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Manifestaciones patológicas del caracter de fin de

Manifestaciones patológicas del caracter de fin de
Dada la suma dificultad, además, de saber verdaderamente lo que la voluntad quiere, se le puede atribuir al avaro una cierta ventaja psicológica: la posesión de dinero, entendido como potencia en cuanto tal, no corre nunca peligro de desilusión por una ac


Por: Andreas Boehmler | Fuente: www.arbil.org




Avaricia y codicia
Ambas actitudes convierten el dinero en fin o valor absoluto, por tanto, confieren deleite subjetivo. No obstante, éste es meramente abstracto porque se goza del objeto "dinero" negando su carácter medial, con la diferencia de que en el caso de la avaricia el deleite se deriva de la posesión objetiva mientras que en el caso de la "auri sacra fames" (codicia) el gozo se deriva de la adquisición.

Dada la suma dificultad, además, de saber verdaderamente lo que la voluntad quiere, se le puede atribuir al avaro una cierta ventaja psicológica: la posesión de dinero, entendido como potencia en cuanto tal, no corre nunca peligro de desilusión por una actualización deficiente. Su poder está ´ex hipótesi´ en consonancia con su desear. De este modo, la felicidad del avaro no es nunca algo real sino que depende de la fuerza de la pura imaginación, mientras que el codicioso sí que puede sufrir desilusiones cuando cae en la cuenta de "que lo que se consigió parezca distinto de lo que se anhelaba". La estrecha relación entre dinero y poder pone una luz nueva en la investigación sobre la relación entre estoicismo, republicanismo y capitalismo. El avaro ejemplifica el estatuto del hombre moderno: su "poder" es en realidad sumisión, es esclavitud, no libertad.




Parsimonia
Estamos acostumbrados a confundir el "ahorrativo" con el avaricioso, "porque estamos acostumbrados a ver el precio de las cosas como si fuera su valor. ... (L)a fuerza de sus sentimientos (caso del ahorrativo) se dirigen... hacia su valor objetivo... (mientras que) para el avaricioso, las cosas son indiferentes". El ahorrativo olvida "el medio a favor del fin, sin recordar que aquél es el que hace posible a éste; el avaricioso olvida el fin a favor del medio y no recuerda que el primero es el que da sentido al segundo". Existe, sin embargo, también un tipo bien diverso de parsimonia, que es característico de nuestra sociedad, que ha asumido plenamente el carácter teleológico-utilitarista del dinero, dicho de otra manera, la identidad entre valor y precio. Una vez que se considere el gozo como consecuencia mecánica de una cantidad de dinero pagada, esta cantidad exige la consumición del objeto aun cuando tal actuación sea contraria a todo deleite real: se da el caso del usofructo sin gozo.



El despilfaro
Se impone una distinción entre un tipo de despilfaro que se refiere a las cosas y otro que se refiere al dinero; este último es la función pura del desperdicio, porque no se goza ni en el usufructo sujetivo de la cosa adquirida (el hedonista) ni en el poder (el avaro) sino sencillamente en el momento del desgaste; dicho de otra manera, la ansiedad de infinito del hombre despilfaro es menos abstracta que la del avaro y más abstracta que la del hedonista: "La alegría en el despilfaro... ha de vincularse al momento del desembolso deldinero en función de cualesquiera objetos". La estimación de valor no reside ni en la cosa (caso del ahorrativo) ni en el dinero (caso del avaricioso): "Si el eslabón último es el goce en la propiedad del objeto, el primer eslabón intermedio... es poseer el dinero y el segundo, darlo a cambio del objeto en cuestión". La ulterior es "fin exitante en sí mismo" del hombre despilfaro, la anterior lo es del avaricioso: "Aquí reside el fundamento de la avaricia y de la prodigalidad, pues que ambas rechazan en principio la mediación del valor que es la única que puede garantizar una inerrupción y una frontera al orden de fines, esto es, aquella frontera que se vincula al disfrute terminante de los objetos ... Para ellos el dinero reside en el hecho puro de ser deseado"; una vez de modo estático, otra vez de modo dinámico.

Aquí, parece que vale la pena volver, -con unas pocas palabras-, a una evaluación más general del pensamiento simmeliano. Simmel considera el desear humano formal o funcionalmente como infinito, pero materialmente como finito. Niega terminantemente la posibilidad de encontrar una concretización, un objeto adecuado de esa estructura infinita del querer. Cuando desenmascara las formas patológicas de los tiempos monetarios, es decir: su confusión teleológica, hace bien, pero sin caer en la cuenta de que aquellas no son sino la forma desordenada y equivocada de una ansiedad natural o propia del hombre: su deseo del infinito. El avaro, el codicioso, el ahorrativo y el despilfaro: todos ellos se equivocan en el objeto del querer infinito. Simmel, sin embargo, -como abogado del escepticismo en su articulación utilitarista-hedonista (la búsqueda formalmente ilimitada de satisfacciones esencialmente finitas)está más equivocado: está más desilusionado y desesperado. No cree que haya algún "otro" concreto adecuado en el cual pueda descansar esta innata ansiedad humana del infinito. Esta ansiedad ha sido formalmente relegada a un infinito inmanente. En resumidas cuentas: el hombre pide un "universalconcreto", y Simmel no le ofrece sino un "universalformal", de modo que el problema queda aplazado "ad infinitum".


Pobreza
Nos adelantamos al análisis simmeliano afirmando que, evidentemente, la pobreza puede llegar a ser una actitud patológica: siempre que el tener se concibe como opuesto al ser. Esta fue la actitud del primer posmoderno: el cínico Diógenes. La busqueda de la virtud entendida como fuerza o autodominio en su forma negativa es consecuencia radicalizada de la visión dualista del hombre. Más allá de posturas filosóficas (cinismo clásico) es un problema de orden religioso y casi siempre termina en la negación del cuerpo, del deseo, de la pluralidad (buddhismo, neoplatonismo etc). La pobreza entendida así, como no-tener materialmente, niega a lo que define la vida: la vida es praxis o mediación. En la vida presente no alcanzamos inmediatamente nuestros fines. El ascetismo así entendido es tanto un modo de negar la negación (el pecado original) como un medio para encaminarse hacia la salvación; depende si se considera como un volver (pasado) o un llegar a ser (futuro).

Ahora bien, para Simmel, el abstenerse de los medios, la abstinencia frente al mundo vital, resulta aborrecible, porque la vida es mediación. Evidentemente, la mediación es irrenunciable, sólo que Simmel no sabe que también la mediación se dice de muchas maneras. El catolicismo frente al protestantismo p.ej. es una doctrina ejemplar de mediación. Así que también en el cristianismo aquella problemática encuentra sus reflejos en diversísimas corrientes asceticas. La pobreza y la ascetica cristiana, sin embargo, tienen un fundamento: el amor de Dios. Tienen por tanto un carácter medial respecto al fin último. No obstante, de modo similar a lo que sucedió al dinero, la pobreza puede convertirse en fin en sí mismo95.

Sólo en este caso, por tanto, Simmel tendría razón al incluir la pobreza en el catálogo de las teleologías patológicas. Este es su proceder cuando establece la siguiente distinción: mientras que avaricia y prodigalidad, "a cuenta de los fines, se quedan en los medios, la pobreza se mantiene en la ausencia de los bienes... (E)l desposeído, en realidad, no era tal, sino que, en la pobreza, poseía la esencia más pura y más fina de las cosas, del mismo modo que avaro la posee con el dinero... (N)ihil habentes omnia possidentes". Simmel se equivoca, obviamente, al confundir el verdadero ascetismo cristiano-católico con unos ascetismos patológicos. Por lo dicho, en este primero, el peligro de "metempsicosis" de medio a fin se presenta difícilmente.


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