Agustinas Contemplativas. Monasterio Santa Ana
Por: MAria Teresa Marza | Fuente: http://www.agustinassanmateo.org
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Nuestro Carisma
Tener el mismo carisma es tener el mismo ideal de santidad revelado por el Espíritu de Dios a san Agustín, que llegó a nosotras por la fidelidad-santidad de nuestros antepasados y al que debemos sumarnos aportando nuestro modo propio de vivir hoy el mismo ideal adaptado a las exigencias de nuestra realidad concreta, bajo la moción del mismo Espíritu que suscitó el carisma y lo ha ido manteniendo.
El carisma agustino lo podemos sintetizar con la palabra COMUNIÓN: La Comunión de Dios, de la Trinidad, es la fuente de dónde mana nuestra vida hacia Dios (Padre) y en Dios (en Cristo) con todos los hijos de Dios unidos por la gracia (del Espíritu Santo). Esto es lo que tratamos de vivir a través de múltiples aspectos, de los que destacamos:
La interioridad: Con el silencio, la paz, el apartamiento, la oración prolongada, la formación y la ascesis, el Espíritu Santo va modelando nuestro espíritu para ver a los hombres, las cosas y los acontecimientos con los ojos de Dios. Al hombre le hace feliz el bien que brota de la verdad y en Cristo la descubrimos y vivimos día a día.
“No salgas fuera de ti; retorna a ti mismo: la verdad habita en el hombre interior” (San Agustín)
La vida común: El Padre que nos da la vida y en Cristo nos hace hijos, nos da su amor, su Espíritu, que nos lleva a vivir lo que somos: hermanas. Llevando las unas las cargas de las otras en nuestra continua convivencia experimentamos y expresamos cómo la Comunidad es lugar privilegiado para el encuentro con Dios y el crecimiento personal, tanto humano como espiritual.
“Ya que con este fin os habéis congregado en comunidad, vivid en la casa unánimes y tened un alma sola y un solo corazón en marcha hacia Dios” (San Agustín)
La itinerancia espiritual: Siguiendo a san Agustín que, con tanta insistencia, hablaba de nuestro vivir como un camino, donde no hay que parar nunca, avanzar siempre, caminar siempre…, tratamos de andar con las dos “piernas” que nos permiten avanzar sin desánimos: La humildad (la experiencia de nuestro pecado nos libera de la soberbia y nos hace caminar conscientes de nuestra realidad humana) y la gratitud (por la experiencia cotidiana del Don de Dios que no nos permite desánimos ni metas cortas).
“Si dices basta, ya estás perdido. No te pares, avanza siempre, no vuelvas hacia atrás, no te desvíes. El que no adelanta, retrocede” (San Agustín)
El servicio a la Iglesia: Porque somos miembros los unos de los otros y con Cristo cabeza formamos el Cristo-Total, tratamos de vivir conscientes del servicio sagrado de glorificación de Dios, de intercesión en favor de los hombres y del valor testimonial de la vida contemplativa dentro de la corriente viva que de la Iglesia va manando para la salvación de todo el que se acerca a beber de ella.
“Mientras la Iglesia se goza en aquellas almas que dulce y humildemente viven en paz, suplica, llama a Aquel que nos ha dicho “Lo que os digo en la oscuridad gritadlo a la luz del día; lo que os susurro al oído, voceadlo a los cuatro vientos” (San Agustín)
Interpeladas por las palabras de Jesús que alaba al que sabe sacar de su arca lo nuevo y lo viejo, conscientes del peso y riqueza de tradición de la que nuestra vida es heredera, y constatando la urgencia que nuestro mundo tiene de la vivencia de una vida contemplativa que testimonie la supremacía de Dios, tratamos de revitalizar nuestra vida intensificando su aspecto de íntegramente contemplativa. Con nuestro especial carisma agustino tratamos de vivir la vida contemplativa a través de la vida común, y en ella y por ella hacernos fuertes en la fe, "especialistas" en la vida del Espíritu.
“Pongo a Dios por testigo de que, desde mi punto de vista personal, yo preferiría dedicar todos los días algunas horas a un trabajo manual, y el resto del día tener el tiempo libre para leer, orar y estudiar saboreando las Sagradas Escrituras, tal como está establecido en los monasterios” (San Agustín)
Nuestro Vida
emos sido llamadas por Cristo a ofrecerle nuestras vidas en una comunidad monástica y agustina. En ella, al compartir nuestra vida con otras hermanas a las que no conocíamos, pero que ahora son nuestras hermanas, descubrimos como la vida de comunidad -uno de los rasgos específicos de nuestro carisma agustino- es una gran riqueza; cada hermana aporta sus dones, talento, personalidad. Las ancianas son estimulo, de ellas admiramos su sabiduría y experiencia; nuestras hermanas más jóvenes traen un sentido fresco de celo y energía; mientras las hermanas más experimentadas traen el ejemplo de perseverancia y fidelidad.
Cada día, buscamos a Dios, por Cristo, bajo la guía del Espíritu Santo, a través de la oración litúrgica – que la madre Iglesia nos ha confiado-, a través de la meditación de la Palabra de Dios y la vida interior que alimentamos con el silencio y el recogimiento propios de nuestra vida monástica.
Tenemos una serie de trabajos comunes para el sustento material de la comunidad (montaje y envasado de caramelos de goma, planchado, almidonado y tapizado), que realizamos en silencio, para mantener el clima de oración que nos permite escuchar al Maestro interior, Cristo, en nuestro corazón. Oración, trabajo y estudio forman, a grandes rasgos, el entramado de nuestra vida.
ASÍ somos, así vivimos. Os mostramos lo más esencial de nuestra vida
Vocación y Discernimiento
Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la fe, porque la fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios.
En esta vigilia de oración, os invito a pedir a Dios que os ayude a descubrir vuestra vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga.
A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne (cf. Gn 2, 24), se realizan en una profunda vida de comunión. Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la persona. Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio, significa ser conscientes de que solo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial.
A otros, en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la vida consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca, se fija en ti y con su voz inconfundible te dice también a ti: « ¡Sígueme!» (cf. Mc 2,14).
Este es el sentido de la vocación a la vida consagrada: una iniciativa enteramente del Padre (cf. Jn 15, 16), que exige de aquellos que ha elegido la respuesta de una entrega total y exclusiva. La experiencia de este amor gratuito de Dios es hasta tal punto íntima y fuerte que la persona experimenta que debe responder con la entrega incondicional de su vida, consagrando todo, presente y futuro, en sus manos. Precisamente por esto se puede comprender la identidad de la persona consagrada a partir de la totalidad de su entrega, equiparable a un auténtico holocausto. (Vita Consecrata 17)
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