Cristo el ser Hijo de Dios del ser hijo de Mar? que, por tanto, la ?a representaci?eg?ma de Cristo, de Mar? los santos est?n la imitaci?e sus virtudes.

A lo que el Concilio de Nicea II responde presentando la fe tradicional de la Iglesia con un decreto dogm?co que podemos sintetizar as?espu?de rechazar las declaraciones del falso concilio de Hieria, afirma que las im?nes son una ayuda para dar honor al "prototipo" que ellas representan; los iconos, con su representaci?n forma humana de Cristo, confirman la verdadera y no la fant?ica Encarnaci?el Verbo de Dios; por lo tanto, junto con la cruz, las im?nes de Jesucristo, de la Theot? y de los santos deben estar expuestas en las iglesias, en las paredes, en las casas y en las calles; la visi?e ellas sirve para honrar a aquellos a quienes representan: no se trata, sin embargo, de culto de latr?(adoraci?de la imagen misma, sino m?bien de veneraci?

La Sagrada Escritura legitima la veneraci?e las im?nes, desde el momento en que el Verbo se hizo carne, revel?onos as?u rostro humano. Por lo mismo, se puede circunscribir (perigraphein) a Cristo seg?u humanidad; tambi?las narraciones evang?cas pueden ser representadas; es un deber saludar las im?nes del Se?y de los santos. Es una obligaci?antener cada tradici?clesi?ica, escrita o no escrita. El Concilio declara solemnemente que el icono es una predicaci?vang?ca: anuncia la verdadera Encarnaci?el Verbo y hace surgir el recuerdo y la veneraci?e aqu?a quien representa.

En el icono se adora, pues, la hip?sis, no la materia del icono; de la contemplaci?el icono se pasa a la "memoria del prototipo y al deseo de alcanzarlo". Y no es solo mirada hacia atr? hacia la memoria, sino tambi?y sobre todo hacia adelante, hacia el ´eschaton´ de plenitud: en el icono de Cristo, de Mar?y de los santos, nos sale al encuentro el mundo venidero, la humanidad liberada, el hombre nuevo, que se encuentra en el esplendor de Dios.

III. El hombre ic?o postmoderno

A la densidad b?ica y teol?a del icono-rostro, se contrapone la vacuidad de las im?nes creadas por el hombre de fin del siglo XX, ic?o y medi?co. Las im?nes creadas por los medios de comunicaci?en vez de permitir a las personas ponerse en comunicaci?ntre s?crean filtros obturados y capas impenetrables entre personas. Tras im?nes de vivo colorido, no hay contenidos substanciales, de ordinario s?ofrecen mensajes superficiales, infantiles y banales. La imagen de los ´mass media´ lejos de ser puertas para la comunicaci? la trascendencia, son superficies impenetrables o m?aras de cart?intado. El hombre medi?co, que se supone deber?hacer de la imagen puente valioso para la comunicaci?on sus semejantes, en realidad se queda mudo ante la sobreabundancia de im?nes, porque se le han venido transformando en meros "fantasmas" coloridos, "sin carne ni huesos", en im?nes banales, sin densidad personal, abierta a la interioridad y a la trascendencia.

El ´homo comunicator´ de fines de milenio se est?onvirtiendo en ´homo incommunicatus´.

Por esto mismo, el presentarle una imagen, m?a?un rostro que es el icono del Dios invisible (Col 1,15), es toda una reeducaci?ersonalista y una terapia espiritual, que lo prepara para el di?go con el Trascendente. No en vano uno de los fil?os m?le?s hoy en d?es Emmanuel Levinas que invita a redescubrir en el rostro del otro el misterio de la trascendencia, que nos merece un respeto sagrado, pues nos lleva al umbral del Otro.

IV. El rostro de Cristo

Ortega y Gasset dijo algo evidente al afirmar que "el hombre es ?y su circunstancia". La circunstancia del hombre abarca sus coordenadas de tiempo y lugar, es decir, su tiempo hist?o y su propia geograf? su ra?tel?a y su cultura. Lo mismo podemos decir de los grupos humanos o comunidades nacionales,
"son ellas y su circunstancia", es decir, su tiempo, sus aspiraciones y temores, sus condiciones socioecon?as, su cultura.

Puesto que todo creyente cristiano y toda comunidad eclesial ve en Jes?a cifra de sentido, el valor m?mo de su vida o, mejor, Aqu?que fundamenta sus valores y los hace posibles, todo creyente y toda comunidad cristiana busca en El la respuesta a sus anhelos. As?en los primeros siglos de la Iglesia, cuando la comunidad cristiana iniciaba el di?go con las culturas circundantes, fue dise?o un perfil de Cristo como l?, kyrios, maestro, pedagogo, fil?o. M?tarde, durante el imperio bizantino, dise?l rostro de Cristo como Pantocrator, en la linea de los emperadores bizantinos, figura que perdura en la ?ca carolingia y durante el Sacro Imperio romano-germ?co, y como Rey de reyes y se?s feudales a lo largo de la Edad Media; en el Renacimiento, con la vuelta y admiraci?acia modelos cl?cos de humanidad bella y serena, el rostro de Cristo asumir?os rasgos de Apolo -vgr. el Cristo miguelangelesco del Juicio Final, en la Capilla Sixtina-, en el que se resumen todos los c?nes de belleza y armon?f?ca y espiritual del hombre.

¿C?ve a Cristo la comunidad cristiana de Am?ca? Los pastores del Continente americano analizan la situaci?el pueblo cristiano, anotan los problemas en que se debate, captan sus anhelos; luego, se dejan iluminar por Cristo y nos ofrecen la peculiar visi?e su rostro. Sigamos este itinerario en los documentos del S?do de Am?ca.

V. Problemas de los pueblos de Am?ca

1. Debilitamiento de la fe cat?a y de la vida cristiana

Ante todo preocupa a los pastores el debilitamiento de la fe cat?a del pueblo americano. Logicamente, al referirse al Norte -donde la confesi?at?a es una m?al lado de otras confesiones cristianas no cat?as-, la situaci?s diversa de la del Sur, donde la religi?e la mayor?de las poblaciones es la religi?at?a; las circunstancias son, pues, diferentes, y habr?ue matizr en cada paso. Sin embargo, aqu?os vamos a referir a fenomenos comunes, aunque sean vividos de forma diferente en el Norte y en el Sur.

2. Secularismo

Debilitamiento que tiene diversas causas. Las m?evidentes que se?n los obispos es, en primer lugar, el secularismo, fruto de la cultura postmoderna, que afirma no s?la leg?ma autonom?de las realidades temporales, sino su absoluta independencia. Secularismo que se mete en las mentes, en las conciencias, en las familias, y determina el estilo de vida de la sociedad contempor?a: predominio del cientifismo, del pragmatismo, del subjetivismo, del materialismo y del hedonismo; desaparici?o s?de los signos religiosos externos, sino incluso de los criterios religiosos y ?cos la vida de las personas: cada cual organiza su vida sin contar con Dios.

3. Indiferentismo

El secularismo lleva de modo inexorable al indiferentismo religioso. El hombre americano no tiene nada contra Dios ni contra la Iglesia cat?a, pero poco a poco va dejando la pr?ica y signos religiosos visibles.

4. Proselitismo de las Sectas

A un cr?o desconocimiento de la propia fe cristiana por parte del pueblo latinoamericano, viene a sumarse como factor erosionador de esa misma fe las sectas religiosas y los movimientos pararreligiosos y esot?cos. Hablan los obispos de invasi?de actitud militante y aun de verdadera agresi?en la que el fin proselitista justifica los medios. El pueblo cat?o, sobre todo al Sur de R?Bravo, sufre la mayor embestida de su secular historia.

5. Migraci?/i>

A complicar a??el cuadro cl?co religioso viene la migraci?el campo a la ciudad, pasando en los ?mos 30 a?de 46% a 72%, y la migraci?el Sur al Norte. El urbanismo que ha suplantado a la sociedad agr?la y campesina en Am?ca Latina, adem?de fen?o socioecon?o, es sobre todo fen?o cultural. Estamos asistiendo a la m?radical y profunda revoluci?ultural en Am?ca Latina de los ?mos doscientos a? el paso de una cultura agraria, tradicionalmente cat?a, a una cultura urbana predominantemente secularista e indiferente. D?se otro tanto de la emigraci?el Sur, compactamente cat?o, al Norte, religiosamente plural?ico.
En esta cultura urbana los "nuevos predicadores y catequistas", que determinan la conformaci?e las mentes, de las conciencias y de los estilos de comportamiento ya no son los padres de familia, el p?oco, la religiosa catequista, el maestro de religi?la Iglesia institucional, sino los operadores de los mass media, los "opinion leaders", los pol?cos, los ?electuales, los t?icos, los ?los del espect?lo, de la moda y del deporte. Se est?reando una "nueva cultura" que ya no es cristiana en la que vive inmerso el pueblo cat?o de Am?ca.

6. Pobreza e Injusticia

Otro de los grandes problemas es el de la injusticia: una realidad de mayor? de pobres cada vez m?pobres y de minor? de ricos cada d?m?rico. ¿C?es posible que en un Continente mayoritariamente cristiano reine tanta pobreza, tanta desigualdad entre clases sociales, y entre el Norte, el Centro y el Sur? Por otro lado, el peso inhumano de la deuda externa impide a los pueblos del Sur despegar en su desarrollo. En el Sur, sobre todo, el problema de la injusticia y la pobreza se hace cr?o por el fen?o de la corrupci?an extendida entre los representantes de la administraci??ca.

7. Anticultura de la muerte

Y est?a realidad de la violencia bajo forma de guerrilla, de narcotr?co, de mentalidad contra la vida dentro incluso de las familias, por los anticonceptivos, el aborto, la autanasia: los obispos, al un?no con el Santo Padre Juan Pablo II, la llaman "anticultura de la muerte".

VI. Aspiraciones de los pueblos de Am?ca:

1. Nueva evangelizacion

Aqu?urgen las aspiraciones de los pastores para los pueblos de Am?ca. Ante los problemas punzantes, vistos como desaf? a su caridad apost?a, formulan sus aspiraciones y proyectos, el primero de los cuales es la nueva evangelizaci?ara un mundo nuevo como respuesta a la realidad del secularismo, del indiferentismo, de la ignorancia religiosa, de la acci?e las sectas y de la misma pobreza e injusticia social. Es una consigna que Juan Pablo II dej?r primera vez en Port-au-Prince a los obispos del Celam, en 1983, y que todos los obispos del Continente hacen suya.

Nueva evangelizaci?ue quiere decir, entre otras cosas, educaci?n la fe y fortalecimiento de la fe, anuncio de Jesucristo, evangelizador de Am?ca, testimonio de comuni?justicia y solidaridad.

2. Justicia y solidaridad

Viene luego, inacallable, el anhelo de justicia y solidaridad, de promoci? desarrollo, de compromiso com?ara superar la pobreza, de equidad, cooperaci? integraci?n las relaciones Norte y Sur.

Aqu?iene especial alusi? inter?por la Doctrina Social de la iglesia: surge el prop?o de conocerla mejor, difundirla, buscar aplicar sus casi infinitas posibilidades; la b?eda de un nuevo orden econ?o, pol?co y social.

3. Inculturaci?/i>

La nueva evangelizaci?e la sociedad moderna lleva de la mano a la inculturaci?al di?go fecundo del Evangelio con las culturas americanas, modernas, urbanas y postmodernas, pero tambi?ind?nas, afroamericanas, mestizas y de los diversos grupos de migrantes. El Evangelio ha de impregnar los criterios de juicio, los modelos de vida, los valores de la sociedad (evangelizaci?e la cultura), para que a su vez las diveras culturas expresen en su propio "lenguaje" los contenidos del Evangelio (inculturaci?el Evangelio).

Del encuentro y casi choque traum?co de la dura realidad americana con los ideales cristianos del Evangelio, van surgiendo los perfiles del Cristo que los obispos quieren anunciar a los pueblo de Am?ca. Veamos c?nos lo describen los documentos del S?do de Am?ca.

VI. Encuentro con Jesucristo vivo

1. Centralidad de Cristo:
Ante todo se subraya la centralidad de Cristo para la nueva evangelizaci?El ha de ser el punto de convergencia de todas las reflexiones y el camino para la actuaci?astoral, como lo afirman los Hechos: "Porque no hay bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres en el cual debamos salvarnos" (Hch 4,12), sino s?el de Jesucristo Nazareno, el crucificado. Tal es el sentido y la intencionalidad del tema del S?do de Am?ca: Encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversi?la comuni? la solidaridad en Am?ca.

Y tal es tambi?el punto de partida para la renovaci?ristiana de Am?ca: Jesucristo que ofrece su camino salvador y evangelizador con tres momentos: preparaci?n el Antiguo Testamento, cumplimiento en el Nuevo Testamento y en la Iglesia, culminaci?n la parus? Camino animado por el Esp?tu, camino incontenible, desde que el cristianismo se puso en marcha hasta el fin de la historia humana, camino actual y salvador en el "hoy" salv?co de Cristo en la Iglesia: s?en El hay salvaci?los hombres y mujeres de hoy la necesitan, la anhelan, pero El es el ?o que la puede dar.

"Como en el are?o de Atenas o en el foro romano en tiempos de San Pablo, tambi?hoy abundan ?los y divinidades, pululan maestros, gurus, sectas, movimientos esot?cos y gnosis globales, que ofrecen propyectos de felicidad y utop? de salvaci? los hombres de la ?ca presente. Ante estas realidades es fundamental recordar a todos, una y otra vez, que "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por que nosotros debamos salvarnos (Hch 4,12), sino s?el Nombre de Jes?e Nazaret".

Salvaci?ue es liberaci?otal, "liberaci?el m?radical de todos los males, que es el pecado, pero que se prolonga en tarea liberadora y exigencia ?ca".

2. Categor?personalista del Encuentro:

El marco de este anuncio es la nueva evangelizaci?e Am?ca y el contexto es el encuentro con Jesucristo viviente. Los obispos de Am?ca quieren que se repita la experiencia de los primeros disc?los que, al encontrarse con Cristo, se transformaron de hombres privados en ap?les y portadores de la Buena Nueva de Cristo por todo el mundo. Sin embargo, no se da "encuentro" con fantasmas, con ideas o con figuras del pasado, sino entre personas que se conocen, que se quieren, como el disc?lo con su maestro o el amigo con su amigo.

Se est?refiriendo los obispos no a un Cristo abstracto, sino a un Cristo vivo, a una persona viviente y actuante hoy. Y nos quieren acercar a El, quieren "present?oslo" para que del encuentro nazca el di?go de la amistad que se transforme en acto de fe y en seguimiento del Se? Nunca la Iglesia ha presentado s?verdades abstractas; su ense?a siempre ha estado encarnada en la persona viva de Cristo. El hombre postmoderno necesita, para bien vivir, no ideas -sobreabunda en ellas, para bien o para mal-, sino testigos referenciales que le convenzan. Y Jesucristo "es el testigo fiel", como lo define el Apocalipsis (1,5).

La categor?del encuentro entre personas parece, pues, muy sugestiva y muy densa teol?a y antropol?amente.

Bajo la dimensi?eol?a, el encuentro "encierra todo el dinamismo de la fe, a saber, la iniciativa divina y la respuesta libre del hombre, el deseo de Dios de comunicarse con todo ser humano y el deber del hombre de acercarse a Dios y de responder a su llamada. Se trata de la vocaci?ristiana, verdadero encuentro, en el que Dios viene al hombre y ?e vuelve a su Creador y Redentor por la fe en Jesucristo. El encuentro se da en verdad cuando se recibe a Dios Uno y Trino que viene al interior del hombre con su amor y con su gracia: Si alguno me ama, cumplir?i palabra... y vendremos a ?y haremos en ?nuestra morada" (Jn 14,23). Nos encontramos en el contexto del misterio de la gracia divina y de la libertad humana.

Bajo la dimensi?ntropol?a, parece muy acertado el planteamiento del encuentro interpersonal, pues "responde a la sensibilidad del hombre contempor?o en relaci? la dignidad de la persona y al valor del individuo como sujeto". He aqu?na motivaci?oncreta que corresponde al sentir de un pueblo, sobre todo al Sur del Continente, golpeado por la pobreza, por la corrupci?por la violaci? limitaci?e sus derechos humanos, por el atropello a su dignidad personal. Un pueblo cuya aspiraci?e ha expresado en la liberaci? la libertad, en la promoci? respeto a su dignidad personal y a su identidad cultural.

Por otro lado, ante la exaltaci?xagerada de la libertad como pretendida independencia del hombre en la construcci?e su destino, la categor?del encuentro subraya el don de la libertad humana y su uso responsable en la respuesta libre y gozosa al Dios que por amor se le hace encontradizo en Jesucristo.

En este encuentro, Jesucristo viviente invita a los hombres y mujeres de todos los tiempos al cambio de vida (met?ia Mc 1,15), a la comuni?on ?y con los hermanos (konon?Hch 2,42), y a la solidaridad (diakon?, sobre todo con los m?peque?(Mt 25,40).

3. Contenido del encuentro:

Ante todo, Cristo se encuentra con el hombre americano para ofrecerle su Palabra de amor y esperanza: "encontrar a Cristo para que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida, con la potencia de la verdad acerca del hombre y del mundo, contenidas en el misterio de la Encarnaci? de la Redenci?con la potencia del amor que irradia de ella" (Juan Pablo II, "Redemptor hominis" 13).

Encuentro, pues, con Jesucristo que en su Encarnaci?e ha unido en cierto modo a todo hombre" (Gaudium et Spes n.22). Por lo mismo, subrayan su dimensi?ist?a y su humanidad real. Jesucristo, no solo hombre, sino El Hombre que, mejor que el romano Terencio, puede afirmar: "homo sum et humani nihil a me alienum puto", con la ?a salvedad del pecado. La presentaci?el rostro de Cristo viviente es, pues, lo contrario de un pietismo desencarnado o de una presentaci?esdibujada de la sola divinidad de Cristo.

En consonancia con el mejor y m?genuino hacer teol?o americano de las ?mas tres d?das, lo obispos de Am?ca nos invitan a tomar en serio la santa humanidad del Se? la realidad de su carne, es decir, de su existencia hist?a terrena, encarnada en un tiempo y en un lugar, en Nazaret, a inicios de nuestra era.

Existencia hist?a que culmina en la cruz y en la muerte "para librar a la humanidad del pecado y del mal" (Lineamenta 6). La muerte, sin embargo, no representa para El el ?mo cap?lo de su vida hist?a; con la resurrecci?ence a la muerte, renovando gloriosamente su humanidad y, en ella, renovando nuestra existencia corporal y terrena, abierta a la transcendencia.

Se trata de Jesucristo "muerto y
resucitado", que vive actualmente junto al Padre y que acompa? su Iglesia peregrina, a la que le da el Esp?tu de vida.

4. La verdad integral sobre el misterio de Cristo:

Los pastores quieren ofrecer a los fieles la verdad integral sobre el misterio de Cristo, sobre su persona, su obra y su mensaje: Hijo de Dios encarnado, verdadero Dios y verdadero hombre.

VIII. Los rostros de Cristo en Am?ca

Vengamos ya a los diversos "rostros americanos" de Cristo. Est?l rostro "inculturado" de Cristo, que a su vez comprende el rostro ind?na, el rostro afroamericano, el rostro mestizo, el rostro moderno y postmoderno de Cristo. Est?ambi?el rostro de Cristo reconciliador, el rostro de Cristo creador de comuni?el rostro de Cristo solidario .

No deber?llamarnos la atenci?sta multiplicidad de "rostros", pues en realidad no es Cristo quien se atomiza en mil rostros culturales, como la imagen reflejada en un espejo roto, sino que son las mil culturas que reflejan el perfil del ?o Hijo de Dios encarnado, con su propia tonalidad y genio. Ya Pablo lo hab?expresado: "donde no hay griego y jud? circuncisi? incircuncisi?b?aro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos" (Col 3,11).

1. El rostro de Cristo contextualizado o inculturado:

La cristolog?"en contexto", parte de la originalidad hist?a y cultural de una determinada zona eclesial e intenta una interpretaci?inculturada" del misterio de Cristo. En Am?ca los rostros del Cristo inculturado son m?ples, tantos cuantos contextos culturales crean los diversos grupos humanos o nacionales. Aqu?ubrayamos los rostros de "Cristo ind?na", de "Cristo afroamericano", de "Cristo mestizo", de "Cristo moderno y postmoderno", como veremos m?abajo.

"Evangelizar al hombre significa evangelizar su cultura, su ?ca y sus valores, sus ideales de justicia y de verdad". En el esfuerzo por llevar al hombre a encontrarse con Jesucristo, los obispos hablan de la cultura, que es la obra en que el hombre proyecta su alma.

Propiamente ´se encuentran entre s?personas y no culturas; pero las personas non viven en la campana vac?de una existencia sin historia, sino en una cultura que es como matriz de sus valores y de sus ideales. En su propio "lenguaje cultural" el hombre expresa su visi?e Dios, del mundo, de sus semejantes y de s?ismo. Cuando el hombre ha sido evangelizado, y se ha encontrado personalmente con Cristo, luego expresa esta experiencia seg?u sensibilidad, en m?ples formas, del arte a la literatura, de la liturgia a la espiritualidad, de la filosof?a la teolog? de las instituciones a las tradiciones. As?an surgiendo los diversos "rostros inculturados" de Cristo seg?as diversas culturas de los grupos humanos y de las naciones.

En el Continente americano hay variad?mas etnias y grupos humanos culturalmente diferenciados, por ejemplo, esquimales de Alaska, algonquinos, iroqueses y atapascos de Canad?pimas, cheroquees y navajos en EE.UU., siguiendo por las divers?mas etnias ind?nas de M?co, Centro, Sudam?ca y el Caribe, afroamericanos, mulatos, mestizos y criollos, emigrantes europeos o asi?cos. Am?ca, m?que cualquier otro Continente, tiene una vocaci?e crisol de las principales razas y culturas del planeta. Ya lo hab?intuido el ensayista y fil?o mexicano Jos?asconcelos, que, en su obra La raza c?ca, pon?el centro de esa fusi?acial y cultural precisamente en Brasil.

Los obispos desean ofrecer al hombre americano el rostro de Cristo encarnado en su cultura. Y como se trata de numerosas culturas, no ser?n rostro ´plano´, sino pluridimensional y de m?ples facetas.
a) El rostro ind?na de Cristo:
De los ind?nas, subraya el Instrumentum Laboris n. 14, con la tradici?niciada por Medell? y continuada por Puebla y Santo Domingo, el gran amor a la tierra, el respeto hacia los antepasados y hacia las tradiciones comunitarias, el sentido de lo sagrado, la sabidur?de la vida, la austeridad y sencillez de vida. La consideraci?e Cristo como Jefe, Anciano, Antepasado, Hermano Mayor, Sanador, facilita mejor la comprensi?e Jes? su misterio salv?co.

Sin embargo, hay que recordar siempre que Cristo no puede ser asimilado ni agotado en categor? aut?nas, sin perder originalidad. Por esto, nos parece reductiva, emprobrecedora y, por lo minos, inexacta, la traducci?ue hace la revista "Christus", de M?co (1993), del l?n joanneo: Ka?? sarks eg?to (Jn 1,14), por "Y el Verbo se hizo indio". En Cristo debe permanecer una irreductible e intraducible alteridad. Es, pues, mucho m?precisa y diciente la expresi?iteral de Juan: "Y el Verbo se hizo carne", es decir, humanidad completa, cuerpo y alma, concreta e hist?a, que siendo humanidad del Verbo Divino, de alguna manera se identifica con todos los hombres (Gaudium et Spes, 22): por eso el Verbo se hizo indio, pero tambi?africano y mestizo y criollo y migrante, como se ha venido haciendo asi?co o como tambi?se hab?hecho jud? romano, griego y gentil, germano, celta o franco.

En este rostro de Cristo los ind?nas contempor?os encuentran la respuesta a su b?eda de dignidad, de identidad, de reconocimiento, de pertenencia, de fraternidad, de paz, de felicidad. Los ind?nas veneran al Santo Ni?al Cristo en la cruz, al Cristo-sol, im?nes en las que ven realidades-s?olos de su propia cultura.

b) El rostro afroamericano de Cristo:
De los afroamericanos el Instrumentum laboris n.14, destaca asimismo su sentido comunitario, su respeto a los antepasados y ancianos, su enorme capacidad de sufrimiento, su alegr?de vivir expresada en cantos, danzas, ritmos, m?a y amistad, su gran sentido familiar, su desprendimiento de los bienes materiales, la creencia en una vida ultraterrena. Aqu?ncontramos tambi?el rostro de Cristo Anciano, Antepasado, Gran Jefe, Sabio, en el que los afroamericanos veneran cuanto de m?grande tienen en sus tradiciones. El alma afroamericana es tel?a, emotiva, vital, como el clima y la tierra del Caribe y de la costa donde viven; es expansiva y abierta. En la vivencia de su religiosidad participa toda la persona del afroamericano, alma y cuerpo, con todos sus sentidos: los ojos en el colorido de las fiestas y cultos, de las im?nes de los santos Cristos, la lengua y el o? en los cantos, la m?a, las plegarias, el tacto en las im?nes que toca con devoci?todo el cuerpo en el ritmo y la danza, en las ofrendas que lleva, toca, entrega, en las promesas que hace y cumple.

c) El rostro del Cristo moderno y postmoderno:
El proceso de urbanizaci?con su amenaza de desertificaci?ultural y cristiana, su estilo de vida an?o, secularista y pragm?co, ha creado las ciudades y megal?is donde se est?estando la cultura moderna y postmoderna. Los obispos quieren presentar el rostro de un Cristo din?co, que rescata todos los valores del hombre moderno, tanto cient?cos o t?icos, como human?icos: sentido de la dignidad de la persona, de la libertad, de la justicia, la solidaridad, el respeto hacia la creaci?la busqueda de sentido y trascendencia; valores de socialidad y comunicaci?de democracia y participaci?

Los pastores quieren presentar el rostro de un Cristo en el que brillan en grado m?mo la dignidad del hombre, al que el mismo Cristo comprende y libera de cuanto lo encadena, el pecado, el ego?o, la codicia, la concupiscencia y el orgullo. Cristo no s?no es contrario al progreso del hombre ni mucho menos es el rival del hombre, sino el que posibilita su crecimiento, al fundarlo en la verdad de su ser humano, al purificar su inteligencia, al rectificar y fortalecer su voluntad mediante el don de su gracia.

Tanto los Lineamenta como el Instrumetum Laboris retoman, despu?de la "Redemptoris Missio", la invitaci? evangelizar los "modernos are?os": el mundo de la comunicaci?del desarrollo y de la liberaci?e los pueblos, del compromiso por la paz, por los derechos de los hombres y de los pueblos, de la promoci?e la mujer y del ni?de la salvaguardia de la creaci?de la cultura, la econom? la investigaci? la ciencia. Sin temor a las burlas y al escepticismo del hombre moderno, los pastores, como San Pablo en el are?o de Atenas, vuelven a presentar a Cristo a los constructores de la sociedad.

Empiezan reconociendo los valores del hombre moderno y postmoderno, como son tantos progresos humanos en campo cient?co y t?ico, en campo de libertad y derechos humanos, su anhelo de libertad y responsabilidad, el sentido de la dignidad de la persona, la socialidad y solidaridad, la autenticidad y sinceridad. Y a la vez, no pueden dejar de ver sus l?tes y antivalores, como el desarrollo econ?o con grandes costos sociales, el escepticismo filos?o y el relativismo moral, el traspaso de los l?tes ?cos en campo cient?co y biogen?co, la contaminaci? agotamiento de recursos naturales.

El rostro moderno y postmoderno de Cristo ha de present?ele al hombre americano como el de Aqu?que da sentido a la vida, como el ejemplar m?mo del hombre, como "el que revela el hombre al hombre" (Gaudium et Spes n.22).

Dentro del "rostro contextualizado de Cristo", nos falta hablar del "rostro mestizo de Cristo", que venera la mayor?de los pueblos de Am?ca Latina, y que corresponde al Cristo de la religiosidad cat?a popular.

2. El rostro de Cristo de la religiosidad popular:
El rostro popular de Cristo es el rostro que, en su fe sencilla pero esencial, el pueblo cat?o de Am?ca, sobre todo en el Sur y en el Caribe, venera y adora.

El te?o protestante Sa?rinidad afirma que al pueblo pobre de Am?ca Latina, ind?na, campesino o marginado en las grandes metr?is, s?le son posibles tres cristolog?:
- una cristolog?de resignaci?simbolizada en el Cristo crucificado y en la Madre dolorosa. Cristolog?en la cual la impotencia del oprimido es interiorizada como inevitable y sirve, por tanto, para sacralizar el sistema de conquista y opresi?
- una cristolog?de dominaci?simbolizada por un Cristo glorioso, rico y poderoso, adornado con oro y plata y una imagen de la Virgen como conquistadora. Cristolog?inevitable, debida al hecho de que el dios de los indios no fue capaz de impedir la profanaci?e su santuario por los vencedores.
- Una cristolog?de marginaci?simbolizada en el "Ni?arginado", vgr. el Ni?e Bel? Es una cristolog?que juzga al ind?na y al campesino pasivo y conformista, siempre d?l e inmaduro y, por tanto, siempre necesitado de protecci?or "benefactores".

En todo esto, ¿d? est?l "otro Cristo", de Lc. 4,16-21?, se pregunta Sa?rinidad.

En la misma l?a se sit?los te?os, protestantes y cat?os, que escriben conjuntamente en el libro "Jes?ni vencido ni monarca celestial. (Im?nes de Jesucristo en Am?ca Latina)", coordinados por Jos??ez Bonino, profesor en la Facultad Evang?ca de Buenos Aires.
Parecida opini?esde la ?ca antropol?a, tiene Richard Nebel, antrop?o americanista alem? refiri?ose al caso de M?co: el pueblo pobre proyecta su situaci?e postraci?humillaci? pobreza en las im?nes de Cristo sufrientes y "vencidos". De aqu?l predominio en la religiosidad popular de devociones a Cristos crucificados, azotados, sangrantes y muertos. A esto se a? la simbiosis con elementos precolombinos que a?obreviven en la religiosidad popular de M?co: bajo las formas de los Cristos azotados, sangrantes y agonizantes, el ind?na y el campesino de M?co siguen viendo a sus antiguas diviniddes Huitzilopochtli, Tezcatlipoca, Xipe Totec, etc. El elemento que los une es el ser dioses vencidos y sobre todo el sacrificio y la sangre. Estar?os ante una religiosidad sincretista.

Sobre la interpretaci?e Sa?rinidad, hacemos tres observaciones: entre l?as se lee la descalificaci??ta del culto cat?o a las im?nes -de antigua dataci?n el debate teol?o, como hemos visto en l disputa de las im?es, y que renace con la Reforma luterana-; la interpretaci?psicologista" de proyecci?e los propios traumas del pueblo cat?o en im?nes sagradas de Cristo sufriente o de Mar?como Madre dolorosa tuvo cierta aceptaci?n la primera mitad del siglo XX por su una apariencia ´brillante´, hoy en d?es obsoleta del todo, se demuestra superficial y ha quedado desmentida por los hechos. Una observaci??completa, en el mero nivel de descripci?enom?ca, tendr?que haberle llevado a incluir entre las "cristolog? del pueblo pobre", tambi?la cristolog?de Resurrecci? Se?o, simbolizada por el culto a im?nes de Cristo resucitado y glorioso, en la devoci? la Eucarist? tan arraigada en el pueblo y de Cristo como Rey y Se?del Universo.

Pertenece ya a la historiograf?universal la rebeli?el pueblo cat?o, campesino e ind?na, de M?co, de 1926 a 1929: al grito de ¡Viva Cristo Rey!, se alz? armas contra el gobierno mas?el general Plutarco El? Calles, quien pretend?aplicar una legislaci?ntirreligiosa y anticat?a en el pa? prohibiendo el culto p?co a Dios, cerrando templos, seminarios y casas religiosas, expulsando del pa?a obispos, limitando el n?o de sacerdotes, encarcelando, ahorcando y fusilando a sacerdotes y fieles por practicar su religi?El ?mo grito de ?os, cuando eran fusilados, era: "¡Viva Cristo Rey!", conmovedora confesi?e fe que nos traslada a los primeros siglos, de los cristianos confesando su fe en el ?ico Se? en el Circo M?mo, ante emperadores y ante el pueblo pagano. No vemos aqu? un pueblo pobre, resignado y pasivo, ante un Cristo crucificado, sino un pueblo que defiende braviamente los derechos de Cristo, Rey y Se?del mundo.

Digamos, pues, que la religiosidad popular de la que nos habla el Instrumentum Laboris (nn.17-19) vive una cristolog?mucho m?rica y completa de lo que algunos antrop?os perciben. Se caracteriza, entre otros, por los siguientes elementos:
- pone el ?asis en la humanidad de Jes?como camino hacia su divinidad y como modelo de vida y de una existencia humana plenamente realizada.
- Presenta una exigencia de inculturaci?ue general m?ples cristolog?en contexto.
- Est?n di?go con el mundo contempor?o, no se queda en el pasado ni s?en el ?ito privado, o abstracto e idealista, sino que establece un di?go entre los problemas y aspiraciones del mundo que le rodea y el contenido de su fe en Cristo. Di?go que tambi?suscita multitud de ?cas interpretativas del misterio de Cristo.
- es movida por una exigencia existencial y pr?ica de armonizar ortodoxia y ortopraxis, fe y vida.
Todo ello lleva a una multiplicidad de visiones cristol?as que costituyen una verdadera riqueza teol?a y pastoral y que desmiente la visi?eductiva y superficial de algunos autores como los arriba aludidos. As?enemos el Cristo Liberador, el Cristo Reconciliador, los Cristos inculturados que acabamos de ver, etc. La cristolog?de la liberaci?e en los gestos salv?cos de Cristo con los pobres y marginados el centro del mensaje cristiano y la realizaci?uprema del reino de Dios. La cristolog?que ve en Cristo el Liberador por antonomasia est?n pleno desarrollo, una vez que el Magisterio de la Iglesia introdujo las oportunas precisiones teol?as, recuperando y encauzando la fecunda intuici?e los te?os latinoamericanos. Esta es la cristolog?que ha venido cobrando mayor desarrollo y hondura teol?a en el Continente americano.

La cristolog?de liberaci?e ve completada por la cristolog?de reconciliaci?ue subraya el papel de Cristo Reconciliador de los hombres pecadores con Dios y de los hombres entre s?perdonando con su sangre y comunic?oles la gracia y el Esp?tu de caridad y vida nueva. Cristo ayuda al hombre herido y dividido a superar las cuatro rupturas fundamentales que sufre despu?del pecado: ruptura de la comuni?on Dios, con los dem? con el mundo y consigo mismo.

Lejos de excluirse, el Cristo Liberador y el Cristo Reconciliador se complementan mutuamente, viniendo a a?r cada t?lo un nuevo ?ulo de visi?el ?o e insondable misterio de Cristo.

La cristolog?religioso-popular trata de redescubrir el significado profundo, teol?o y pastoral, de las m?ples tradiciones de la religiosidad cristiana del pueblo. Como dejamos dicho m?arriba, el misterio de Cristo es el elemento central de la religiosidad popular. He aqu?lgunos rasgos del perfil del Cristo popular:
- Es un Cristo vivido, escuchado, amado, acogido, seguido por el pueblo cristiano.
- Aunque a veces un poco desfigurado y pobre, desde el punto de vista de las motivaciones, es un Cristo que ilumina y sostiene la existencia global del pueblo, es portador y garante de sus valores m?nobles y de sus aspiraciones m?aut?icas.
- Prueba de ello es la pr?ica sacramental asidua, sobre todo de la Eucarist? la celebraci?e las grandes fiestas lit?cas cristol?as, como Navidad, Epifan? Semana Santa, Pasi?Resurrecci?Corpus Christi; y la pr?ica de devociones cristol?as como la Eucarist? el Sagrado Coraz?Cristo Rey; su presencia protectora en las casas, con im?nes, altarcitos y estatuas.

El Cristo popular asume los rostros humildes de las im?nes hist?as y art?icas que el pueblo venera: Cristos crucificados realistas de la iconograf?barroca de M?co, Cristos crucificados serenos de Ecuador, Per?Brasil (El Crucifijo de San Francisco, en Bah? el Se?de BonFim, tambi?en Brasil; Cristos yacentes o ca?s, de Colombia (El Se?Ca?, de Monserrate, en Bogot? Santos Ni?(adem?de los tradicionales Santo Ni?e Atocha, Ni?es?e Praga, est?l Santuario del Ni?, en Texcoco (M?co), el Ni?es?e Curiepe, en el Barlovento venezolano,etc.); Cristo Rey entronizado en tantos hogares; Cristo Se?del Universo, en el Santuario del Cerro del Cubilete, en M?co, en los Andes o el Cristo de Corcovado, en R?de Janeiro; el Sagrado Coraz?e Cristo sufriente y resucitado, en toda la geograf?religiosa de Am?ca; el Cristo de la Eucarist? que se ofrece como alimento a los hombres y mujeres en peregrinaci?acia la patria definitiva.

Dentro de la religiosidad popular encontramos tambi?el rostro mariano de Cristo: donde est?l Hijo no puede faltar la Madre. La religiosidad popular de Am?ca sabe unir, con certero instinto de fe, con ´sabidur?cristiana´, lo divino y lo humano, Cristo y Mar? esp?tu y cuerpo, comuni? instituci?persona y comunidad, fe y patria, inteligencia y afecto (Documento de Puebla 448; 913). El rostro de Cristo en Am?ca Latina va acompa? o ha ido precedido, por el rostro materno de Mar? Por esto los obispos la llaman Primera Evangelizadora de Am?ca, Estrella de la primera y de la nueva Evangelizaci?En Am?ca, como en Can?e Galilea, Mar?anticipa y apresura la "hora" de Cristo: "Haced lo que ?os diga" (Jn 2,5), dice Ella a las multitudes de fieles que acuden a sus santuarios de Guadalupe, de Coromoto, de Chiquinquir?de Copacabana, de la Asunci?del Carmen o de Luj? de Caacup?de Bien Aparecida o de Maip?econduci?olas hacia Cristo en una pr?ica sacramental intensa, sobre todo de la reconciliaci? la Eucarist? En el rostro del Cristo americano se leen al trasluz los rasgos de su Madre, la mujer Mar?de Nazaret.

El rostro de Cristo Reconciliador
El t?lo mismo de la Segunda Parte del Instrumentum Laboris nos da un nuevo trazo del rostro de Cristo que nuestros pastores presentan a Am?ca: "Jesucristo vivo, camino para la conversi? es decir, Jesucristo vivo Reconciliador. Aunque el t?lo del cap?lo primero sea "la conversi? Jesucristo", en realidad, es conversi? Dios en Jesucristo y mediante su sangre derramada en la cruz. En efecto, Dios Padre tuvo a bien "reconciliar por El y para El todas las cosas, pacificando mediante la sangre de su cruz (de Cristo), lo que hay en la tierra y en los cielos" (Col 1,20). Todo proviene de Dios, que nos reconcili?nsigo por Cristo y nos confi? ministerio de reconciliaci?Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliaci?/i>(2Cor 5,18-19).

Podemos, pues, hablar con propiedad de Cristo Reconciliador, que mediante su muerte en la cruz, derrib? muro de separaci?Cf.Ef 2,14-18).

Reconciliaci?nte todo el hombre con Dios mediante el perd?e los pecados, reconciliaci?el hombre consigo mismo, mediante la conversi? la gracia, met?ia o ?ima y total transformaci? renovaci?e todo el hombre, de todo su sentir, juzgar y disponer. Reconciliaci?on los dem? para vivir la plenitud del Evangelio en el mandato nuevo del amor, reconciliaci?ambi?a nivel social, para hacer frente a las "estructuras de pecado" mediante "estructuras de amor".

Reconciliaci?pues, como don que viene de Dios, "rico en misericordia" (Ef 2,4), y se ofrece a los hombres en Jesucristo, mediador de perd? de gracia". Y al hablar de reconciliaci?viene la imagen y el icono de Jesucristo, Buen Pastor, que busca la oveja perdida y que da su vida por el reba?

De este Cristo Reconciliador la Iglesia se declara continuadora. Por ello, siguiendo el llamado del Santo Padre en preparaci?ara el Gran Jubielo del 2000, los pastores de Am?ca invitan al pueblo de Dios a hacer un examen de conciencia tanto individual como social, en ?ito eclesial y civil.

Frente al panorama americano, cuya convivencia social frecuentemente es tensa y crispada -corrupci?n la administraci??ca, diferencias econ?as clamorosas de clases sociales dentro de un pa?o entre pa?y pa? violencia de guerrilla, narcotr?co, violencia urbana-, la Iglesia quiere llevar el anuncio reconciliador de Cristo: presenta la Buena Nueva de un Cristo Reconciliador.

4. El rostro de Cristo, creador de comuni?/i>

Otro rasgo del perfil total de Cristo que nos proponen los pastores en los Documentos sinodales de Am?ca es el de Cristo "Creador de comuni?o ´Koinoni?ros´. Cristo creador de comuni?ace de la comuni?bjeto de su oraci?ilial al Padre inmediatamente despu?de instituir la Eucarist?y poco antes de ir a la pasi? a la muerte: "como t?adre, est?en m? yo en ti, que ellos tambi?sean uno en nosotros, para que el mundo crea que t? has enviado" (Jn 17,21-26).

Se trata de una realidad trinitaria: el concepto de comuni?e encuentra "en el coraz?el autoconocimiento de la Iglesia, en cuanto misterio de la uni?ersonal de cada hombre con la Trinidad divina y con los hombres, iniciada por la fe y orientada a la plenitud escatol?a en la Iglesia celeste, a?iendo ya una realidad incoada en la Iglesia sobre la tierra".

Los Documentos sinodales nos recuerdan algunas im?nes de esa comuni?el creyente con la Trinidad por medio de Cristo, son la vid m?ca y los sarmientos, el cuerpo, su cabeza y sus miembros, el edificio de piedras vivientes y la piedra angular (Lineamenta 29; cf. LG 6-7).

Comuni?rinitaria es la culminaci?e la obra de reconciliaci?ue Dios realiza por medio del Cristo Koinoni?ros o "Comunionificador".

No se puede concebir una realizaci??completa del prop?o y de la misi?el Verbo Encarnado: una vez que haya introducido a sus disc?los en el c?ulo trinitario, viviendo de la misma vida divina, aunque en forma participada, y gozando de la contemplaci?terna del Padre y de su Hijo en el Esp?tu (Jn 17,3), estamos ya en la fase de la eterna bienaventuranza; cuando Cristo haya introducido en el seno de la Trinidad al ?mo disc?lo, entonces entregar?l reino al Padre y se entregar?l mismo al Padre (1Cor 15,24-28).

Esta comuni?scatol?a con la Trinidad queda incoada en la vida presente de cada disc?lo en la historia, por su vida teologal, y por su pertenencia a la comunidad eclesial, que es la comuni? uni?e los diversos miembros en un mismo cuerpo y bajo una misma Cabeza, que es Cristo. En efecto, por la gracia santificante que recibimos desde el momento del bautismo, empezamos a vivir la realidad de la comuni?e vida y amor con Cristo resucitado, y por medio de El con el Padre, con el Esp?tu Santo y con todos los miembros de la Iglesia militante, purgante y triunfante.

Comuni?rinitaria que ha de tener su irradiaci?n la historia personal de cada disc?lo, transformando su vida en coherencia con el ejemplo y las ense?as del Maestro, sobre todo en las relaciones con su pr?o dentro de la comunidad eclesial y civil. Comuni?an real y concreta que los Lineamenta describen los rostros de este Cristo con el cual se encuentran cada d?en Am?ca:
Son los "rostros que Cristo sufriente y crucificado tiene, hoy, en Am?ca, son los rasgos de los pobres en las inmensas ciudades, de los desempleados, de los migrantes, de los marginados, de los ni?no nacidos, de los ni?de la calle y de aquellos que quedan sin escuela, de los j?es sin trabajo y sin gu? de las mujeres menospreciadas y explotadas, de los ancianos abandonados, de los enfermos, especialmente de los afectados del Sida, de los ind?nas y de los afroamericanos, de los campesinos y de los habitantes de las barriadas perif?cas de las grandes ciudades, en el Norte, en el Centro y en el Sur del Continente"(n.30).

Y "tambi?son los rasgos de Cristo resucitado, cuyo Esp?tu produce numerosos signos de vida nueva, vencedora del pecado, de la muerte y de las fuerzas del mal" (Ib.31).

Entre esos rasgos los Lineamenta enumeran los testimonios de santidad de tantos miembros de la Iglesia, de martirio, de misi? voluntariado, tanto de religiosos cuanto de laicos, el ejemplo de los esposos fieles y los laicos entregados a su tarea de santificar el mundo y de llevar el reino de Dios a la sociedad.

Por eso, los pastores invitan al pueblo cat?o de Am?ca a hacer un examen de conciencia, individual y comunitario, para reforzar la comuni?n los diversos sectores, para seguir creciendo en ella como lo desea el Maestro. Aqu?l rostro de Cristo, Creador de comuni?se hace muy concreto y exigente para superar divisiones entre los diversos miembros eclesiales, que en el fondo denotan falta de conversi?el coraz?y con los hermanos de las iglesias separadas o de otras confesiones religiosas no cristianas, impulsando el di?go interreligioso y el di?go con todos los hombres de buena voluntad.

Comuni?ue se ha de ir traduciendo en la historia como un ideal y una meta de progresiva integraci? unidad entre los pueblos. De hecho, tanto en el nivel cultural, cuanto en el econ?o y pol?co, la humanidad va caminando lentamente hacia esa integraci?relejo p?do, pero genuino, de la comuni?rinitaria ?ma de toda la familia humana: son los grandes bloques pol?cos, econ?os y culturales que se empiezan a formar, como la Comunidad Europea, el Mercosur, el Tratado de Libre Comercio entre Canad?EE.UU y M?co, el bloque del Sudeste Asi?co.

"Es ya un hecho, dicen los obispos en los Lineamenta, la unidad que est?obrando los medios de comunicaci?ocial, los cuales van logrando, poco a poco, hacer de nuestro planeta una "aldea global". Basta s?pensar en la "Internet" (como pista de informaci? comunicaci?nternacional) y en la programaci?e ciertas actividades a nivel internacional, como el turismo, el deporte, la cultura, la ciencia, la t?ica, el comercio, la econom? etc. Estos y otros son signos de una marcha lenta, pero grandiosa e imposible de detener, que contribuye a la unidad de la familia humana. Usando todos los elementos mencionados se promueve la unidad, la Iglesia prepara el encuentro con Cristo. Cuando ? haya reunido en su Cuerpo resucitado a todos sus miembros, entonces entregar?l Reino al Padre y Dios ser?odo en todos (cf. 1 Cor 15,24-28). Esta es una grandiosa tarea y un enorme desaf?que tiene la Iglesia en Am?ca: trabajar por la comuni?ientras se dispone a cruzar el umbral del Tercer Milenio de la era cristiana".

5. El rostro de Cristo solidario
Desp?de recordar los obispos que desde el Antiguo testamento la fe en Dios Creador del universo es fe en un Dios que se revela como solidario con el hombre en medio de las tribulaciones de la historia (Gen 3,15; Ex 20,1-7), y que recomienda especial atenci? los pobres, d?les, hu?anos y viudas (Am 5,7-11; Mi 3,1-4; Ez 18,21), nos presentan el rostro de Cristo solidario al leer "la encarnaci?el Hijo de Dios como la expresi??grande de la solidaridad del Dios de la Alianza con la humanidad pecadora"(Jn 1,14).

Jes?onserva y afina a??el imperativo veterotestamentario del amor a Dios y al pr?o: "Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mand?uien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en ? en esto conocemos que permanece en nosotros. por el Esp?tu que nos dio" (1Jn 3,23-24; Mt 5,17; Mc 12,28-34; cf. Lev 19,18), encarn?olo en el propio ejemplo de dar la vida por amigos y enemigos (Jn 15,13) y dando al ejercicio de la misericordia hacia los m?peque?relevancia escatol?a (Mt 25,31-46).

El Continente americano se presenta como un mundo divido por chocantes contrastes sociales de pa?s superdesarrollados, al Norte, con otros en v? de desarrollo, subdesarrollados o en el extremo de la escala de los pa?s m?pobres del mundo; por contrastes entre clases sociales dentro de un mismo pa? en el que conviven personas catalogadas por la revista Forbes en el elenco de los m?grandes millonarios del mundo e inmensas mayor? de personas que viven en pobreza y aun en miseria; por contrastes entre el peso de una deuda externa que es como un par de grilletes en los pies de los pa?s del Sur del continente que impide dar pasos hacia su desarrollo, y los intereses de esa misma deuda que benefician exorbitantemente a los pa?s y sociedades acreedoras del Norte; por los efectos negativos de la globalizaci?uando es estimulada s?por el lucro al margen del servicio a las personas y grupos m?d?les.

Ante este panorama de contrastes y tensiones, los obispos presentan el rostro de Cristo solidario como testimonio y exigencia para el pueblo cristiano de Am?ca. Tal exigencia tiene su traducci? su cauce de actuaci?n la Doctrina Social de la Iglesia, ese conjunto org?co de sabidur?operativa en campo social, de criterios evang?cos, de principios de antropolog?cristiana y de derecho natural o positivo, de reglas objetivas del actuar econ?o y del conocimiento preciso de las circunstancias de cada tiempo y lugar, de cada situaci?umana por remediar.

Lejos de ser un rostro desencarnado de Cristo el que los obispos nos ofrecen, el rostro solidario es el rostro m?concreto, m?tangible y m?humilde (Mt 25,31-46): son los pobres y peque? los ni?de la calle, las mujeres, los enfermos del Sida, los ind?nas despojados de su habitat humano y cultural, los parados, los habitantes de las barriadas perif?cas de grandes ciudades, los afroamericanos, los grupos humanos y pa?s subdesarrollados que se debaten en extrema pobreza.

Y dentro de la comunidad eclesial, el rostro de Cristo solidario es tambi?el rostro de los pastores que invitan a los laicos, sacerdotes, religiosos, a los matrimonios, a los te?os a la comuni?Es el Cristo que invita a los mismos pastores a la cooperaci?raterna entre las iglesias particulares del Norte y del Sur en recursos espirituales, humanos, culturales, econ?os; es el Cristo solidario que invita a toda la comunidad cat?a a trabajar por las necesidades, espirituales y materiales, de todo grupo humano, sin importar lengua, raza, religi? posici?ocial, y a recomponer la t?a incons? de la unidad de su Cuerpo por medio del di?go ecum?co, la oraci?la colaboraci?el amor, la comprensi?utua y, sobre todo, por el testimonio de la santidad.

Conclusi?
Recogiendo los diversos "motivos" en una cl?ula sinf?a final, podemos decir que el S?do de Am?ca nos presenta un rostro de Cristo con los rasgos de nuestras culturas americanas. Se pueden reconocer en ?los pueblos aut?nos e ind?nas de Am?ca, los afroamericanos, los pueblos culturalmente "mestizos" que han forjado el Cristo de la religiosidad popular, los criollos y los habitantes de las grandes ciudades, creadores de una cultura moderna y postmoderna.

A unos y otros los obispos presentan un Cristo Viviente y Reconciliador, que nos reconcilia con Dios, con los dem?hombres y mujeres, con nosotros mismos y con la creaci?un Cristo creador de comuni?rinitaria, eclesial y social, un Cristo solidario en un Continente atravesado por tensiones y desigualdades, que camina hacia la integraci?con?a y pol?ca, pero cuyo ?mo anhelo es la comuni?ristiana de corazones hecha justicia, liberaci?participaci? opci?referencial por los m?pobres y d?les.

Como argumento ?mo de reconciliaci?comuni? solidaridad entre todos los pueblos de Am?ca, los pastores nos invitan a los cristianos a tomar en serio el misterio de la encarnaci?el Hijo de Dios y, sobre un horizonte escatol?o, nos recuerdan que ese rostro encarnado de Cristo nos sale al encuentro todos los d? en los m?d?les y peque?de entre los hombres y mujeres de Am?ca, pues "lo que hicisteis a uno de estos hermanos m? m?peque? a m?e lo hicisteis" (Mt 25,40.45).







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