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Homilía del DOMINGO IV - Tiempo Ordinario

Homilía del DOMINGO IV - Tiempo Ordinario
Amor, ¡qué palabra tan manoseada! A todo el mundo le encanta hablar y cantar de amor… Pero a la hora de la verdad, las solas palabras no bastan. El apóstol, lejos de toda sensiblería romanticona, presenta una visión realista y concreta de lo que implica e






" Hoy se ha cumplido esta Escritura que Uds. acaban de escuchar”

(Domingo IV Tiempo Ordinario - Ciclo "C" )



¡Qué impactante debió sonar esta sentencia de Jesús en el ánimo de quienes la escucharon por primera vez en la historia!

En la época de Cristo, era muy común leer textos de la Escritura que se referían al futuro, acentuando el inexorable juicio de Dios sobre los hombres. De modo que no es difícil imaginar con cuánto asombro se quedaron cuando Jesús lee un texto que se refiere a la salvación misericordiosa de Dios, y encima declara que eso se está cumpliendo precisamente en ese mismo momento… frente a la expectativa común en tantos, en aquel tiempo (y en todos los tiempos), de que la aparición de Dios significa juicio, castigo, condena, llamas, truenos y rayos, aquí el mismísimo Dios anuncia prácticamente todo lo contrario…

Sin embargo, como otro error común en la mentalidad religiosa de todos los tiempos es que, si Dios está presente, deben necesariamente ocurrir milagros espectaculares a diestra y siniestra en todo momento, sus oyentes esperan, para creer estas palabras de Cristo, que empiece a hacer milagros, como ya los había hecho en otras partes. Y más aún allí, ya que está en su pueblo, en Nazareth.

Pero el Verbo Eterno de Dios, al hacerse hombre, ha aceptado y se ha sometido a todos los condicionamientos que implica la existencia humana: cansancio, hambre, sed, tristeza; y también el que expresa el proverbio popular que Jesús cita hoy en el Evangelio: “Ningún profeta es bien recibido en su patria” (que es como decir “nadie es un genio a los ojos de su mayordomo”): es decir, es difícil descubrir y redescubrir permanentemente la grandeza de una persona de la cual conocemos sus orígenes, sus limitaciones, su intimidad, y la falta de perspectiva que nos da la convivencia o la familiaridad… Para sus paisanos, Jesucristo, la Segunda Persona de la Ssma. Trinidad, era simplemente “el hijo del carpintero”.

También nosotros muchas veces nos dejamos impactar más fácilmente cuando quizás las mismas palabras están en boca de una persona a la cual no conocemos tanto, o conocemos sólo de nombre (para los chicos, los “héroes” son los de “mortal combat” [“héroes” que matan], y no su Papá, que quizás tiene dos trabajos para poder mantener a su familia, y que todos los días come delante de él).

Podemos preguntarnos: ¿pero porqué puede molestar tanto un profeta, que habla de parte de Dios; o en este caso el mismo Jesús, que anuncia el amor misericordioso del Padre?

En realidad, toda palabra profética tiene como una doble dimensión:
anuncia y denuncia.
v Anuncia la salvación, lo bueno, lo que debe ser…
v Denuncia el error, el mal el pecado, lo que no debería ser…

Pero sucede que tantas veces a la persona humana no le gusta que otro venga a decirle qué es lo bueno, lo que hay que hacer (y menos que lo haga en nombre de Dios...). Y menos aún le gusta que otro venga a decirle que en su vida hay cosas que no andan bien, que deberían cambiar…

Porque la contracara de la salvación es la conversión, es decir, el cambiar nuestra vida para orientarla a ese amor que quiere salvarnos… Y la conversión siempre cuesta esfuerzo; y como no todos están dispuestos a hacerlo, entonces el anuncio es ignorado, puesto a parte, o peor aún, atacado, silenciado (intentan matar a Jesús…).

Creo que un ejemplo sublime de esto se nos ofrece en la segunda lectura que hemos escuchado hoy, ese hermoso texto de San Pablo conocido como “el himno de la caridad” (I Cor. 13). Aquí el apóstol anuncia las actitudes que provienen del verdadero amor, y denuncia aquellas otras que no son compatibles con el mismo.

Amor, ¡qué palabra tan manoseada! A todo el mundo le encanta hablar y cantar de amor… Pero a la hora de la verdad, las solas palabras no bastan. El apóstol, lejos de toda sensiblería romanticona, presenta una visión realista y concreta de lo que implica el amor:

“el amor es paciente” Paciencia: capacidad de padecer por lo que se ama
· se ama en la medida en que se está dispuesto a sufrir por lo que se ama (“no hay amor más grande…”)
· pasarla bien con otra persona, lo hace cualquiera; sólo quien ama es capaz de sufrir por quien ama.

“el amor es servicial” (v.g. lavado de platos: servir para que otro “reine”) O como tantas veces ocurre los Domingos: trabajar para que otros descansen.

“El amor no es envidioso, no fanfarronea, ni se manda la parte, no “transa”, no es interesado, no se embronca, no devuelve mal por mal, no se alegra con la injusticia, sino con la verdad”…
“El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás”

Es el amor el que salva, el que libera, el que sana, el que da la alegría y el sentido a las cosas, el que cura todas las heridas. Pero ese amor salvador de Dios no es algo que ocurrirá el último día, o después de la muerte; también para nosotros, esta palabra de la Escritura se cumple hoy, aquí, y ahora, en la medida en que nos abrimos a lo que el Señor quiere hacer en nuestros corazones, y apostamos a la acción del Espíritu Santo, que progresivamente va llevando a plenitud la vida divina en nosotros, configurando en nuestro ser una plenitud jamás imaginada ni alcanzable con las solas fuerzas humanas: la plenitud de Dios, que vive en nosotros, y nosotros en él.

¡Qué hermoso es cuando en nuestro camino encontramos personas que irradian paz, alegría y confianza por donde pasan! Pero el Señor quiere y espera que nosotros seamos esas personas. No se trata de un despliegue de milagros, sino de cosas pequeñas: una sonrisa siempre a mano, capacidad para perdonar generosamente, empezar cada día de nuevo, y no esperar que los otros cambien, sino dar nosotros el primer paso. P. Ej.: los argentinos tenemos el grito de justicia a flor de labios, y estamos cansados de las injusticias de toda clase a las que asistimos en la Argentina y en el mundo… Pero después, tantas veces somos injustos en las pequeñas cosas de todos los días… O nos asustamos por la violencia de los tiempos que vivimos, y luego somos violentos, con una violencia a veces más sutil., pero no menos destructiva en nuestra familia, en el trabajo, en las relaciones sociales, en el modo de conducir nuestro auto…

Como vemos, salvación y conversión van de la mano. Y no son futuras, sino presentes: hoy, aquí, ahora. Se nos anuncia la salvación, y se nos invita a la conversión. Ambas cosas son expresión privilegiada del amor. Y para nosotros, cristianos, el amor no es en primer lugar un concepto, sino una Persona… ¡Que el Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, reine en nuestros corazones, y nos enseñe a reconocer al Señor en las Escrituras, y en la Fracción del Pan.

Amén







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