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Lo normal y lo ordinario en el discernimiento de espíritus.
Una vez hecha la elección, ésta se presenta a Jesucristo para que la confirme o desapruebe; pero, ¿cómo se hace? No podemos esperar voces e intervenciones milagrosas. ¿Entonces...?


Por: Guadalupe Magaña | Fuente: escuela de la Fe



En la vida religiosa se nos presentan tiempos donde tenemos necesidad de discernir. Interpretando lo sugerido por San Ignacio hablaremos de tres momentos:

A. “Tiempo de revelación”: En realidad, este tiempo no amerita mucho discernimiento, pues se trata de situaciones en las cuales la persona sabe claramente lo que Dios le pide; su voluntad aparece tan clara que no puede dudar sobre ella. La dirigida viene a la dirección espiritual para comentarla, pero ya sabe con claridad cómo debe actuar.

B. “Tiempo de razonamiento”: Aquí, Dios no muestra «nada» a la dirigida, quien sinceramente busca hacer la voluntad de Dios. Se le recomienda utilizar sus facultades naturales a través de dos métodos:

1) Método racional. Utilizando la razón para sopesar los pros y contras de la situación de cara a la eternidad, y así concluir una solución tentativa.

2) Método imaginativo. Utilizando la imaginación de tres formas: tomando en consideración mi consejo a una persona que acudiera a mí con este dilema; imaginándome en el momento de mi muerte, y pensando cuál hubiera sido entonces mi elección; imaginándome en el día del juicio y cómo hubiera querido deliberar en ese momento.

Una vez hecha la elección, ésta se presenta a Jesucristo para que la confirme o desapruebe; pero, ¿cómo se hace? No podemos esperar voces e intervenciones milagrosas. ¿Entonces...?

C. “¡Tiempo de discernimiento!”: Significa analizar los diversos movimientos interiores: dudas, ilusiones, temores, sentimientos, etc., experimentados por un alma, para descubrir su procedencia: si vienen de Dios o de inspiraciones del enemigo de nuestra alma, y así poder realizar, objetivamente, el querer de Dios sobre ella.

Se hará en base a las llamadas «consolaciones y desolaciones». Las consolaciones o desolaciones se refieren a los varios «movimientos» producidos en el alma, y expresados en varios sentimientos religiosos; sin embargo, dada la complejidad de los sentimientos y su carácter engañoso, se considera muy importante su discernimiento. Estos movimientos pueden tener su causa en el buen espíritu o en el mal espíritu; es decir, pueden deberse a acciones concretas del amor de Dios al alma o a fuerzas que actúan en contra de Dios, provenientes del mismo demonio, de nuestro subconsciente, de nuestras pasiones, del ambiente o de la cultura en la cual vivimos.

El discernimiento abarca toda la persona: sentimientos, inteligencia y voluntad. Los sentimientos constituyen la materia prima a discernir. La inteligencia se encarga de juzgar el origen y validez de esos sentimientos. La voluntad se mueve a actuar basada en ese juicio. En la consolación hay paz, en la desolación hay falta de paz.

En la dirección espiritual, habitualmente, la dirigida presenta inquietudes e interrogantes: deseos de crecimiento espiritual o de mayor entrega apostólica. Al orientador espiritual le toca discernir de dónde vienen, y ayudar a la dirigida a discernir, con la gracia de Dios, cuanto sucede en su interior.

Se debe tomar en cuenta:

El estado de vida de la persona a quien dirigimos.

Los deberes concretos de su vocación, tanto en sus relaciones para con Dios como en la vida de comunidad y en sus actividades apostólicas. También hay que tener en cuenta lo relacionado a su formación humana.


Ante la desproporción de las mociones o inspiraciones con respecto al estado de vida, edad, dotes o cualidades de una persona, a veces no resultará fácil discernir el origen bueno de las mismas. Esta dificultad la experimentaron los directores espirituales de Santa Teresa de Jesús, por ejemplo. Se necesita de la fe y del don de la prudencia para no poner límites a la acción de Dios, quien en su infinita misericordia y sabiduría, pide cosas aparentemente desproporcionadas, pero para las cuales ha dado las gracias necesarias. La orientadora espiritual debe conocer muy bien a la dirigida y tratar de discernir estas mociones, y guiarle para incrementar su confianza en la providencia y sabiduría de Dios. Dios nunca pide nada que la persona no pueda o deba llevar a cabo.

En la dirección espiritual escucharemos con frecuencia exclamaciones como, "si no estuviera viviendo con tal y tal hermana, podría hacer mejor mi meditación”; o “adelantaría más en la santidad”, etc., se culpa al propio estado de vida de las debilidades personales en la vida espiritual, o se culpa a las personas cercanas, o al lugar donde la voluntad de Dios nos ha colocado. No debemos permitir este tipo de autoengaño. Ordinariamente, Dios pide cosas proporcionadas a la edad y a las posibilidades de la dirigida, el problema consistirá en la generosidad para aceptarlas. Es cuestión de Amor, de crecer en el amor al amado.

Pureza de intención.

Tomar en cuenta el motivo, el fin al cual se tiende, y el efecto que produce, llevará al discernimiento de la intención por la cual se hace tal o cual cosa. Por ejemplo, el dirigido se inquieta porque cree que Dios le pide hacer determinado sacrificio. Hay que discernir: ¿La inquietud nace de querer ser santo o simplemente del deseo de que todo el mundo lo considere un santo?

Los frutos.

Este aspecto tiene la mayor importancia en el discernimiento de espíritus. ¿Qué va a lograr la persona a quien dirigimos? ¿Qué provecho real tendrá en su vida espiritual el seguir tal o cual inspiración? ¿Se identifica más con Jesucristo? ¿Le lleva a una mayor coherencia con su fe? ¿Le hace ser más apóstol? Aquí encontraremos la clave para saber la procedencia de las inspiraciones o mociones.



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