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Trabajo y vida familiar

Trabajo y vida familiar
Han buscado que la mujer abandone su papel de madre y esposa para que se dedique totalmente a su profesión, prometiendo que, de esa manera, ella encontraría su libertad y saldría de su «alienación».


Por: Gloria Conde, del libro Mujer Nueva, editorial Trillas |




Queremos ofrecer ahora algunas pistas para iluminar el tema del equilibrio entre trabajo y vida familiar.

El ambiente burgués del s. XIX produjo una situación para la mujer que la constreñía a sacar esta conclusión: maternidad sí, trabajo no. Si recordamos la historia, el mundo de la sociedad de reciente industrialización exigió que los varones se prepararan bien para hacer frente a la modernidad. La mentalidad masculina de este tiempo descartó que las mujeres pudieran tener acceso a las tres actividades más importantes para el desarrollo social: ciencia, estado y economía. Así se dividieron entonces las esferas de desarrollo: la mujer en el hogar. El marido en el mundo profesional.

Las sucesivas reivindicaciones del feminismo para cambiar esta situación, han traído consigo una inversión de las cosas. Ahora una buena parte del sistema laboral plantea para la mujer: trabajo sí, entonces maternidad no. Por lo tanto, la vida familiar y el trabajo han pasado a ser esferas casi excluyentes una de la otra. Para que esta mentalidad se difundiera y pasara a ser una realidad, ya hemos visto cómo influyeron los movimientos feministas radicales y las políticas socialistas. Han buscado que la mujer abandone su papel de madre y esposa para que se dedique totalmente a su profesión, prometiendo que, de esa manera, ella encontraría su libertad y saldría de su «alienación».

Haciendo una síntesis un tanto simplificadora de lo ocurrido:

- La mujer en siglos anteriores había trabajado siempre. Y no por ello había dejado de ser madre. Los trabajos que desempeñaba contaban con las «condiciones femeninas» para realizarlos. Pensemos en el trabajo de la mujer en el campo, en la artesanía, en el comercio, antes de la revolución industrial.

- Llegó un momento, en el s. XIX en que se excluyó de forma particular a la mujer del mundo burgués, del mundo laboral, destinándola únicamente a sus tareas del hogar y al cuidado de los hijos.

- La mujer pidió entonces, poder trabajar, como antes, como siempre lo había hecho, pero preparándose profesionalmente a la altura de los tiempos y desarrollando las tareas que el mundo moderno le ofrecía.

- Entonces, su error ahí fue plantear las cosas en términos de igualar al varón. Hacer las cosas como el varón. Hacer lo mismo que el varón.

- La sociedad asintió, en cierta medida. Y la mujer fue «admitida» al mundo del varón.

- Por lo tanto, el mundo laboral en el que ingresó la mujer era el mundo laboral de los varones, con las condiciones de trabajo de los varones.

- Ahora la mujer se da cuenta de que no quería exactamente eso. En realidad ella quería trabajar pero no ser como el varón. Ella desea trabajar con unas condiciones de trabajo «femeninas», en las que se respete su papel de mujer, sobre todo, su maternidad, su ser de esposa y de educadora.

Para que la mujer sea mujer, son dos los papeles que ella debe vivir de forma compatible.
Los gobiernos y la sociedad en general, que dicen buscar apoyar a la mujer, deben promover esta posibilidad. Sin esto, cualquier feminismo volvería a ser alienación y explotación.

La vida familiar compatible con el trabajo.

Hemos visto cuán importante es la vida familiar para la mujer. Su ser esposa y madre la caracteriza plenamente como persona humana femenina y la realiza en «el don de sí». La mayoría de las mujeres del mundo tienen hijos y desean tenerlos. Se realizan a partir de su naturaleza materna y dar la vida las hace mujeres plenas. Pero la maternidad, de ninguna manera es incompatible con el desempeño de un trabajo fuera del hogar. El trabajo, para la mujer, es una forma de desarrollar y prolongar su «don de sí» poniendo al servicio de la sociedad sus talentos, y contribuyendo al bien de la propia familia con lo cual adquiere satisfacción y seguridad personal.

Si analizamos la condición de la mujer trabajadora en el pasado, descubrimos, incluso considerando la dureza de la vida, un cierto equilibrio entre la maternidad y las tareas profesionales. La misma sociedad ayudaba a la armonía. Vemos a las madres con niños pequeños que siguen desempeñando sus tareas en el campo, en el comercio, en los talleres artesanales. Cuando la mujer está encinta o acaba de dar a luz, el mismo entorno social salía al paso de la mujer de una forma natural. Los familiares, los vecinos, la ayudaban. En otra ocasión, le tocaría a ella atender y ayudar a otra mujer en su situación. Al estar en condiciones de volver a trabajar, la mujer reemprendía su tarea. Nunca, por ser madre y dejar su trabajo por unos meses, se le cerraban las puertas del mundo «laboral». La mujer dedicaba el tiempo necesario para los hijos y el hogar. Es cierto que, en situaciones de pobreza y con la dureza de la vida de antaño, la mujer se veía obligada a rendir mucho.

Esas situaciones eran muy distintas a algunas que se ven en nuestros días donde la mujer llega a descuidar a sus hijos por «afición» a su trabajo. Quizás en las clases altas y en la nobleza podía haber cierto descuido, a veces hasta «institucionalizado», de las mujeres con respecto a los hijos. Las mujeres se dedicaban a la vida placentera de corte y los niños eran confiados al cuidado de servidores y maestros. Actualmente sólo una clase muy privilegiada puede sufrir esta posibilidad. En cambio, en muchos núcleos familiares se descuidan los hijos porque el trabajo impone un ritmo que no deja tiempo para más.

Una cuestión de opciones

Hoy en día, por tanto el reto consiste en que la mujer encuentre la armonía entre su maternidad y su trabajo sin perder de vista su fin, su destino, la realización de su propia identidad.

Ella tiene la libertad para trabajar o no. También tiene la libertad para tener hijos o no, y para determinar el número de hijos a tener. Sin embargo, como expresa la profesora Mary Ann Glendon en el libro El desafío de ser mujer: la mujer debe acudir a los criterios de su razón y de su fe para descubrir qué opciones la llevarán a su completa realización como mujer. Así ira optando en el transcurso de los años por aquello que conviene conforme a un proyecto de vida encauzado al don de sí. Si es sincera y coherente, las opciones que tome deberán aportarle seguridad personal y la satisfacción de ser ella misma, plenamente, según su feminidad, una persona que crece y se desarrolla por la entrega de sí misma a los demás. De esta manera, ella podrá discernir si es bueno o malo retrasar demasiado el matrimonio por motivos profesionales cuando no es del todo necesario.

También, ya casada, debe decidir si retrasa la venida de los hijos para adquirir una «buena posición». Sabrá cuándo conviene desempeñar un trabajo a tiempo completo, o cuándo será mejor trabajar a medio tiempo para dedicarse a los hijos. Sabrá sentirse realizada si deja de trabajar fuera del hogar por un tiempo si el cuidado de los hijos lo requiere, sin sentirse por eso inferior.Será una mujer madura, dueña de sí misma, abierta a los demás, que realiza opciones personales, que es feliz siendo madre y feliz también trabajando, pero, sobre todo, feliz siendo mujer.







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