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Discernimiento del grado de entrega.
No todas dan a Dios cuanto les pide; la libertad del ser humano se encuentra de por medio, y muchas se quedan a la vera del camino en una entrega menos exigente.


Por: Guadalupe Magaña | Fuente: Escuela de la Fe



Después del período de formación inicial todas las hermanas, comienzan a buscar, más pronto o más tarde, con mayor profundidad la voluntad de Dios en sus vidas. Esta búsqueda debe culminar en la aceptación del grado de entrega al que Dios nuestro Señor les llama desde toda la eternidad, según su designio de amor y su plan de salvación. No todas dan a Dios cuanto les pide; la libertad del ser humano se encuentra de por medio, y muchas se quedan a la vera del camino en una entrega menos exigente.


Este período puede durar un año, dos, tres o cuatro... ¡Sólo Dios sabe cuánto!

A. Descubrimiento y madurez vocacional.

Aquí nos referimos específicamente al trato con las almas que están escuchando los inicios de lo que puede ser la vocación, también nos referimos a las hermanas que están en las primeras etapas de la formación.

Un porcentaje altísimo, de jóvenes, se plantea esta pregunta: "¿Por dónde me llamará Dios?" Ello representa una búsqueda sincera de la voluntad de Dios, en el grado de entrega al que Él bondadosamente les ha llamado.

Si a una joven se le ofrecen sólo algunos medios, el grado de compromiso espiritual y apostólico al cual llegará será bajo; pero si se le ofrecen todos los medios, se comprometerá más. La orientadora espiritual debe motivar a sus dirigidas a la participación en todas las actividades formativas.

En las jóvenes la pregunta usual de esta etapa será: "¿Por dónde? ¿Vida religiosa? ¿En dónde?.


B. Tres elementos de la entrega.

1) La inquietud.

Por inquietud entendemos el deseo interior de la persona por conocer qué es lo que Dios quiere de ella. Depende en gran parte de la sensibilidad espiritual y apostólica de la persona.

En el caso de los jóvenes, cuando traten el tema vocacional, debemos explicarles en qué consiste una vocación, ayudándoles a eliminar el miedo experimentado en muchas ocasiones. Si una chica tiene el valor de comentar a su directora espiritual su inquietud vocacional, deberemos apreciar su valor, y de ningún modo, «ponerle el hábito», desde el primer momento; si lo hacemos sólo conseguiremos asustarlas y no volverán a presentar el tema. Por el contrario, debemos ayudarle, como primer paso, a concretar y aclarar esa inquietud; pero no se le debe presionar.

Procuraremos orientarle, así, ella misma descubrirá los «signos que le hablan de mayor entrega». Hay ocasiones, acontecimientos, sentimientos, anhelos interiores que incitan a una mayor donación. El hecho de no sentir satisfacción después de las fiestas; la experiencia de la caducidad de la vida provocada por el accidente y la muerte de una amiga o una conocida; el aguijón dejado en el alma por medio de una determinada predicación o el testimonio de entrega de otra compañera de colegio, etc. Todos esos hechos pueden provocar en una joven la certeza íntima del llamado de Dios a una mayor entrega.

2) La idoneidad.

Por esto se entiende el conjunto de cualidades humanas, espirituales, morales, intelectuales, físicas y psicológicas necesarias para la vida religiosa. La orientadora espiritual debe conocer los requisitos esenciales, pues si la persona a quien dirige no es idónea, no debe entusiasmarla, porque luego resultará difícil comunicarle que no cuenta con las cualidades necesarias.

Para la vida consagrada, las mencionadas a continuación se encontrarían entre las cualidades necesarias para discernir la vocación:

• Salud física, y desde luego salud y equilibrio mental.
• Que posea, o pueda poseer, virtudes fundamentales, tales como la sinceridad en sus relaciones con Dios y con los hombres, suficiente fuerza de voluntad y control de los afectos sensibles, buena capacidad para convivir, etc.
• No tener el hábito de pecado grave cuya enmienda y corrección parezca imposible.
• Poseer una capacidad intelectual normal o superior a la media.
• Proceder con rectitud de intención, con deseo de amar a Cristo y de trabajar desinteresadamente por el bien de sus hermanos.

No añadimos más porque en cada uno de los Institutos religiosos deben estar plasmados los requisitos para que una persona sea considerada según el carisma propio.


3) Generosidad.

El tercer elemento a tener en cuenta lo constituye la generosidad. Con frecuencia, ante el llamado interior, puede sentirse un poco de miedo. Por eso, debemos infundir mucho ánimo, y exhortar a nuestra dirigida a tener una disposición positiva y abierta ante lo que Dios le pida. Cuando se siente el llamado, surgen dudas, temores a la entrega y a la renuncia implicada en ella. El objetivo a lograr será hacer que el dirigido tenga una actitud serena y de amor a la voluntad de Dios por encima de todos sus planes personales.

Cuando la orientada duda y siente miedo, hay que saber ayudarle para que, libre y serenamente, acepte la voluntad de Dios. No se puede dilatar indefinidamente la respuesta. Sería lamentable que, por dudas y temores, uno dejase pasar su juventud, y no diera a Dios los mejores años de su vida. Que por egoísmo, falta de generosidad o miedo se rehuya el matrimonio y quiera ingresar en la vida religiosa, eso no es vocación.

Lo más grande para un alma es que encuentre la voluntad de Dios y la realice plenamente. No se trata de que salga tal tipo de vocación, sino de que realmente ame a Dios y sea santo cumpliendo su voluntad santísima, sea cual fuere el camino.

4) Algunas notas y aspectos prácticos.

• Cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles.

• Significa que debemos saber respetar el modo de ser de cada uno, con su propia personalidad. Por otra parte, la vocación siempre será un misterio de Dios que tendremos que descubrir con paciencia. Actuar sin prisa pero sin pausa; tener paciencia, pero, de ningún modo, cruzarse de brazos; apretar, exigir pero no ahogar. En fin, saber respetar la hora de Dios.

• Presencia de la dirección espiritual.

Siempre jugarán un papel decisivo los tres elementos de una buena dirección espiritual: orientar, motivar y exigir.

Orientar para ayudar a romper los obstáculos, eliminar el o los defectos dominantes que dificultan la entrega.

Motivar para dar motivos adecuados y lograr una entrega acorde a los planes de Dios.

Exigir para dar la respuesta exacta que la dirigida necesita y anda buscando. Supone eliminar las respuestas prefabricadas, dar soluciones profundas, aunque puedan doler y comprometer, pues sólo ésas llevan a la santidad.

Resumiendo, con relación a la vocación la dirección espiritual debe lograr que el dirigido ame primero a Dios; segundo, que ame su Voluntad Santísima por encima de todo; y finalmente, que realice con plenitud la misión a la cual Dios le llama.

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