Menu



Carlos a secas

Carlos a secas
Llévame, contigo


Por: Angeles Toscano |



Lo conocí hace unos días en un orfanatorio. Te puedo decir que las escasas palabras que nos entrecruzamos me han marcado para toda la vida.

¿Nunca has visitado un orfanatorio? Yo lo suelo hacer a menudo. Me gusta llevar ropa, caramelos y una sonrisa. Cada vez que me interno se me cae el alma a los pies. Lo malo es que ya me he acostumbrado a recogerla. Pero esta vez fue diferente.

-Llévame, contigo -, me dijo un pequeño que apenas sostenía sus doce años, -quiero vivir contigo-. Jamás, nunca alguien me había interpelado de esa manera.

-¿Cómo te llamas?-, le pregunté, estrechándole la mano.

-¡Carlos!-. Me respondió con unos ojos oscuros e inocentes.

-¿Carlos, qué?, ¿cuál es tu apellido?-. En ese momento me asió más fuertemente. Me abrazó, al tiempo que su mirada se desinflaba como un globo. Llorando, continuó: - No sé más. Sólo me llamo Carlos.

Sentí dentro de mí una descarga eléctrica, algo así como un latigazo interior. Sus ojos no me podían engañar. Después me contaron su historia. ¡Pobre Carlos! Por mi parte, traté de curarle. Me di cuenta que para el alma no existen aspirinas. Las grietas que deja el amor son casi impenetrables. Carlos había sido el fruto de un amor que después se vio truncado.

Llevaba en el orfanatorio apenas dos meses. No conocía siquiera la dirección de su casa. Había vivido con su madre en una chabola, a las afueras de Tacuba. De su padre nunca oyó hablar. Un buen día, su tío lo quiso llevar a la ciudad. Carlos había ganado su primer premio. Se arregló lo mejor que pudo.

Como México es un laberinto, dieron vueltas y vueltas. A media mañana su tío le pidió que le esperara un momento en el cruce de una calle. Regresaría pronto. Carlos, emocionado, contemplaba los puestos, las tiendas. Todo era novedad.

El reloj avanzaba. Los minutos se convirtieron en horas. Pero como Carlos no tenía reloj, no se percataba del tiempo. Ya casi anochecía. Su tío nunca volvió. Sonó el teléfono en el orfanatorio. Una llamada anónima avisó que en la calle de enfrente se hallaba un niño, que se llamaba Carlos. ¿Otra broma? No. Esta vez era verdad. Salieron dos empleados. Atravesaron la calle y le preguntaron. - Sí, soy Carlos. ¿Qué sucede? A dónde me lleváis? ¿Dónde está mi tío?-. - No te preocupes, muchacho, te gustará tu nueva casa -.

Ahora, ¿qué será de ti? ¿Qué contestarás a tus profesores cuando pasen lista en las clases?
 







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |