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Papel de las distintas sociedades en la educación

Papel de las distintas sociedades en la educación
En la Iglesia la humanidad tiene puestas sus esperanzas.


Por: Miguel Romeo, L.C. | Fuente: Catholic.net





La familia es seguramente la sociedad natural que tiene más posibilidades de influir y conformar la educación de los miembros de la sociedad humana. Nacemos en una familia y nuestra primera educación la mamamos con la leche, antes de cualquier posible reflexión. Resulta la mejor escuela de virtudes y valores, la institución más atenta a cada persona en su singularidad, el centro mejor acondicionado para el desarrollo del amor, con la posibilidad de estimular las enormes virtualidades y talentos de cada uno de sus miembros.

Sin embargo, de hecho la familia encuentra notables dificultades para realizar hoy esta labor. Quizá hay nuevos factores externos a la misma que ponen a prueba su misma capacidad. Probablemente la falta de conciencia de los signos de los tiempos y la carencia de preparación y de madurez para asumir su misma responsabilidad, pueden truncar una expectativa tan llena de ilusiones.

Las corrientes adversas de siempre, con acciones contrarias a los valores y la dignidad de la familia humana, han logrado un alcance mayor al haber sabido aprovechar la fuerza de los medios de comunicación. Su intervención se ha convertido en un verdadero bombardeo de ideas, modelos y valores culturales que son más propiamente antivalores y retroceso cultural. Esta realidad tiene un poder tal de influir sobre las personas no formadas y formar la opinición pública, que resulta un desafío desproporcionado a las posibilidades de la familia común.

Si queremos salvar a la humanidad de la degradación y el retroceso, es necesario subsidiar la labor y responsabilidad de la familia con el apoyo del Estado. Digo subsidiar, porque el Estado no debe suplantar ni eliminar la necesaria labor de las sociedades menores que lo integran.

Su cometido no puede solamente limitarse al desarrollo económico de la nación. Es triste constatar que la prosperidad económica de las naciones vaya ligada al subdesarrollo cultural y moral. No es algo que se tenga que dar necesariamente. Si se ha dado, es porque así lo han marcado voluntades humanas que han trabajado y trabajan para lograr sus fines. Sin embargo, hay pequeños brotes de esperanza en el mundo. Algunas naciones han logrado librarse de las ideologías imperantes, y el desarrollo ha sido integral, y en eso ha influido mucho la integridad de los gobernantes. No obstante, no ha sido fácil, y a veces han tenido que pagar el alto tributo de bloqueos internacionales.

El Estado no sólo influye en la educación a través de los programas de la Secretaría de educación pública. Desde luego que de ahí depende una buena parte del desarrollo futuro de una nación, pues sus niños y jóvenes representan la esperanza de toda sociedad. Sin embargo su labor no se limita a los programas formales de educación. El Estado forma la conciencia pública y suscita actitudes y mentalidades a través de las políticas familiares y de la legislación, por la regulación que hace de toda la vida social, para bien o para mal.

La responsabilidad de los gobernantes es enorme. Se les ha asignado una autoridad para el bien común, y una gran parte de su tarea consiste en colaborar a la educación de los ciudadanos por medio de los medios legítimos de que dispone. Debe incentivar y auxiliar a las sociedades menores dedicadas a la educación por vocación, por medio de políticas subsidiarias, conformes a la dignidad humana.

En nuestros días la comunidad internacional ha cobrado una relevancia cada vez mayor, por la globalización de las comunicaciones, de la economía y de las políticas de desarrollo y familiares. Desgraciadamente en muchos casos las organizaciones internacionales no se dedican al desarrollo verdadero de las naciones, sino a la implantación de políticas sesgadas ideológicamente, con intereses torcidos. Se pretende una injerencia ilegítima en las políticas familiares. Al venir implementadas hábilmente con la fuerza del poder y el bloqueo económico se ha llegado a limitar y coartar la soberanía de las naciones.

Todo esto influye hoy de manera negativa en la educación de la persona. El Estado ya no tiene la suficiente libertad para impulsar políticas que promuevan el desarrollo íntegro de la persona, conforme a su dignidad. Desde la comunidad internacional le vienen marcadas las pautas, de acuerdo a una ética global, nacida del consenso de unos pocos y no de acuerdo a las exigencias de la naturaleza humana.

Ante esto se hace necesario el compromiso y la acción conjunta de los hombres de buena voluntad, que pongan un dique a la intervención injusta de las sociedades mayores. No por eso las comunidades internacionales salen sobrando. Más todavía, se hace necesario una educación en la rectitud y nobleza de los dirigentes de estos organismos, para que sus políticas generen un verdadero desarrollo de la humanidad.

Hay otros factores de manor relevancia, pero que pueden influir poderosamente en la educación de los niños y adolescentes, como la clase social, el grupo de camaradas o el ambiente juvenil. Pensemos, por ejemplo, en la difusión de actitudes de desinhibición moral en los así llamados «antros». Ya el mismo nombre delata su influjo negativo. Definitivamente el desafío para la familia resulta enorme, porque tiene que hacer frente a tantos factores en contra, y hoy día no cuenta con el apoyo ni del Estado ni de la comunidad internacional.

La Iglesia, finalmente, se presenta como tabla de salvación, para sostener a la familia y defender la dignidad humana. Seguramente es la única sociedad capaz de enfrentarse con esas fuerzas ingentes. Ella, experta en humanidad, tiene como cometido la renovación interior del corazón de cada persona. La familia, el Estado y la comunidad internacional tiene estructuras aptas para la educación de la persona y promover el bien común. Sólo hace falta educar a sus dirigentes, sean padres de familia o gobernantes. En la Iglesia la humanidad tiene puesta su esperanza, lo sepa o no, lo quiera o no. Sin la labor humanizadora de la Iglesia suceden tales desventuras a la humanidad, que el género humano se perdería.


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