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Tarea de educar, según los padres de la Iglesia.

Tarea de educar, según los padres de la Iglesia.
Publicamos un precioso texto de este Padre de la Iglesia, nacido en Siria el año 344, y que fue Patriarca de Constantinopla.


Por: Jorge Peñacoba | Fuente: Son tus hijos





Muy famoso por su elocuencia (Su apodo, Crisóstomo, significa ‘boca de oro’), lo que no le evitó sufrir el destierro, donde falleció. Se ocupó a menudo de temas relacionados con la educación, como en este comentario a la Epístola de San Pablo a los Efesios

Frente al cuidado de los hijos -a su educación en la doctrina y enseñanzas del Señor-, todo lo demás sea para nosotros secundario. Si desde el principio enseñas al niño a ser sabio, adquirirá la mayor riqueza que existe y el más válido honor. Si le enseñas un arte, un oficio terreno para ganar dinero, haces menos por él que si le enseñas a no tener el dinero como único fin. Si quieres que sea rico, hazlo de este modo: no es rico el que dispone de mucho dinero y tiene de todo, sino el que no se crea necesidades. Enseña esto a tu hijo, edúcalo así: ésta es la mayor riqueza.

No busques por encima de todo que tenga prestigio, que llegue a ser ilustre en las ciencias terrenas. Preocúpate más bien de enseñarle a despreciar los honores de esta vida: de este modo llegará a ser más brillante, más venerado. Esto lo pueden hacer tanto el rico como el pobre; no se aprende de un maestro, al modo de un oficio, sino de las palabras divinas.

No te preocupes tanto de que tu hijo tenga una vida larga como de que alcance la vida inmortal en el Cielo, la vida sin fin. Dónale realidades grandes, no pequeñas. Escucha lo que dice Pablo: educadles en la doctrina y enseñanzas del Señor (Ef 6,4). No te centres en hacer de él una lumbrera, sino en enseñarle la sabiduría cristiana. Da lo mismo que no llegue a ser una lumbrera, pero si no posee la sabiduría cristiana toda la instrucción que haya recibido no le servirá para nada.

Hacen falta buenas costumbres, no discursos bonitos; modestia, no elocuencia; hechos, no palabras: son estas cosas las que nos obtienen el Reino y nos dan los verdaderas bienes. Por eso, antes de preocuparte de que tus hijos perfeccionen su lenguaje, ocúpate de que purifiquen su alma. Digo esto no para oponerme a que reciban una buena instrucción, sino para impedir que se tengan en cuenta solamente las realidades terrenas. No pienses que sólo los monjes tienen necesidad de educarse leyendo las Escrituras. Lo necesitan sobre todo los muchachos que van a entrar en la vida de este mundo. La nave que está siempre en el puerto no precisa de piloto y de remeros; éstos le hacen falta a la que está siempre en el mar. Así sucede con el laico y con el monje. Este último se encuentra como en un puerto de paz, conduce una vida tranquila, ajena a toda borrasca. El laico, en cambio, está continuamente en el mar y combate sin descanso contra el oleaje ( ... ).

Dime: ¿cuáles son las mejores plantas? ¿No son acaso las que tienen en sí su propia fuerza y no sufren daños ni por la lluvia, ni por el granizo, ni por el ímpetu de los vientos u otras circunstancias parecidas, sino que son fuertes aunque estén a la intemperie, sin necesidad de muros ni empalizadas? Así es el sabio cristiano, ésta es su riqueza: no tiene nada y lo posee todo; lo posee todo y no tiene nada.

El muro es siempre externo, no interior; la empalizada no es una cualidad natural, sino que está puesta alrededor. Por eso, San Pablo dice: educadles en la doctrina y enseñanzas del Señor. No os conforméis, pues, con ponerles alrededor una simple empalizada exterior: de bienestar material y de prestigio social. Pues cuando cae -y terminará cayendo- la planta queda desnuda y debilitada, y no sólo no le habrá traído ventajas haber pasado el tiempo en esa situación, sino que habrá quedado con daños. El recinto que le ha impedido reforzarse contra el ímpetu de los vientos, al caerse, arrastra a la planta consigo. Así, el bienestar material resulta nocivo, porque impide que el hombre se ejercite contra las dificultades de la vida.

Hagamos a nuestros hijos capaces de resistir contra todo, de manera que no se desorienten ante ningún suceso. Eduquémosles en la doctrina y enseñanzas del Señor, y recibiremos a cambio grandes dones. Si los hombres que esculpen las estatuas de los reyes, o pintan sus retratos, gozan de tanto honor, nosotros que embellecemos una imagen regia -pues el hombre es imagen de Dios-, ¿no gozaremos de bienes inmensos si nuestra imagen logra una verdadera semejanza?

Esta verdadera semejanza es la virtud del alma, que se obtiene si educamos a los niños para que sean buenos, dominen la ira y olviden las ofensas: todas éstas son cualidades propias de Dios; enseñémosles, pues, a ser generosos, amantes de los demás hombres y para que estimen en nada las realidades transitorias. Sea ésta nuestra tarea: plasmarlos a ellos -y a nosotros mismos- en la rectitud, como es nuestro deber.

Homilías sobre la Carta a los Efesios, 21, 1-4.


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