Objetivos claros y seguimiento = Efectividad en la Dirección Espiritual.

Religiosas

Quizás puede resultar relativamente fácil definir un programa de acción, pero lo más difícil será mantenerse en línea y centrados siempre en Cristo.

Por: Guadalupe Magaña | Fuente: Escuela de la fe

En la dirección espiritual reviste especial importancia el saber a dónde quieres llevar al alma para no dar palos al aire. Basados en un conocimiento real de la persona que dirigimos, conforme a lo expuesto en el paso anterior, debemos siempre preguntar a Dios en la oración, y con la reflexión, qué quiere de ella. De esta manera definiremos el objetivo general y los objetivos específicos.

Los objetivos han de ser personales; es decir, basados en el conocimiento y situación real de la persona concreta y de sus circunstancias. Objetivos libres de presiones, de prejuicios irrespetuosos, de falsos temores.

Será necesario también tener un gran equilibrio en las metas que se propongan para la superación y crecimiento espiritual. Como el proverbio dice: “La virtud siempre está en el centro”, no en la ley del menor esfuerzo, ni en la exigencia fanática. Por tanto, la orientadora espiritual no debe sugerir metas extremas que provoquen en la orientada desánimo o desconfianza.

“Solamente así podrá trazar un programa de dirección, el cual ha de ser de manera que se acomode al estado actual del alma para hacerle mejor de lo que es. No se puede gobernar a todas las almas de la misma manera; hemos de tomarlas en el grado en que están, para ayudarlas a subir gradualmente, sin arrebatar la marcha por el áspero sendero de la perfección. Además unas tienen mayor ardimiento y generosidad; y otras, mayor calma y lentitud; no todas son llamadas con mucho al mismo grado de perfección”. (Cfr op cit).

Se definirá siempre el objetivo general tomando en cuenta su idoneidad y el llamado personal de Dios. Por ejemplo: que logre integrarse, que se abra a la vocación, que la afiance, que acreciente su fe, crezca en el amor, que asuma su apostolado con renovado ardor, con pasión, que valore la oración, que conserve la gracia, etc. Así vemos actuar a Cristo, quien en su trato con los discípulos tenía claro hacia dónde los iba a proyectar: Simón, el pescador, será Pedro; María Magdalena, la pecadora, llegará a ser la primer testigo de su resurrección; Juan el amigo fiel se convertirá en el discípulo amado y el evangelista del amor.

Si no hay un objetivo concreto, se puede caer en el error de creer que se están haciendo maravillas, cuando en realidad lo único que se logrará será caer bien la hermana a quien dirijo, quien comenzará, sí, a buscar la dirección espiritual, pero sin compromisos, sin exigencias, sin progreso.

Una vez definido el objetivo general, se definen los objetivos específicos. He aquí algunos ejemplos: si creo que Dios llama a esta hermana a conquistar esta virtud, a asumir esta responsabilidad en la Congregación: (siempre motivada por el amor al Señor), que tome sus compromisos espirituales con más delicadeza, que forme más su voluntad, que tenga un plan de vida espiritual con el ideal y virtud Cristocéntricos, más profundo conocimiento y amor al carisma propio… etc.

Quizás puede resultar relativamente fácil definir un programa de acción, pero lo más difícil será mantenerse en línea y centrados siempre en él. Presentamos a continuación algunos puntos que ayudarán para dar seguimiento:

• Tener los objetivos por escrito.
• Llevar evaluación escrita en orden a los objetivos.
• Revisar en cada dirección espiritual cómo se van logrando los objetivos.
• Definir acciones concretas que le lleven a lograr resultados progresivamente.
• Crear condiciones para que el plan se vaya realizando de manera natural.
• Consultar la ficha antes de la siguiente dirección espiritual.

Si hay algo que debe evitarse, es bombardear a la persona con objetivos que aún no han pasado por su mente, pues probablemente empezará a sentirse presionada y a creer que tú sólo buscas intereses personales. Por el contrario, busca reconocer el paso de la gracia de Dios en el alma de tus dirigidas. Busca ir al paso de Dios para no retrasar sus planes, pero también para no quemarlos. Prepara el terreno para que el alma se abra a la semilla de la gracia de Dios. Ayúdala a ver cómo Dios lo está guiando, dónde se encuentra y dónde quiere llevarla Dios. Fomenta el crecimiento, la apertura a la voz y a la acción de Dios. Respeta a la persona donde esté, pero jamás seas pasiva como orientadora; abre horizontes; concretiza sus inquietudes y sus sentimientos. Que los falsos temores o el respeto humano no te impidan pedir más a tus almas. “No exigir de lo amado que sea lo mejor, es indiferencia, lo contrario del amor”.

Los hombres, permanentemente expuestos al fracaso en la multiplicidad de actos que llevamos a cabo, buscamos el éxito y el triunfo para nuestra propia satisfacción y autoestima. Por ello, cuando propongas algo a tu dirigida, asegúrate que podrá llevarlo a cabo; es decir, que tiene la capacidad y las cualidades, y que está en la situación más adecuada para realizarlo. Así la llevarás a dar más, pues la naturaleza humana tiende a relajarse y a elegir caminos cómodos, pero también puede desanimarse si se le pide algo imposible. Recuerda siempre que la voluntad de Dios es, ante todo, autenticidad y fidelidad a los propios deberes de su consagración. Fomenta la referencia a las Constituciones, a los escritos del Fundador / Fundadora, que llegue cada una de tus dirigidas a encarnar el carisma que Dios inspiró a la Fundadora/ Fundador.

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