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Ante el debate sobre España, la política desde la fe
Cómo superar la desconfianza y la frustración de la vida política y construir respuestas para superar nuestra difícil situación. El cristianismo real, el que no ha sido convertido en ideología de derechas o de izquierdas, aporta la respuesta


Por: . | Fuente: ForumLibertas



San Pablo refiere que de las tres grandes virtudes que Dios no otorga, la fe, la esperanza y la caridad, es decir el amor, solo esta última prevalecerá más allá de este tiempo. Las otras dos carecerán de sentido cuando todo este consumado y nos encontremos en presencia de Dios. Luego el amor es la única virtud transhistórica, la que no desaparece con este mundo, la que nos dice Deus caritas est. Es el vínculo que une el Séptimo día de la creación -nosotros- con el Octavo.

El amor es el vínculo por excelencia, la virtud que nos hace más felices a cada uno y a la sociedad. Pero, a pesar de su importancia decisiva, no es enseñado ni practicado, pertenece a un ámbito esotérico, a pesar de su realidad apabullante, confinado entre el reino de la literatura, que da fe de él, y el de las pasiones.

A pesar de ser la componente más importante y evidente de la vida humana, mejor dicho, para realizar una vida que sea humana, carece de toda consideración en la teoría y la práctica económica y política. No hay espacio para él. Eso solo ya debería alarmarnos y señalar que el camino está equivocado, pero es que ni tan siquiera en las ciencias humanas, dañadas por la razón instrumental, tiene cabida. En la actual filosofía, la sociología, incluso la psiquiatría y psicología, no podemos encontrar la presencia del amor. Para ellas es invisible, luego para ellas es invisible una parte determinante de lo humano.

Es necesario volver a empezar, como señala Josep Miró en su libro de próxima aparición, La Sociedad Desvinculada, y hacer del amor real el centro de nuestra vida colectiva, de la política y de la economía. Esto es en definitiva lo que nos dice Caritas in veritate. Y allí donde el amor no llegue que al menos lo haga su sucedáneo válido, el deber, es decir la práctica de aquello que debe ser. Si no puedes entregarte y condicionar tu vida por tu padre viejo y pesado como una gran carga, al menos cumple con el deber de acogerlo delicadamente y atenderlo en sus necesidades.

La política tiene dos fines: uno es el logro del bien común; pero hay otro, la construcción de la amistad civil, concordia, fraternidad, que es una de las expresiones especificas del amor. Y esta es la razón por la que Juan Pablo II y Benedicto XVI insistieron una y otra vez en la necesidad de la intervención de los cristianos en la vida política, porque ella, entendida tal y como es, constituye una de las más altas manifestaciones de la caritas, del amor, signo visible de quienes siguen a Jesucristo.

La amistad civil o política, de raíz aristotélica, es aquella que practican entre si los ciudadanos comprometidos con su polis, su sociedad, para hacerla mejor; y de esa voluntad compartida surge la unidad del vínculo, a pesar de sus diferencias en el cómo. Pero este sentido instrumental no puede separarlos tanto que ponga en riesgo el fin la amistad entre ellos. Como explica Miró en La Sociedad Desvinculada, es la razón instrumental la que levanta barreras entre nosotros, porque se olvida de los grandes fines y nos desorienta en disputas sobre los medios hasta hacernos olvidar el fin sobre el que disputamos cómo servir mejor.

La amistad política es uno de los grande bienes que podemos alcanzar, pero ninguno de los partidos en liza lo persigue en la medida suficiente. Tampoco -incluso menos- los que se presentan como nuevos, todos azuzados por unos medios de comunicación que confunden el periodismo con la beligerancia civil. La novedad radical solo surgirá de un nuevo movimiento precursor de la necesidad de recomenzar, que sea capaz de promover como modelo y práctica el bien común y estimular la amistad política.

En Marcos 6,7-13, Jesucristo nos llama a ponernos en camino con lo que tengamos en las manos, sin establecer grandes previsiones. Nos dice que si unos nos acogen nos dirijamos a otros para llevar la Buena Nueva. Esa es la misma actitud que se necesita para recomenzar, para el nuevo inicio.







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