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Luz, alegría, don

Luz, alegría, don
Navidad. Lucas 2,1-20 Lectura de las Misas de Navidad de medianoche y de la Aurora


Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer



Venimos a esta Eucaristía para celebrar Navidad. Hemos venido para celebrar a un Dios que se hizo hombre, que se hizo niño pequeño envuelto en pañales. Venimos a participar y alegrarnos de este suceso tan increíble y único, como vinieron otra noche unos cuantos pastores, a asistir a su nacimiento y a rodear su cuna.

No sé si Uds. se han fijado en cuan pocas palabras el evangelista nos cuenta este acontecimiento tan extraordinario: “Mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en panales y lo acostó en un pesebre”.
Todo un Dios que viene a vivir entre nosotros. Y estas pocas palabras son más que suficientes para decirlo.
La sencillez y pobreza de estas palabras se contrapone a la Navidad solemne y ruidosa a la cual nosotros estamos acostumbrados. Nuestra “rica” Navidad se ha impuesto y ha empobrecido a la Navidad verdadera, Navidad que se hizo en el silencio de la noche y en la soledad de una cueva.

Ahora, ¿qué pasa realmente en Navidad? ¿Qué hace Cristo para con nosotros en Navidad?

Cristo viene a traernos la luz: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló” nos indica la primera lectura de hoy.
Pero nos dimos cuenta muy pronto de que la suya es una luz molesta, indiscreta, que descubre nuestras miserias, nuestras limitaciones, nuestras mezquindades. Es una luz que no se resigna a ser un puro adorno, sino que compromete, que exige cambios dolorosos en nuestra existencia. Pero muchos no están dispuestos a dar ese paso. ¿Y nosotros?

Cristo viene para llenarnos de alegría. El ángel lo anuncia a los pastores: “No temáis, os anuncio una gran alegría para todo el pueblo”.

Alegría, porque sabemos que hay un Dios que piensa en el hombre con amor, que se acerca hasta el hombre, que se hace hombre. Un Dios que recorre nuestro mismo camino, que comparte nuestras penas y miserias, nuestras angustias y esperanzas. Un Dios que viene a traemos a todos la salvación. Pensándolo bien, habría para volverse locos, locos de alegría.
Pero no es tan así: Cristo ha venido a traemos la felicidad, una felicidad que traspasa todos los horizontes terrenos. Y lo considera-mos casi como un intruso, como un enemigo de la alegría. E insistimos en nuestra propia alegría, nuestra pobre felicidad humana y terrena.

Es terrible llegar a Navidad creyéndose ya antes un hombre feliz, un hombre satisfecho por otros motivos. Tal vez somos demasiado ricos en bienes de la tierra y por eso nos alegramos tan poco de los bienes del cielo.

Cristo nos trae sus dones. Mejor dicho: no nos trae sus dones. Él mismo se hace don para nosotros, el don por excelencia.

Y nosotros queremos fingir que no nos damos cuenta de tal don. En realidad esperamos poco de Él. ¿Quién de nosotros le ha pedido a Cristo un regalo concreto para esta Navidad? ¿Un regalo espiritual, un anhelo del alma, un milagro de cambio, de transformación?
Pero es que, además, estamos demasiado ocupados con nuestros paquetes en que se ocultan nuestros dones, nuestros pobres regalos. Y así ahogamos el único don bajo una montaña de papeles de color, de chucherías y de cosas innecesarias.

Queridos hermanos, cueste lo que cueste, hemos de vivir la Navidad, la verdadera Navidad de Belén. Pobres de nosotros si no lo hacemos. Nos jugamos nuestro propio destino.

Nuestra misión es convertirnos en luz. Que la luz de Cristo nos penetre íntimamente, nos transforme, nos haga tan transparentes que los hombres - al miramos - queden deslumbrados, sintiendo todo el encanto y el atractivo de esa luz sobrenatural.

Debemos convertirnos en alegría. Nuestra misión es ser testigos de la alegría cristiana. Que todo el mundo entienda que el mensaje de Cristo es un mensaje de salvación, no de condenación; un mensaje de liberación, no de opresión; un mensaje de alegría, no de tristeza.

Hemos de convertirnos en don. Es costumbre hacer regalos en Navidad, muchos regalos. Queremos así saldar nuestras deudas de gratitud con aquellas personas a quienes debemos algún favor. Pero eso es demasiado cómodo.
A un cristiano se le exige mucho más. Tiene la obligación, no de hacer regalos, sino de convertirse el mismo en regalo, de convertirse en don. Hacer de su vida una entrega sin reservas - para todos. Porque todos los hombres son sus acreedores. Porque el cristiano ha de sentirse deudor para con todos sus semejantes y, sobre todo, deudor para con Dios.

Queridos hermanos, este nacimiento que hoy celebramos, no es en primer lugar el de Jesús, sino el nuestro. Esta noche tiene que nacer algo en cada uno de nosotros. Todos somos llamados, esta noche, a nacer de nuevo.
Solo una cosa importa, dice San Pablo, y es que nos convirtamos en una creatura nueva. De nada nos sirve que Cristo haya nacido hace más de 2000 años, si hoy nada va a nacer en nosotros. La maravilla de esta noche de Navidad, hermanos, es que el Niño Dios - en el corazón de cada uno de nosotros - pueda volver a nacer y volver a vivir.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt

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