Cada cierto tiempo debo hacer un alto en el camino. Me parece que Dios me dice: “Espera, detente”. Quiere que recuerde su presencia en medio de tanto barullo.

En este momento me encuentro así, como un barco que ha encallado, sin poderse mover, en espera del capitán, del viento y del oleaje. Ese oleaje es Dios y el viento es el Espíritu Santo y el capitán, es Jesús.

Me ocurre como cuando divisas un cúmulo de nubes oscuras sobre el paisaje. Sabes que va a llover. En mi caso, súbitamente, se cierran algunas puertas importantes. Y las cosas empiezan a estancarse en la editorial. Por más que trate, no logro nada.

Comprendo entonces que por mis fuerzas será inútil. Ha llegado el tiempo de hacer un alto y reflexionar. Y me digo: "Todo pasa. Esto también pasará".

Son situaciones en las que Dios nos pide mirar hacia arriba. Cuando lo haces, te dice emocionado: "Aquí estoy hijo mío". Y corre a abrazarte.

Reconoces que lo material vale nada, ante su grandeza y esplendor.

Decía santa Teresita que Dios tiene necesidad de nuestro amor. Él que es amor, anhela que lo amemos.

En mi casa somos seis. Todas las mañanas nos damos los buenos días, desayunamos juntos, charlamos, hacemos planes y luego iniciamos nuestras actividades.

Imagino la ilusión de Dios de estar entre nosotros y ser parte de nuestros planes. No sentirse olvidado por sus hijos.

Yo, debo reconocerlo, a veces me concentro tanto en otras cosas que pierdo el sentido de su presencia. Y es cuando Dios acude hasta nosotros. Encalla la barca de nuestra vida, y nos recuerda: "Yo soy y te amo". “Quiero cuidarte”. “Déjate amar”.

Inamovible, como estamos, nos llega de una dulce esperanza. Un amor infinito nos inunda.

“Señor”, le digo, “perdóname”.

Y la brisa empieza a soplar y la marea me alcanza y el capitán toma control nuevamente de la barca.

Entonces, llega la certeza… es el momento de continuar.