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32. Contacto con otros ambientes
32. Contacto con otros ambientes. (2 de mayo)


Por: Instituto Sacerdos | Fuente: Instituto Sacerdos



PREGUNTAS PARA ORIENTAR LA DISCUSIÓN EN EL FORO


Formadores

- Uso de los medios de comunicación, contacto con la familia, salidas de los seminaristas… ¿Regulan de algún modo estos aspectos de la vida del seminario para que contribuyan a la madurez y formación de los seminaristas?
- ¿Qué respuesta encuentran en ellos? ¿buena acogida o rebeldía, desobediencia, insinceridad…?

Seminaristas
- ¿Cuál es la actitud de tu familia frente a tu vocación sacerdotal?

Otros sacerdotes
- ¿Qué recomendarían a los formadores de seminarios para ayudar a los seminaristas en el uso de los medios de comunicación? ¿Cuáles son las oportunidades y riesgos que presentan al sacerdote en su ministerio?

Otros participantes
- ¿Cómo pueden los laicos ayudar al sacerdote a vivir su condición de consagrado, llamado a “estar en el mundo sin ser del mundo”?

 

 

 

32. Contacto con otros ambientes



Partimos de dos puntos de referencia. Primero: el seminarista ha dejado el mundo para dedicarse al servicio de Dios: «...no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo...» (Jn 15,19). Y, segundo, el seminarista, como sacerdote, vivirá en el mundo. La conclusión que se sigue de las premisas es clara: el seminario ha de ser escuela para estar en el mundo sin ser del mundo.

Hasta aquí no hay dificultad. Los problemas nacen cuando se comienzan a determinar los acentos. Algunos subrayan "estar en el mundo", mientras que otros prefieren recalcar el "sin ser del mundo". El justo medio lo encontramos en un conocimiento realista del hombre. La normativa que regula el contacto del seminarista con otros ambientes no puede pecar de ingenuidad. Pero tampoco puede pecar de estrechez desconfiada. Quien se pasa el día en un ambiente mundano no será hombre de Dios. Quien se siente encerrado deseará pronto salir para ejercer su libertad. Quien se retrae del mundo no llegará a ser un buen apóstol... Hace falta buscar un justo medio, una prudente apertura según la madurez y edad propia de cada etapa.


Salidas del centro

La asistencia y participación en las actividades del seminario constituye un primer tema que considerar al hablar de las salidas del centro.

Desde el punto de vista académico parece necesario que los seminaristas, como los estudiantes de cualquier institución educativa seria, asistan regularmente a las clases prescritas. Pero, como hemos visto, la vida del seminario no se reduce al aspecto académico. Por eso habrá que promover también, y tal vez con mayor insistencia, la presencia y participación asidua en las demás actividades comunitarias como son los momentos de oración común, las actividades complementarias, etc.

Por otro lado, los seminaristas han de reservar en sus programas tiempos amplios para el estudio personal. Son cortos los años de formación y han de aprovecharse con intensidad.
De aquí resulta claro que, tanto los seminaristas como los formadores, han de cuidar que las salidas del centro no sean ocasión para descuidar las actividades formativas, sean éstas comunitarias o personales.

Por otra parte nunca sobrará recomendar a los seminaristas prudencia y sensatez pues vivimos en un mundo agresivo que no comprende los ideales del sacerdote, que fomenta comportamientos muchas veces al margen de la moralidad, que en ocasiones llega al extremo de querer hacer caer a quienes se han propuesto seguir la vocación sacerdotal.


Contacto con la familia

Generalizando un poco, se podrían agrupar en tres apartados la actitudes de la familia hacia la vocación sacerdotal de uno de sus miembros.

Encontramos que en la mayoría de los casos la familia ha sido la tierra fecunda que ha hecho germinar la semilla de la vocación. Los padres son los primeros y mejores promotores de la decisión tomada por quien pide ingresar al seminario. No se cansan de agradecer a Dios esta bendición y de apoyar activamente a su hijo, y al seminario, en todo lo que les es posible.

No faltan, sin embargo, algunas familias que, en mayor o menor grado, durante un período de tiempo, o tal vez aún con cierta insistencia, se oponen a la idea de que uno de los suyos siga el camino al sacerdocio. Pueden ser muchas y muy variadas las razones que motivan esta actitud. El joven siempre habrá de mostrar el respeto y amor filial que debe a sus padres, pero sin perder la conciencia clara de que es Dios quien le llama y quien le pide una respuesta libre y personal.

El tercer grupo estaría formado por esos padres de familia que, apoyando la vocación de su hijo, no se hacen a la idea de que esté lejos de casa. Quisieran tenerlo siempre cerca. Para ellos nunca puede haber suficientes visitas o llamadas telefónicas. Así también, puede haber seminaristas que están continuamente deseando estar con su familia, tal vez aun en detrimento de su formación sacerdotal, y hasta de su maduración humana.

Es necesario afrontar todos estos casos con grande caridad, justicia y prudencia. Por un lado ha de quedar claro, tanto a la familia como al joven seminarista, que seguir la llamada de Dios no implica dejar al lado la gratitud, el cariño o el aprecio por la familia. Al contrario, casi siempre es ocasión para profundizar y enriquecer esta relación familiar.

Por otro lado, han de aceptar también que el camino al sacerdocio conlleva ciertas exigencias: una dedicación absorbente a la formación o al ministerio pastoral, y una cierta lejanía de casa, más o menos prolongada según las distancias o las circunstancias. En algunas ocasiones, el sacerdote diocesano tendrá la oportunidad de vivir cerca de su familia, o tal vez con alguno de sus miembros, pero esto no siempre es posible. Ciertamente para el seminarista no podrá ser así durante los años de formación. Tanto a los familiares como al joven que ha ingresado al seminario corresponde ofrecer a Dios este sacrificio. No faltarán ocasiones para que el seminarista viaje a casa o para que los familiares visiten el seminario.

En el fondo, estas exigencias de la vocación sacerdotal provienen de Cristo mismo. Leemos en el Evangelio: «otro le dijo: "Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa". Le dijo Jesús: "Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios"» (Lc 9,61-62). La palabra de Cristo en éste y otros pasajes semejantes es clara. Sus seguidores son suyos. Le han de seguir, en primer lugar, a él. Están dedicados totalmente al servicio del rebaño del Señor. El seminarista comprende esta exigencia del Señor. La aceptó conscientemente el día en que decidió llamar a las puertas del seminario.

En cada seminario habrá que valorar con detenimiento la normativa sobre este punto. Tanto las opiniones como las costumbres varían significativamente de un lugar a otro. Sea como fuese habría que considerar en primer lugar el bien de la formación con la certeza de que es éste el mejor servicio que se puede ofrecer no sólo a la Iglesia y al seminarista sino también a su familia.

A este respecto conviene anotar que cuando las visitas frecuentes no sean posibles, los seminaristas han de tomarse el tiempo para escribir a casa regularmente. Es expresión de una debida gratitud y respeto. Es ocasión para hacer partícipes a los propios familiares de las incontables dones que Dios otorga les otorga. Y, en algunos casos, es medio para consolar, para animar, para sanar resentimientos, para acercar a la gracia...


Uso de los medios de comunicación social

El impacto de los medios de comunicación social (prensa, radio, televisión, cine) sobre la sociedad contemporánea es imponderable. A nadie escapa cómo influyen sobre las costumbres, la moral, la psicología del hombre de hoy.

En el mercado de las imágenes se pueden encontrar muchas cosas al margen de los más elementales criterios morales, ideológicos o religiosos. Por esta razón en el seminario se ha de aprender a usar rectamente esta "ventana al mundo" para aprovechar su valor informativo y formativo sin caer en la pérdida de tiempo o en el contacto con programas y espectáculos impropios para el joven que se prepara al sacerdocio. El consejo de los formadores y una cierta normativa resultan necesarios. El ideal será lograr en cada seminarista un uso responsable, maduro e inteligente de estos medios.

El criterio del realismo vale también aquí. Tener siempre acceso a la televisión tal vez no cause problemas para algunos. Para otros puede ser una valiosa ocasión para formar convicciones. Pero no faltará alguno para quien sea motivo de distracción, de tentación o hasta de zozobra espiritual. Prudencia y sensatez serán el mejor consejo. Sin duda los jóvenes de hoy son suficientemente generosos y sensatos para comprender que estos medios se deben usar con mesura y discreción.

Queda claro, con lo dicho hasta aquí, que una normativa sobre el contacto con otros ambientes resulta oportuna en el seminario. El éxito o fracaso de estas normas, su aceptación o rechazo dependerá en gran parte del modo cómo se presente a los seminaristas (y tal vez también a sus familiares en los puntos que les conciernen).

Las imposiciones no allanan el camino de la observancia. Hoy día, más que antes, resulta imposible proceder así. El mejor modo puede ser, quizá, que cuando ingresen nuevos seminaristas encuentren esta normativa como algo propio del seminario. Verán a los demás observándola. Será "tradición viva". Será el modo propio del seminario. Los formadores, por su parte, la presentarán tal cual es con las debidas explicaciones, sin excusas o complejos. Así, desde el inicio, los seminaristas saben qué comportamiento se espera de ellos y por qué razones.

En todo esto habrá que recordar siempre que el seminario ha de ser también, como se mencionó la inicio, una escuela en la que el seminarista aprenda "a estar en el mundo sin ser del mundo" (cf. Jn 15,19).



LECTURAS RECOMENDADAS

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DE LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO


Lunes 16 de marzo de 2009
Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Me alegra poder acogeros en audiencia especial, en la víspera de mi partida hacia África, a donde iré para entregar el Instrumentum laboris de la II Asamblea especial del Sínodo para África, que tendrá lugar aquí en Roma el próximo mes de octubre. Agradezco al prefecto de la Congregación, el señor cardenal Cláudio Hummes, las amables palabras con las que ha interpretado los sentimientos de todos; y también os agradezco la hermosa carta que me habéis escrito. Asimismo os saludo a todos vosotros, superiores, oficiales y miembros de la Congregación, y os expreso mi gratitud por todo el trabajo que lleváis a cabo al servicio de un sector tan importante en la vida de la Iglesia.
El tema que habéis elegido para esta plenaria —"La identidad misionera del presbítero en la Iglesia, como dimensión intrínseca del ejercicio de los tria munera"— permite algunas reflexiones para el trabajo de estos días y para los abundantes frutos que ciertamente traerá. Si toda la Iglesia es misionera y si todo cristiano, en virtud del Bautismo y de la Confirmación, quasi ex officio (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1305) recibe el mandato de profesar públicamente la fe, el sacerdocio ministerial, también desde este punto de vista, se distingue ontológicamente, y no sólo en grado, del sacerdocio bautismal, llamado también sacerdocio común. En efecto, del primero es constitutivo el mandato apostólico: "Id a todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15). Como sabemos, este mandato no es un simple encargo encomendado a colaboradores; sus raíces son más profundas y deben buscarse mucho más lejos.
La dimensión misionera del presbítero nace de su configuración sacramental con Cristo Cabeza, la cual conlleva, como consecuencia, una adhesión cordial y total a lo que la tradición eclesial ha reconocido como la apostolica vivendi forma. Esta consiste en la participación en una "vida nueva" entendida espiritualmente, en el "nuevo estilo de vida" que inauguró el Señor Jesús y que hicieron suyo los Apóstoles.
Por la imposición de las manos del obispo y la oración consagratoria de la Iglesia, los candidatos se convierten en hombres nuevos, llegan a ser "presbíteros". A esta luz, es evidente que los tria munera son en primer lugar un don y sólo como consecuencia un oficio; son ante todo participación en una vida, y por ello una potestas. Ciertamente, la gran tradición eclesial con razón ha desvinculado la eficacia sacramental de la situación existencial concreta del sacerdote; así se salvaguardan adecuadamente las legítimas expectativas de los fieles. Pero esta correcta precisión doctrinal no quita nada a la necesaria, más aún, indispensable tensión hacia la perfección moral, que debe existir en todo corazón auténticamente sacerdotal.
Precisamente para favorecer esta tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual, de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio, he decidido convocar un "Año sacerdotal" especial, que tendrá lugar desde el próximo 19 de junio hasta el 19 de junio de 2010. En efecto, se conmemora el 150° aniversario de la muerte del santo cura de Ars, Juan María Vianney, verdadero ejemplo de pastor al servicio del rebaño de Cristo. Corresponderá a vuestra Congregación, de acuerdo con los Ordinarios diocesanos y con los superiores de los institutos religiosos, promover y coordinar las diversas iniciativas espirituales y pastorales que parezcan útiles para hacer que se perciba cada vez más la importancia del papel y de la misión del sacerdote en la Iglesia y en la sociedad contemporánea.
La misión del presbítero, como muestra el tema de la plenaria, se lleva a cabo "en la Iglesia". Esta dimensión eclesial, de comunión, jerárquica y doctrinal es absolutamente indispensable para toda auténtica misión y sólo ella garantiza su eficacia espiritual. Se debe reconocer siempre que los cuatro aspectos mencionados están íntimamente relacionados: la misión es "eclesial" porque nadie anuncia o se lleva a sí mismo, sino que, dentro y a través de su propia humanidad, todo sacerdote debe ser muy consciente de que lleva a Otro, a Dios mismo, al mundo. Dios es la única riqueza que, en definitiva, los hombres desean encontrar en un sacerdote.
La misión es "de comunión" porque se lleva a cabo en una unidad y comunión que sólo de forma secundaria tiene también aspectos relevantes de visibilidad social. Estos, por otra parte, derivan esencialmente de la intimidad divina, de la cual el sacerdote está llamado a ser experto, para poder llevar, con humildad y confianza, las almas a él confiadas al mismo encuentro con el Señor.
Por último, las dimensiones "jerárquica" y "doctrinal" sugieren reafirmar la importancia de la disciplina (el término guarda relación con "discípulo") eclesiástica y de la formación doctrinal, y no sólo teológica, inicial y permanente.
La conciencia de los cambios sociales radicales de las últimas décadas debe mover las mejores energías eclesiales a cuidar la formación de los candidatos al ministerio. En particular, debe estimular la constante solicitud de los pastores hacia sus primeros colaboradores, tanto cultivando relaciones humanas verdaderamente paternas, como preocupándose por su formación permanente, sobre todo en el ámbito doctrinal y espiritual.
La misión tiene sus raíces de modo especial en una buena formación, llevada a cabo en comunión con la Tradición eclesial ininterrumpida, sin rupturas ni tentaciones de discontinuidad. En este sentido, es importante fomentar en los sacerdotes, sobre todo en las generaciones jóvenes, una correcta recepción de los textos del concilio ecuménico Vaticano II, interpretados a la luz de todo el patrimonio doctrinal de la Iglesia. También parece urgente la recuperación de la convicción que impulsa a los sacerdotes a estar presentes, identificables y reconocibles tanto por el juicio de fe como por las virtudes personales, e incluso por el vestido, en los ámbitos de la cultura y de la caridad, desde siempre en el corazón de la misión de la Iglesia.
Como Iglesia y como sacerdotes anunciamos a Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, crucificado y resucitado, Soberano del tiempo y de la historia, con la alegre certeza de que esta verdad coincide con las expectativas más profundas del corazón humano. En el misterio de la encarnación del Verbo, es decir, en el hecho de que Dios se hizo hombre como nosotros, está tanto el contenido como el método del anuncio cristiano. La misión tiene su verdadero centro propulsor precisamente en Jesucristo.
La centralidad de Cristo trae consigo la valoración correcta del sacerdocio ministerial, sin el cual no existiría la Eucaristía ni, por tanto, la misión y la Iglesia misma. En este sentido, es necesario vigilar para que las "nuevas estructuras" u organizaciones pastorales no estén pensadas para un tiempo en el que se debería "prescindir" del ministerio ordenado, partiendo de una interpretación errónea de la debida promoción de los laicos, porque en tal caso se pondrían los presupuestos para la ulterior disolución del sacerdocio ministerial y las presuntas "soluciones" coincidirían dramáticamente con las causas reales de los problemas actuales relacionados con el ministerio.
Estoy seguro de que en estos días el trabajo de la asamblea plenaria, bajo la protección de la Mater Ecclesiae, podrá profundizar estos breves puntos de reflexión que me permito someter a la atención de los señores cardenales y de los arzobispos y obispos, invocando sobre todos la copiosa abundancia de los dones celestiales, en prenda de los cuales os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos una especial y afectuosa bendición apostólica.

© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana


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