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Malevolencia y benevolencia

Malevolencia y benevolencia
La malevolencia destruye. La benevolencia construye un mundo más bueno.


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic net



Los juicios y actitudes que tomamos ante los demás nacen del corazón.

Un corazón lleno de malevolencia lo ve todo con gafas oscuras: descubre continuamente maldad y segundas intenciones en los demás. Seguramente no respecto de todos, pero sí respecto de aquellos a los que el malévolo ha etiquetado como “malos”.

Habla el malévolo: “¿Dices blanco? Eres un optimista ingenuo. ¿Dices negro? Eres un neurótico pesimista. ¿Dices gris? Eres un mediocre sin ideales. ¿Trabajas? Eres un interesado egoísta. ¿Descansas? Eres un holgazán desvergonzado. ¿Ríes? Eres un pobre ingenuo. ¿Lloras? Te gusta representar el papel de víctima”.

En cambio, un corazón lleno de benevolencia sabe apreciar tantas cosas buenas que existen en los otros. La benevolencia puede, incluso, descubrir señales de bondad en almas que parecen muy ennegrecidas.

Habla el benévolo: “¿Dices blanco? Me alegra tu buen espíritu. ¿Dices negro? Llevas en tu alma alguna pena. ¿Dices gris? Sabes apreciar lo bueno y lo malo. ¿Trabajas? Vives así tus deseos de servir a los demás. ¿Descansas? Seguramente lo mereces y lo necesitas. ¿Ríes? Me uno a tu alegría. ¿Lloras? Déjame compartir tus penas”.

Son dos actitudes antagónicas. No se dan en estado puro, ni podemos decir que haya personas completamente malévolas, o personas completamente benévolas. A veces las dos actitudes se dan juntas en mi propia vida, cuando miro a una persona que me resulta antipática o a otra que me ha herido en lo más profundo del alma. A veces las actitudes se suceden: un día lo veo todo con ojos benévolos, y otro día no dejo títere con cabeza...

Sentimos naturalmente un rechazo ante esa malevolencia que desprecia, que malinterpreta, que sojuzga al prójimo. Es una actitud mezquina, llena de malignidad, que no sabe reconocer el mucho bien presente en los corazones, que busca mil maneras para rebajar los méritos y para aumentar y divulgar los errores (reales o ficticios).

Sentimos, a la vez, simpatía hacia esa benevolencia que apoya al otro, que acompaña al familiar o al amigo, que ensalza las cualidades, que defiende al criticado, que arropa al necesitado de cariño, que sabe encontrar lo mucho hermoso que se esconde o que luce en cada vida humana.

Para el cristiano, la malevolencia es un vicio terrible que daña no sólo a los criticados, sino al mismo corazón lleno de ponzoña. La benevolencia, en cambio, promueve un mundo más limpio, más solidario, más comprensivo, más abierto, más lleno de amor y de paz.

San Pablo nos explicó que la caridad es paciente y se aparta de toda malignidad (1Cor 13,4-7). En la carta de Santiago leemos cuál debe ser la verdadera actitud de bondad propia del cristiano, que contrasta con la maldad de quien vive según el mal espíritu.

“¿Acaso la fuente mana por el mismo caño agua dulce y amarga? ¿Acaso, hermanos míos, puede la higuera producir aceitunas y la vid higos? Tampoco el agua salada puede producir agua dulce. ¿Hay entre vosotros quien tenga sabiduría o experiencia? Que muestre por su buena conducta las obras hechas con la dulzura de la sabiduría. Pero si tenéis en vuestro corazón amarga envidia y espíritu de contienda, no os jactéis ni mintáis contra la verdad. Tal sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrena, natural, demoníaca. Pues donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Frutos de justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz” (St 3,11-18).

Seguramente hoy encontraré, a mi lado, corazones con sabiduría demoníaca, o corazones llenos de la benevolencia auténtica. Si soy bueno, si quiero vivir según el Evangelio, compadeceré y rezaré por los primeros y buscaré imitar a los segundos. Seré, entonces, más semejante a Dios, que hace llover sobre buenos y malos; un Dios que perdona, que espera, que comprende, que ama sin límites.


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