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La Palabra que ilumina la Cuaresma.

La Palabra que ilumina la Cuaresma.
La Palabra de Dios ilumina los rincones más recónditos de nuestra oscuridad: Su objetivo: El hombre resucitado, el hombre pascual.


Por: Gustavo Daniel D´Apice | Fuente: Gustavo Daniel D´Apice




En el Primer Domingo:

Durante el Tiempo de Cuaresma, la Iglesia propone como lectura evangélica del primer domingo las Tentaciones de Jesús en el desierto.

Jesús vence, y quiere hacernos saber de antemano que ante los embates del Mal, en Él tenemos la victoria, que deberemos apropiárnosla.
Victoria sobre el mundo vanidoso y tenebroso, sobre la carne soberbia y egoísta, y sobre el demonio astuto y vengador.

Jesús vence al Maligno en las tentaciones a las cuales todas se reducen:
El placer, significado en la gula y la glotonería del “pan”.

El poder, significado en la fama que le dará el que los ángeles lo lleven en sus palmas si se arroja de lo más alto del Templo.

Y la riqueza, al mostrarle todos los reinos del mundo y ofrecérselos, porque le pertenecen, si se postra ante Él y lo adora, como hacen tanto hoy en día y siempre.

En el Segundo domingo de Cuaresma, la Iglesia presenta ante nuestra contemplación la Transfiguración de Jesús.

Proclamada por Mateo en el Ciclo “A”, por Marcos en el “B” y por Lucas en el “C”, en el mismo orden que las Tentaciones.

Jesús sube a un “alto monte”. La altura significa ya el lugar del encuentro con el Absoluto, con el Trascendente, con Dios.

Lleva tres testigos: Pedro, Santiago y Juan.
Se le aparecen transfigurados dos personajes del Antiguo Testamento: Moisés y Elías.

Cualquier hecho en el Antiguo Testamento debía ser testificado al menos por dos testigos varones mayores.

Aquí Jesús lo hace con dos del Antiguo y tres del Nuevo.

Y resplandece de Luz.

Anticipa ante sus discípulos, con la participación de Moisés y de Elías, lo que acontecerá con su cuerpo en el momento de la Resurrección: La Luz irradiará de Él, la cual brilla en su Rostro y atraviesa sus vestidos.

Enseñanza: Ante la inminencia de la pasión, del terror, del desconcierto, del aparente triunfo de las fuerzas enemigas y del mal, Jesús muestra cuán bello, poderoso y glorioso será en la Pascua, y cómo la fuerza de la Luz triunfará sobre los embates de la oscuridad.

En el Tercer Domingo ya hay distintas enseñanzas según el Ciclo Litúrgico dominical en el que nos encontremos:

En el Ciclo “A”, será el encuentro con la mujer samaritana, y el pedido de ella del agua viva del Espíritu Santo, al reconocer en Jesús al Mesías esperado por los judíos.


En el Ciclo “B”, Jesús expulsa a los vendedores del Templo, pues si bien cumplían funciones de intercambio que eran necesarias, se habían colocado en un lugar inadecuado para ofrecer sus mercancías a fin de facilitar no el sacrificio del Templo en el encuentro con Dios, sino sus pingües ganancias, que era lo que les interesaba.
Jesús los expulsa como ladrones que han hecho de la Casa de Dios su cueva para lucrar.

En el Ciclo “C”, se presenta el tiempo de la higuera estéril.

Jesús tiene hambre con sus discípulos, vé la higuera y acude a recolectar sus frutos para saciarse Él y los que venían con Él.

No es que Jesús no sepa cuando es el tiempo de los higos para las higueras de Palestina.

Se ha pasado más de 30 año observando los campos, las cosechas y los cosechadores, los tiempos de los frutos, tanto de plantarlos como de arrancarlos.

Lo que sucede es que Jesús en la higuera ve un potencial discípulo en su alegórica enseñanza: Para éste, ha llegado el tiempo de los frutos, y no los encuentra.

La higuera es maldecida. Al pasar de vuelta, los discípulos se asombran de que la higuera maldecida ya esté seca.

El discípulo que, terminado su tiempo de discipulado y comenzado el de dar frutos, no los otorga a sus semejantes, es similar a la higuera: No los dará jamás.

Esforcémonos por dar nuestro fruto (el fruto que a Jesús le pertenece) a nuestro debido tiempo, porque sino puede estar cercano el fin de nuestra vida espiritual.

En el Cuarto Domingo, llamado en la Liturgia de la alegría, de gozo, por la proximidad de la Pascua, y que en sus ornamentos rompe la monotonía del lila para pasar a la exuberante belleza gozosa del rosado, los textos varían también según el Ciclo Litúrgico:

En el Ciclo “A”, Jesús se presenta en el Evangelio de Juan como la Luz del Mundo, al curar al ciego de nacimiento.

Es el Evangelio de los signos: Jesús realiza signos de lo que Él en realidad E y trae.

En el Ciclo “B”, el Señor presenta la enseñanza de que, cuando Moisés levantó en alto la serpiente en un mástil en el desierto, para que cese la plaga de las víboras, la realidad será el levantamiento de Jesús sobre la Cruz, para que todo el que lo “vea” y por lo tanto crea en Él, no perezca, sino que tenga vida eterna.

En el Ciclo “C”, la Palabra presenta al hijo pródigo ó más bien, al Padre misericordioso, que siempre está esperando que su Hijo vuelva, por más que haya dilapidado todos sus bienes abandonándolo.

Así es nuestro Padre esperándonos hasta el fin, avistando el camino para ver si regresamos.
Así debemos ser nosotros: Queriendo siempre volver, por más que nos hayamos impurificado con acciones indignas del ser cristiano.

Algunos van más allá, y ven en este Hijo al Pobre de Nazareth, que abandona la Casa paterna del Cielo como Hijo de Dios para hacerse hombre, y regresa triunfante después de la Pascua, y en su Ascensión, es colocado y exaltado allí donde le corresponde, a la diestra del Padre, igual a Él en la unidad del Espíritu Santo.

Y finalmente tenemos la Quinta Semana antes de entrar en la Semana Santa, la Semana Mayor del Año en la Liturgia cristiana, que contiene en su corazón el Triduo Pascual, con la Magna Fiesta de la Resurrección de Jesús, la Fiesta entre las Fiestas, no igualada jamás.

En el Ciclo “A”, Jesús comienza o sigue demostrando su poder sobre la vida y sobre la muerte, resucitando corporal, aunque temporalmente, a su amigo Lázaro, el hermano de María y Marta, sus compañeros de Betania.

Esto es solo un signo: En la Pascua que se aproxima, su Resurrección ya no será temporal en un cuerpo corruptible, sino eterna, gloriosa, inmortal, luminosa, celestial.

En el Ciclo “B”, San Juan presenta a unos griegos que quieren ver a Jesús.

Ha llegado la hora.
Es el tiempo de la universalidad. Jesús, del pueblo judío, no vino sólo para ellos, sino para que todos los que creyeran en Él encontraran salvación y paz eternas.

En el Ciclo “C”, Jesús persona a la mujer acusada de pecado por pecadores.

Es la Divina Misericordia de Dios.
Es la Fiesta que culminará con la Octava de Pascua, el segundo domingo del Tiempo de la Alegría.

Luego de la Quinta Semana comienza la Semana Santa con el Domingo de Ramos.

Gustavo Daniel D´Apice
Profesor Universitario de Teología
Pontificia Universidad Católica









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