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Luchar por la paz

Luchar por la paz
Año nuevo. Madre de Dios / LC 2, 16-21 - La Iglesia empieza el año celebrando la fiesta de Santa María, Madre de Dios. Comenzamos el año, bajo la protección de Aquella que es Madre, no sólo de Dios, sino también de todos nosotros.


Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer



Lucas 2, 16-21
Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.

Reflexión
1. Se inicia hoy el año nuevo. Por eso, les deseo a todos ustedes y a sus familiares un feliz año nuevo, un año lleno de gracia, de alegría y de bendición de Dios.
La Iglesia empieza el año celebrando la fiesta de Santa María, Madre de Dios. Así quiere ponernos, al comienzo de este año, bajo la protección de Aquella que es Madre, no sólo de Dios, sino también de todos nosotros.
Además, el mundo cristiano celebra hoy la Jornada de la Paz, instituida por el Papa Paulo sexto.

El Papa nos invita, hoy, a todos nosotros a rezar y a luchar por la paz. Y nosotros tenemos motivos suficientes para aceptar esta invitación. Todos anhelamos la paz, sobre todo al comienzo de este año.

2. Para construir la paz hay que luchar. Sólo en el cielo poseeremos la paz de Cristo para siempre. Aquí en la tierra es necesario construirla y conquistarla en cada instante. Y para ello hay que luchar.

Cristo es el “Príncipe de la paz”, como lo anunció el profeta Isaías, pero Él es también signo de contradicción. Porque la paz que Él trae, por basarse en el amor, contradice nuestro egoísmo. Por eso, sin lucha no hay victoria sobre el egoísmo, ni amor, ni paz de Cristo.

La paz de Dios no es la paz de los sepulcros, sino una paz viva, fruto de muchas búsquedas, de muchos esfuerzos, de muchas tensiones.

3. No debemos tener miedo a las tensiones entre hermanos. La paz debemos construirla entre todos, y esto supone necesariamente tensiones. Habrá tensiones, porque cada uno tiene que hacer un aporte distinto a la paz de nuestro país. Y porque cuesta reconocer los límites del aporte propio y la necesidad del aporte del otro.

4. Solo Cristo es el “Príncipe de la paz”. En el corazón de todos los demás - de cada hombre, de cada grupo, de cada clase o partido - hay egoísmo y falta de amor. No podemos dividir el mundo entre buenos y malos y, entre pacíficos y opresores: todos tenemos un poco de todo.

Tal vez a mí me oprimen en la fábrica o en la oficina, pero quizás yo oprimo también a mis familiares, o a la minoría de mi grupo. Y el que yo llamo opresor es oprimido, a su vez, por otros más fuertes. Todos tenemos que vencer el germen de opresión que cada uno lleva dentro.

Por eso no hay verdadera paz si no es conquistada entre todos. El orden puede imponerse, la paz no: debe surgir desde el fondo de los corazones, desde la voluntad de respeto mutuo y de colaboración con los demás.

5. La paz hay que construirla con las armas de la paz. Y Cristo nos prescribe una sola: el amor. Pero un amor como el de Él, que rechaza el odio bajo todas sus formas, también el odio al enemigo. Un amor como el de María, que perdonó a quienes mataron a su Hijo.
Ante la impaciencia por lograr rápidamente una sociedad en la que podamos vivir unidos por una verdadera paz de hermanos, hay quienes que pueden tentarse para acelerar esta paz y olvidarse del amor. Un cristiano nunca puede hacerlo. Un cristiano nunca puede predicar el odio. El odio lleva a la muerte del otro. Y lo que nosotros queremos no es la muerte sino la reconciliación, el perdón, la conversión del que se cierra al amor. Y a nadie se le convierte matándolo, aplastándolo, marginándolo.

Hoy, el primero de enero, es también la fiesta de la Maternidad de María. Ella, la Reina de la Paz, que nos instó en sus apariciones en Fátima, a rezar por la paz del mundo, se mostrará como Madre y Educadora de la nueva sociedad, cuando le pidamos. La Santísima Virgen formó en Nazaret la familia que es el modelo preclaro de todas las demás familias. Y el Señor, el Hombre Nuevo, que venía a construir un mundo nuevo, a inaugurar una Nueva Creación, pasó treinta años junto a María esforzándose por vivir el nuevo ideal cristiano de la familia, y apenas tres predicando en público. Y desde entonces nuestra Madre en el cielo no sabe hacer otra cosa: donde llega, crea familia de inmediato, convierte a los hombres en hijos y hermanos, que viven en la paz. Así fue en su vida en la tierra y ésta es la gracia propia que Ella reparte ahora desde el cielo. Ella nos recuerda que Cristo vino para reconciliar a todos los hombres, para hacer la paz, y convertirnos a todos en hijos de Dios.

6. Queridos hermanos, en esta fiesta suya queremos pedirle a la Sma Virgen que Ella se nos muestre a todos nosotros como Reina de Paz. Que Ella venza todos los odios, rencores, violencias y anhelos de venganza en los corazones.
Y que Ella, en este año nuevo, nos ayude a construir un país mejor y a luchar para convertirlo en una tierra de paz. Que Ella nos ayude a construir esa paz juntos, según el proyecto histórico que Dios tiene para cada uno de nosotros.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt

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