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Dimensión Religiosa de la Educación

Dimensión Religiosa de la Educación
Los educadores unidos entre sí en comunión generosa y humilde con el Papa, encuentran luz y fuerza para una auténtica educación cristiana.


Por: Pío Card. Lughi | Fuente: Congregación para la educación Católica.




Concepto de ambiente educativo cristiano

24. Tanto la pedagogía actual como la del pasado, da mucha importancia al ambiente educativo. Este es el conjunto de elementos coexistentes y cooperantes capaces de ofrecer condiciones favorables al proceso formativo. Todo proceso educativo se desarrolla en ciertas condiciones de espacio y tiempo, en presencia de personas que actúan y se influyen recíprocamente, siguiendo un programa racionalmente ordenado y aceptado libremente. Por tanto, personas, espacios, tiempo, relaciones, enseñanza, estudio y actividades diversas son elementos que hay que considerar en una visión orgánica del ambiente educativo.

25. Desde el primer día de su ingreso en la escuela católica, el alumno debe recibir la impresión de encontrarse en un ambiente nuevo, iluminado por la fe y con características peculiares. El Concilio las resumió en un ambiente animado del espíritu evangélico de caridad y libertad. (15) Todos deben poder percibir en la escuela católica la presencia viva de Jesús «Maestro» que, hoy como siempre, camina por la vía de la historia y es el único «Maestro» y Hombre perfecto en quien todos los valores encuentran su plena valoración.
Pero es preciso pasar de la inspiración ideal a la realidad. El espíritu evangélico debe manifestarse en un estilo cristiano de pensamiento y de vida que impregne a todos los elementos del ambiente educativo.
La imagen del Crucificado en el ambiente recordará a todos, educadores y alumnos, esta sugestiva y familiar presencia de Jesús «Maestro», que en la cruz nos dio la lección más sublime y completa.

26. Los educadores cristianos, como personas y como comunidad, son los primeros responsables en crear el peculiar estilo cristiano. La dimensión religiosa del ambiente se manifiesta a través de la expresión cristiana de valores como la palabra, los signos sacramentales, los comportamientos, la misma presencia serena y acogedora acompañada de amistosa disponibilidad. Por este testimonio diario los alumnos comprenderán «qué» tiene de específico el ambiente al que está confiada su juventud. Si así no fuera, poco o nada quedaría de una escuela católica.

La escuela católica como ambiente físico

27. Muchos alumnos frecuentan la escuela católica desde la infancia hasta la madurez. Es justo que sientan la escuela como una prolongación de su casa. Es obligado, también, que la escuela-casa posea alguna de aquellas características que hacen agradable la vida en un ambiente familiar feliz. Y, donde éste no existe, la escuela puede hacer mucho para que sea menos dolorosa la falta del mismo.

28. A crear ese ambiente agradable contribuye la adecuada distribución del edificio, con zonas reservadas a las activldades didácticas, recreativas y deportivas y a otras, tales como reuniones de padres, profesores, trabajos de grupo etc. Las posibilidades, sin embargo, varían de un lugar a otro. Con realismo debe admitirse que existen edificios desprovistos de funcionalidad y comodidad. Sin embargo, los alumnos en un ambiente materialmente modesto se encontrarán igualmente a gusto, si humana y espiritualmente es rico.

29. El testimonio de sencillez y pobreza evangélicas caracteristico de la escuela catolíca no es contrario a la adecuada dotación de material didáctico. El dinamismo del progreso tecnológico exige que las escuelas estén provistas de equipos a veces complejos y costosos. No es un lujo, sino un deber basado en la finalidad didáctica de la escuela. Por ello las escuelas de la Iglesia tienen derecho a recibir ayuda para su actualización didáctica. (16) Personas y entidades deberían cumplir con esta necesaria obra de ayuda.

Los alumnos, por su parte, se responsabilizarán del cuidado de su escuela-casa para conservarla en las mejores condiciones de orden y limpieza. El cuidado del ambiente es un capítulo de la educación ecológica cada día más sentida y necesaria.

En la organización y en el desarrollo de la escuela católica como «casa», será de gran ayuda el conocimiento de la presencia en ella de María Santísima, Madre y Maestra de la Iglesia, que siguió el crecimiento en sabiduría y en gracia de su Hijo y, desde el comienzo, acompaña a la Iglesia en su misión salvadora.

30. Contribuye grandemente a los fines de la educación el emplazamiento de la capilla en el conjunto de la construcción, no como cuerpo extraño, sino como lugar familiar e íntimo donde los jóvenes creyentes encuentran la presencia del Señor: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días». (17) Y donde, además, se tienen, con cuidado especial, las celebraciones litúrgicas previstas en el calendario del curso escolar en armonía con la comunidad eclesial.

La escuela católica como ambiente eclesial educador

31. La declaración Gravissimum educationis (18) marca un cambio decisivo en la historia de la escuela católica: el paso de la escuela-institución al de escuela-comunidad. La dimensión comunitaria es especialmente fruto de la diversa conciencia que de Iglesia alcanzó el Concilio. Dicha dimensión comunitaria en cuanto tal no es en el texto conciliar una simple categoría sociológica, sino que es, sobre todo, teológica. De este modo se recobra la visión de Iglesia como Pueblo de Dios, tratada en el capítulo segundo de la Lumen gentium.
La Iglesia, reflexionando sobre la misión que el Señor le confió, escoge en cada momento los medios pastorales que cree más eficaces para el anuncio evangélico y la promoción completa del hombre. Considerada en este marco, también la escuela católica desempeña un verdadero y específico servicio pastoral, pues efectúa una mediación cultural, fiel a la nueva evangélica y, al mismo tiempo, respetuosa de la autonomía y competencia propias de la investigación científica.

32. De la escuela-comunidad forman parte todos los que están comprometidos directamente en ella: profesores, personal directivo, administrativo y auxiliar; los padres, figura central en cuanto naturales e insustituibles educadores de sus hijos y, los alumnos, copartícipes y responsables como verdaderos protagonistas y sujetos activos del proceso educativo. (19)
La comunidad escolar en su conjunto -con diversidad de funciones, pero con idénticos fines- posee las características de la comunidad cristiana, si es un lugar impregnado de caridad.

33. La escuela católica tiene desde el Concilio una identidad bien definida: posee todos los elementos que le permiten ser reconocida no sólo como medio privilegiado para hacer presente a la Iglesia en la sociedad, sino también como verdadero y particular sujeto eclesial. Ella misma es, pues, lugar de evangelización, de auténtico apostolado y de acción pastoral, no en virtud de actividades complementarias o paralelas o paraescolares, sino por la naturaleza misma de su misión, directamente dirigida a formar la personalidad cristiana. En este aspecto es esclarecedor el pensamiento del Santo Padre, Juan Pablo II, para quien «la escuela católica no es un hecho marginal o secundario en la misión pastoral del obispo. Tampoco se le puede atribuir únicamente una función de mera suplencia de la escuela estatal». (20)

34. La escuela católica encuentra su verdadera justificación en la misión misma de la Iglesia; se basa en un proyecto educativo en el que se funden armónicamente fe, cultura y vida. Por su medio la Iglesia local evangeliza, educa y colabora en la formación de un ambiente moralmente sano y firme en el pueblo.
El mismo Pontífice afirmó también que, «la necesidad de la escuela católica se manifiesta, con toda su clara evidencia, en su contribución al cumplimiento de la misión del pueblo de Dios, al diálogo entre Iglesia y comunidad humana, a la tutela de la libertad de conciencia ...». Para el Pontífice, la escuela católica busca, sobre todo, el logro de dos objetivos: ella, «en efecto, por sí misma tiene por fin conducir al hombre a su perfección humana y cristiana y a su maduración en la fe. Para los creyentes en el mensaje de Cristo, son dos facetas de una única realidad». (21)

35. La mayor parte de las escuelas católicas dependen de Institutos de vida consagrada, los cuales enriquecen el ambiente escolar con los valores de su comunidad de consagrados. Con su misma vida comunitaria manifiestan visiblemente la vida de la Iglesia que ora, trabaja y ama.
Sus miembros ofrecen su vida al servicio de los alumnos, sin intereses personales, convencidos de que en ellos sirven al Señor. (22) Aportan a la escuela la riqueza de su tradición educativa, moldeada en el carisma fundacional. Ofrecen una preparación profesional esmerada, exigida por su vocación docente, e iluminan su trabajo con la fuerza y el amor de su propia consagración.
Los alumnos comprenderán el valor de su testimonio. Más aún, cobrarán especial afecto a estos educadores, que saben conservar el don de una perenne juventud espiritual. Tal afecto perdurará por mucho tiempo una vez finalizados los años de escuela.

36. La Iglesia alienta la consagración de cuantos quieren vivir su propio carisma educativo. (23) Anima a los educadores a no desistir de su labor, aun cuando vaya acompañada de sufrimientos y dificultades. Antes bien, desea y reza para que otros muchos sigan su especial vocación. Pero si aparecieran dudas e incertidumbres, si se multiplicaran las dificultades deben retornar a los primeros días de su consagración, la que es una forma de holocausto. (24) Holocausto aceptado «en la perfección del amor, que es el fin de la vida consagrada». (25) Y tanto más meritorio cuanto se consume en servicio de la juventud, esperanza de la Iglesia.

37. También los educadores laicos, no menos que los sacerdotes y religiosos, aportan a la escuela católica su competencia y el testimonio de su fe. Este testimonio laical, vivido como ideal, es ejemplo concreto para la vocación de la mayoría de los alumnos. A los educadores laicos católicos la Congregación dedicó un documento especial, (26) concebido como un llamamiento a la responsabilidad apostólica de los laicos en el campo educativo, y por tanto, como participación fraterna en una misión común, que encuentra su punto de unión en la unidad de la Iglesia. En ella todos son miembros activos y cooperadores, en uno u otro campo de acción, aunque viviendo en estados diversos de vida, según la vocación de cada uno.

38. De esto se sigue que la Iglesia funda sus escuelas y las confía a los laicos; o también, que sean éstos los que las establezcan. En todo caso el reconocimiento de escuela católica está reservado a la autoridad competente. (27) En tales circunstancias, los laicos tendrán como primera preocupación la de crear un ambiente comunitario penetrado por el espíritu de caridad y libertad, atestiguado por su misma vida.

39. La comunidad educativa trabaja tanto más eficazmente cuanto más se refuerza en el ambiente la voluntad de participación. El proyecto educativo debe interesar igualmente a educadores, jóvenes y familias, de modo que cada uno pueda cumplir su parte, siempre con espíritu evangélico de caridad y libertad. Las vías de comunicación deben estar, por lo tanto, abiertas en todas las direcciones entre quienes están interesados en la vida de la escuela. Un ambiente positivo favorece los encuentros. Y a su vez, un análisis fraterno de los problemas comunes lo enriquece.

Frente a los problemas diarios de la vida, agravados quizás por incomprensiones y tensiones, la voluntad de participar en el programa educativo puede allanar dificultades, conciliar puntos de vista diferentes, facilitar la toma de decisiones en armonía con el proyecto educativo y, respetando la autoridad, hacer también posible la evaluación crítica de la marcha de la escuela con la participación de educadores, alumnos y familias en el común intento de procurar el bien común.

40. El clima comunitario de las escuelas primarias, en consideración a las peculiares condiciones de los alumnos, reproducirá en lo posible el ambiente íntimo y acogedor de la familia. Los responsables se empeñarán en fomentar recíprocas relaciones llenas de gran confianza y espontaneidad. Serán, también, solícitos en establecer estrecha y constante colaboración con los padres de los alumnos. La integración funcional entre escuela y familia representa, en efecto, la condición esencial en la que se hacen evidentes y desarrollan todas las facultades que los alumnos revelan en relación con uno u otro ambiente, incluida su apertura al sentimiento religioso y lo que tal apertura supone.

41. La Congregación quiere expresar su reconocimiento y satisfacción a aquellas diócesis que trabajan, sobre todo, por medio de las escuelas parroquiales primarias, muy merecedoras de la ayuda de toda la comunidad eclesial, y a aquellos Institutos religiosos que sostienen con evidentes sacrificios las escuelas primarias. Anima ardientemente a cuantas diócesis e Institutos religiosos tienen el deseo y la voluntad de crearlos.
No basta el cine, los entretenimientos, el campo de deportes, y la misma aula de religión, a menudo, no es suficiente. Se necesita la escuela. Con lo que se llega a una meta que en algunos países ha sido el punto de partida. Allí, en efecto, se comenzó con la escuela, para construir después el edificio sagrado y promover una nueva comunidad cristiana. (28)

La escuela católica como comunidad abierta

42. La escuela católica tiene interés en proseguir e intensificar la colaboración con las familias. Esta colaboración tiene por objeto no sólo las cuestiones escolares, sino que tiende, sobre todo, a la realización del proyecto educativo, y se acrecienta cuando se trata de cuestiones delicadas, como: la formación religiosa, moral y sexual, la orientación profesional y la opción por vocaciones especiales. Colaboración que no se debe a motivos de oportunidad, sino que se basa en motivos de fe. La tradición católica enseña que la familia tiene una misión educativa propia y original, que viene de Dios.

43. Los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos. (29) La escuela es consciente de ello. Mas no siempre lo son las familias. La escuela, en este caso, asume también el deber de instruirlos. Todo lo que se haga a este respecto será poco. El camino que hay que seguir es el de la apertura, del encuentro y de la colaboración. No pocas veces sucede que cuando se habla de los hijos, se despierta la conciencia educativa de los padres. Al mismo tiempo, la escuela trata de involucrar sobre todo a las familias en el proyecto educativo, sea en la etapa de programación, sea en la de evaluación. La experiencia enseña que padres poco sensibles en un principio han llegado a ser óptimos colaboradores después.

44. «La presencia de la Iglesia en el campo escolar se manifiesta especialmente por la escuela católica». (30) Esta afirmación del Concilio tiene valor histórico y programático. En muchos lugares, y desde tiempos lejanos, las escuelas de la Iglesia han surgido en torno a los monasterios, a las iglesias catedrales y parroquiales. Signo visible de presencia y de unidad.
La Iglesia ha amado sus escuelas, donde cumple el deber de formar a sus hijos. Después de haberlas establecido por obra de obispos, de innumerables familias de vida consagrada y de laicos, no ha cesado de sostenerlas en las dificultades de todo género y de defenderlas frente a gobiernos inclinados a abolirlas o a apropiarse de ellas.

A la presencia de la Iglesia en la escuela corresponde la de la escuela en la Iglesia. Es la consecuencia lógica de una recíproca vinculación. La Iglesia que es horizonte preciso e insuperable de la Redención de Cristo y, también, el lugar donde la escuela católica se sitúa como en su manantial, reconociendo en el Papa el centro y la medida de la unidad de toda la comunidad cristiana. El amor y la fidelidad a la Iglesia animan la escuela católica.

Los educadores unidos entre sí en comunión generosa y humilde con el Papa, encuentran luz y fuerza para una auténtica educación cristiana. En términos prácticos, el proyecto educativo de la escuela está abierto a la vida y a los problemas de la Iglesia local y universal, atento al magisterio eclesiástico y dispuesto a la colaboración. A los alumnos católicos se les ayuda a insertarse en la comunidad parroquial y diocesana. Encontrarán la forma de adherirse a las asociaciones y movimientos juveniles y de colaborar en iniciativas locales.

Con el trato directo entre las escuelas católicas, el obispo y demás ministros de la comunidad eclesial, se reforzarán la estima y cooperación mutuas. De hecho, hoy día, el interés de las Iglesias locales por las escuelas católicas va haciéndose más vivo en las diversas partes del mundo. (31)

45. La educación cristiana exige respeto hacia el Estado y sus representantes, observancia de las leyes justas y búsqueda del bien común. Por tanto, todas las causas nobles, como: libertad, justicia, trabajo, progreso ... están presentes en el proyecto educativo y son sinceramente sentidas en el ambiente de la escuela. Acontecimientos y celebraciones nacionales de los respectivos Países tienen en él la debida resonancia.

Del mismo modo están presentes y se viven los problemas de la sociedad internacional. Para la educación cristiana, la humanidad es una gran familia dividida, sin duda, por razones históricas y políticas, pero siempre unida en Dios, Padre de todos. De ahí que los llamamientos de la Iglesia en favor de la paz, justicia, libertad, progreso de todos los pueblos y ayuda fraterna a los menos afortunados, tienen en la escuela convencida acogida. Análoga atención presta a los llamamientos provenientes de autorizados organismos internacionales, tales como la ONU y la UNESCO.

46. La apertura de las escuelas católicas a la sociedad civil es una realidad que cualquiera puede constatar. Por lo que, gobiernos y opinión pública deberían reconocer la labor de estas escuelas como servicio real a la sociedad. No es noble aceptar el servicio e ignorar o combatir al servidor. Afortunadamente parece que la comprensión hacia las escuelas católicas va mejorando, al menos en un buen número de Países. (32) Hay indicios de que los tiempos cambian, como lo demuestra una reciente encuesta hecha por la Congregación.







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